viernes, 30 de noviembre de 2012

075-M: Desapariciones de Oscar Julio Ramos y Osca Daniel Iturgay

Huella y huella
29-11-2012 | El debate que indaga los secuestros y desapariciones de Oscar Ramos y Daniel Iturgay la madrugada del 5 de noviembre de 1976 allana verdades y nuevas preguntas. Los hermanos Raquel y Ángel Miranda expresaron las marcas del terror en la vida de Ernesto Sebastián, hijo de Ramos y Ana Bakovic. Gladys Iturgay relató que a su hermano Daniel lo perseguían y reprimían desde que hizo el Servicio Militar en el Grupo de Artillería de Montaña VIII, en Uspallata. La defensa del imputado Morellato presentó testigos: lo que dicen y no dicen los libros, los hechos.

Ese niño
“Yo medié para que mi hermano -Ángel Felipe- cuidara al chico”, dijo al Tribunal Raquel Mercedes Miranda. Ambos conocieron a Ana María Bakovic -detenida en abril de 1975, compañera del desaparecido Oscar Julio Ramos- y al bebé de la pareja, Ernesto Sebastián. Raquel fue detenida el 27 de agosto de 1975, secuestrada dos días en el D2, trasladada a la Penitenciaría Provincial y luego al Penal de Devoto, donde concluyó más de seis años de cautiverio.

En la Penitenciaría, el hijo de Bakovic -de poco más de un año- “sufría más que los otros chicos el encierro, no estaba bien, necesitaba salir, conocer la calle. Mi hermano me visitaba, se ofreció para pasearlo los fines de semana, se estableció una muy buena relación entre él y Sebastián”, dijo la testigo. Para julio del 76 cuando el niño cumplió dos años, Ana María tuvo que ceder la tenencia. Ángel aceptó de buena voluntad. Explicó Raquel: “En algún momento supe que él estaba desesperado porque Ramos le solicitó ver al niño, se encontraron”. Una vez en Devoto, Raquel supo que Ramos había sido desaparecido y el niño también. Ella se lo comunicó a Ana, que lo encontró cinco años después de salir en libertad.

“La criatura sufría mucho los encierros, la mamá de Ana no podía ocuparse, el padre era una persona muy mayor, ella no tenía otra persona a quién dárselo” atestiguó Ángel Miranda. Explicó: “Hicimos una tenencia judicializada y firmé los papeles. Sabía que tenía un padre, que estaba comprometido por su actividad política. Yo tengo mi familia que amo, una mujer y un hijo que, justamente por el cariño que le tuve a ese bebé, le puse Sebastián".

En septiembre de 1976, Ramos se presentó al domicilio de Miranda en calle Juan B. Justo de Ciudad, “soy Oscar Julio Ramos, el padre del Cunfi, estoy de paso, quiero pasar el fin de semana con mi hijo”. Ángel contó: “me puse en su piel, actué con el corazón, no con la cabeza. Accedí, convenimos una cita en calle San Martín y zanjón de Los Ciruelos, llevé un bolso con ropitas y sus cosas. Me acreditó su identidad -si no, no se lo hubiese dado- y quedamos que lo devolvía el domingo, cerca del antiguo cementerio de Capital. Fui a buscar al nene y no aparecieron. Tres veces fui a averiguar al domicilio de ellos en calle Remedios Escalada. Ya no estaba ni el señor Bakovic, el papá de Ana. Solamente una señora que parecía ocultar algo. El tiempo pasaba, les perdí el rastro, a mi hermana la trasladaron a Devoto. Era una cosa muy pesada la que yo sufría, siendo el responsable de la criatura y que hubiera desaparecido era un calvario para mí. Fui a Buenos Aires, ubiqué a sus parientes. Ana María me previno que no acudiera porque Ramos tenía una hermana en la Policía Federal e iba a haber mayores problemas”.

En el verano de 1977, la casa que Miranda compartía con su otra hermana -asistente social en el Poder Judicial, que impulsó la tenencia a través del Juzgado de Familia- fue allanada por un operativo del Ejército, “entraron armados por los techos, revisaron todo, se robaron relojes de oro de mis hermanas, buscaban libros, hablaban de una imprenta clandestina, preguntaban por gente conocida de Raquel, vinculada a la política, todo bajo actitud violenta”.

Acerca de los destinos de padre e hijo, Ángel dijo: “Yo sabía que Ramos en su afán de escaparse había dejado al niño en algún lugar. Recibí la versión que antes de ser detenido se lo dejó a una vecina de avanzada edad, le dice que su nombre es Sebastián y ella va y lo lleva al Juzgado. Eso ratifica el niño ahora, que la señora le contó las circunstancias en que detuvieron a su padre. Volví a verlo cuando Ana lo encuentra, en los 80, en manos de una pareja que vivía en Las Heras. Lo recuerdo porque mi pareja y yo ya teníamos nuestro hijo natural”. El abogado querellante, Pablo Salinas, llamó la atención sobre el hecho de que si la anciana devolvió al niño bajo tenencia legal de Miranda -“otra vez huérfano, una vez su padre secuestrado”-  al Juzgado de Familia, no le hayan notificado al menos la novedad: “era más fácil encontrarlo a Felipe que mandarlo en adopción a otra familia”. En ese sentido, solicitó nuevamente al Tribunal la citación testimonial de la doctora Luna Dávalos, a cargo de los trámites de adopciones.

“Mi deseo hubiese sido que el niño volviera a mí y después a la madre, que por su legitimidad de madre lo hubiera recibido de mí, como yo lo recibí de ella. Y si el niño hubiese tenido el deseo de estar con nosotros, de mi parte encantado de la vida hubiese tenido dos hijos. Con el mismo nombre. Lamento todo lo que ha sufrido ese niño y todo lo que está sufriendo, porque la vida y las cosas mal hechas le causaron mucho daño, le arruinaron totalmente su existencia”, emocionó con su nobleza Ángel. Y puntualizó: “Ese niño después tuvo una historia muy dramática, está encarcelado permanentemente, con rencores arrastrados desde su niñez y su identidad y todo lo que pasó. No tengo capacidad para expresar lo que debe sentir, en él hubo una transformación, cuando lo tuvo esa familia -comentaba el niño cuando ya era grande-, no lo quisieron como un hijo. Estaba como el chico de los mandados”.

“Son las consecuencias dañosas que abarca no sólo a una generación sino también a la siguiente. Paradojas de la vida, que regrese él a la cárcel donde estuvo, cuando niño, presa su madre”, concluyó el ministro Antonio Burad.






Entre espinas
“Éramos de Palmira. En 1974, mi madre y mis hermanos, Daniel -tres años más chico que yo- y Walter -el menor-, nos vinimos a la Ciudad por trabajo. Mi mamá no tenía ni pensión ni jubilación, Daniel entró a trabajar en la Municipalidad de Guaymallén, yo como empleada de comercio. Abandoné los estudios, vivíamos en calle Remedios de Escalada, en Dorrego”. De esta manera Gladys Elisabeth Iturgay contextualizó la conformación familiar hacia el 4 de noviembre de 1976 cuando su hermano Oscar Daniel fue secuestrado por personal del Cuerpo de Motorizada de la Policía de Mendoza, junto a Oscar Julio Ramos. Continuó con una semblanza de su hermano:

“Era muy morocho y delgadito, de chico era discriminado por eso. Un muchacho trabajador, buen hermano, generoso. Jorge, mi novio entonces y actual esposo, conversaba mucho con él. Nos decía que pertenecía a la Juventud Peronista y a Montoneros, quería un futuro mejor: “Che, cuñado, Kela ¿por qué no se afilian con nosotros?” El plural aludía a Ana María Bakovic y su compañero Ramos -“Cacho”-. Se dio además una amistad muy fuerte entre los tres, incrementada porque ambas familias vivían próximas: Ramos, Bakovic y su papá -“muy mayor”- ocupaban un departamentito interno al fondo de la humilde casa de los Iturgay. “Después vino la discriminación total por su afiliación política, una vez ya en el Ejército, cumpliendo el Servicio Militar en Uspallata, con mi mamá lo fuimos a ver dos veces. Estaba muy flaco, lastimado por todos lados, ojeroso, siempre castigado”. Según les dijo Daniel, porque “lo hacían rodar sobre espinas, casi no le daban ración de comida, lo hacían pasar noches afuera, había alguien que lo tenía en jaque”, aportó Gladys.

“Un día llegó un camión del Ejército, ingresaron armados a la casa, revisaron todo y se fueron. Dijeron a mi madre que mi hermano había desertado de la repartición de Uspallata. Tiempo después estalla una bomba en la puerta de casa, con mi mamá saltamos aturdidas de la cama, ella salió desesperada a la calle, sin conocimiento, en camisón tras el trole. Llegaron policías de la seccional 25, buscaban libros, todo lo que había era una foto de Perón en el cuarto de Daniel. Nos llevaron a declarar, hasta las tres de la mañana. El cuestionario se lo hicieron a mi mamá, cuántos éramos, a qué nos dedicábamos, cuál era nuestra tendencia política. Cuando volvimos estaba todo dado vuelta. Daniel ya era perseguido y vivía escapando. No supimos nada más de él hasta mi casamiento en julio de 1976. Mi esposo lo vio en la ceremonia. ´Atrás de un árbol te estaba viendo tu hermano´, me dijo”, señaló Gladys. El matrimonio se mudó y la madre de los Iturgay volvió a Palmira.

“Vi a mi hermano por última vez en mi nueva casa, pasó diez minutos, estaba escondiéndose: ´No te puedo decir nada, no quiero traerles problemas ni a vos ni a Jorge, cuidá a la mamá, cuidá mucho a Walter y cuidate vos, los quiero mucho, chau, es mejor que no sepas nada de mí´. Mi mamá falleció con la ilusión de que alguna vez iba a volver a verlo: ´me mantiene viva esa esperanza´, me decía. "uisiera al menos por ella haber encontrado el cuerpo. Tanta gente que ha hecho mal, que lo paguen, que se haga justicia con quienes torturaron e hicieron desaparecer a las personas que amamos”, relató Gladys, entre dolor y esperanza.

Procedimiento forzado, detenciones ilegales
Oscar Eduardo Heinze prestó testimonio en su domicilio por problemas de salud, el pasado 27 de noviembre. Es el dueño del auto marca Citroen que el 5 de noviembre de 1976 habría estado a punto de ser robado. La denuncia del hecho habría motivado la presencia de Policía Motorizada en su casa de calle España 2245, y ese fue el fundamento utilizado por el Cuerpo para las detenciones de Oscar Ramos y Daniel Iturgay.

La defensa del imputado Fernando Morellato Donna ofreció el testigo y Heinze fue claro: “eran las cuatro de la mañana, como no tenía garaje ponía el auto al costado del edificio, un vecino me golpea la ventana y me dice ‘Oscar salí que te están robando el auto, está la policía’.

Cuando Heinze salió ya estaba presente “una patrulla con cuatro agentes armados con armas largas” y le dijeron “que me lo habían querido robar”. Casi de inmediato “los llaman por radio y les dan otra misión”. Antes de irse, uno de los policías le dijo que “fuera a la comisaría que estaba frente a la plaza San José, en calle Francisco de la Reta” -la 25-. “Rápidamente subí al auto y me fui”. Al llegar “había un agente de guardia, conté que me habían querido robar el auto, lo anotó en un libro, me preguntó los datos y me dijo que estaba desocupado”. Cabe aclarar que para radicar la denuncia debería haberse remitido a la comisaría que corresponde por zona, que no es la 25.

“¿Morellato le hizo recordar ese hecho?”, preguntó el Tribunal a Heinze. “Me dijo: ‘yo la tengo re clara, a usted le quisieron robar el auto y la policía los sorprendió, yo no fui, fue el D2 y ahora me quieren inculpar a mí’”, comentó el testigo sobre el contacto que el imputado y su abogado hicieron con él los últimos meses. “Morellato me llamaba y me decía que él era una buena persona, que era una persona de honor, que habían atrapado a los delincuentes. Yo eso no lo vi nunca, él me dijo que no habían sido él ni su gente, que había sido gente del D2”.

“Yo no vi a ningún detenido” agregó Heinze, “pero Morellato dice que los tenían atrapados. Cuando fui a San José tampoco me dijeron si había algún detenido por el hecho”.

Inexactitudes...
Rodolfo Eduardo Morales es jubilado de la Policía de Mendoza, se desempeñó entre 1968 y 1993 en diversas áreas y 21 años en la Policía Motorizada, misma repartición que el imputado Fernando Morellato, quien lo recibió para el testimonio con un fugaz guiño.

En 1976 trabajaba como oficial de guardia, “escribiente” en la sede de la Motorizada, que compartía espacio físico con la Comisaría 25, aunque no dependía de esa Seccional sino directamente de la Unidad Regional. Se refirió al turno que cumplió desde las ocho de la mañana del 5 de noviembre de 1976, horas después de la detención de Oscar Ramos y Daniel Iturgay; y también se apeló a su conocimiento y experiencia en “la fuerza” para conocer el grado de detalle, certezas y “omisiones” que pueden encontrarse en el libro de novedades de una seccional. “De acuerdo a cómo se trabajaba en aquel momento ¿cabe la posibilidad de que haya inexactitudes en ese libro, o lo que se consignaba era lo real?”, preguntó el abogado defensor Ariel Civit. “No, no. Como escribiente de guardia la función era reflejar las cosas tal cual ocurren”.

Se le extendió el libro de novedades donde consta la detención -4.45 del 5 de noviembre de 1976-, entrada -5.15- y salida -10.35- de Ramos e Iturgay de ese lugar, capturados tras la comunicación de una denuncia de que se estaría produciendo un robo y el arribo de Motorizada. Hay datos de los movimientos de Morellato por esas horas: entró de servicio a las 20 del 4 de noviembre, pasadas las 23 se retiró, ingresó de nuevo a las 7.45, a las 10 sale a un operativo del que retorna a las 11.15. Allí, de puño y letra del testigo, consta la llegada del Jefe de la Regional Primera, Comisario General Suárez, y del Jefe del D2, Pedro Dante Sánchez Camargo -a las 10.15-; y más tarde la salida del segundo con los detenidos - a las 10.35 y según el libro sin personal a cargo allí declarado, como si un jefe sólo se llevara a dos aprehendidos- y media hora más tarde el retiro de Suárez. Tanto Eduardo Smaha como Osvaldo Fernández están señalados como los agentes que se llevaron a Ramos e Iturgay, junto a Sánchez Camargo.

Morales comentó cómo se trabajaba: “escuchábamos la radio que comunicaba con el Comando Radioeléctrico. Tras un llamado, el desplazamiento se hace y va el móvil que esté más cerca. En todas las aprehensiones, se los llevaba el patrullero a la base -Motorizada- y allí se hacían las actuaciones para llevárselos a la Comisaría que correspondiera”. Del relato del ex agente surge que las “actuaciones” constaban de anotar detención, entrada y salida de personas en el libro de novedades, oficial y móvil a cargo del operativo, nombre y número de documentos de los aprehendidos y seccional o división a la que eran derivados; allí no se tomaban las denuncias ni se debía hacer la averiguación de antecedentes o certificación de identidad. Según Morales, en Motorizada no había elementos para la certificación de identidad, más que una comunicación telefónica con “Indice” o a través del Comando Radioeléctrico, “pero no más que eso”. “Se daba entrada en el libro, se hacían las actuaciones y se remitía directamente a la Comisaría” que correspondiera según el lugar de detención -Santuccione, el Jefe de Policía, emitió una orden por esa época de que debían remitirse los detenidos a la Seccional correspondiente en caso de delitos comunes y al D2 si se trataba de personas con militancia política.

Motorizada actuaba en la “prevención del delito”, dijo Morales, luego remitía a las Seccionales correspondientes. “¿Hay algo raro en el procedimiento?” consultó el representante de Morellato en referencia al caso particular. “De raro yo no le veo nada”, dijo el ex compañero. Ahora bien, cuando Morales toma turno a las 8 de la mañana, debe consignar las autoridades de guardia presentes, entre ellos no aparece el nombre de Morellato pese a estar anotado que entró casi una hora antes. Tampoco queda claro cuándo empezó guardia Morellato, si a las 20 -y a las 23 abandona su lugar de trabajo para ir a dormir, según dijo el imputado ante el tribunal- o a las 7.15 y supuestamente repite guardia ya que aparece que sigue en acción el resto del día.

Los militantes estuvieron cerca de seis horas en las instalaciones de Motorizada-Seccional 25, ya un hecho fuera de lo “habitual”. Recibir denuncias e interrogar correspondía a las Comisarías, no a Motorizada. “¿Es normal esa permanencia en Motorizada? ¿A qué puede deberse”?, le consultó el presidente del Tribunal. En principio Morales supuso que pudo ser por congestión laboral, sin embargo el dueño del auto que habrían estado por robar Ramos e Iturgay declaró que luego de que se presentó la policía en su domicilio, donde no vio que se detuviese a nadie, le pidieron que vaya a Motorizada -otro dato no habitual ya que la denuncia debía radicarse en la Comisaría y no en Motorizada-. Cuando llegó a la dependencia, contó, estaba desolada, sólo con el oficial de turno escribiente.

Morales también esbozó que la demora pudo ser por la necesidad de identificación de los detenidos, pero en el libro constan todos los datos de ellos, lo cual indica que, aunque con o sin identidades reales, sí presentaron sus documentos. Es decir, no demoró conocer sus nombres al simple efecto de labrar “actuaciones”. El testigo indicó que, al no haber calabozos en Motorizada, a los detenidos se los tenía “en la guardia porque otro lugar no había”, entonces dejó entrever que existía la posibilidad de pedir “colaboración a la 25” que sí tenía celdas. Morellato, en su declaración ante el Tribunal, dijo que Ramos e Iturgay estaban en la zona de vestidores de la dependencia, cuestión que no apareció como potencial en el testimonio de Morales.

El abogado Civit insistió en varias ocasiones en la posibilidad de que en el operativo en el que caen Ramos e Iturgay hubiese actuado más de un móvil -lo que motivaría que Heinze no haya visto la aprehensión de nadie- aunque ello no conste en el libro de novedades. Morales comentó que en cada situación cuando llegaba un móvil al lugar en el que fue requerido, “según la situación pedía refuerzos”, que no recordaba en ese caso particular en Pellegrini y Patricias Mendocinas de Ciudad, el 5 de noviembre a la madrugada, pero que de ser así “debería” estar asentado en el libro -no aparecen datos que hagan suponer la actuación de más de un móvil-.

Civit preguntó si Motorizada actuó en conjunto con la Policía Federal, “yo no lo he constatado, pero puede ser que sí”, contestó el testigo. En esta causa Morellato está denunciado como parte del operativo de detención de los militantes, de retenerlos e indagarlos bajo torturas, de pedir prestada en la Policía Federal una picana para el interrogatorio, y retener en su poder y sin permiso un revólver calibre 22 de uno de los detenidos. Estas acciones, según nota de la época y declaración en los ´80 de Sánchez Camargo, le valieron una sanción al agente de Motorizada por proceder sin conocimientos en cuanto a la indagación de “subversivos”, publicitar la acción en otra fuerza y perjudicar -con la demora en la 25- la posterior detención de cuatro personas más del entorno de Ramos e Iturgay.

sábado, 24 de noviembre de 2012

075-M: Desapariciones de Ángeles Gutiérrez y Miguel Poinsteau. 077-M: Desapariciones de Margarita Dolz, Raúl Gómez, Gustavo y Mario Camín, Daniel Romero y Juan Carlos Romero, Víctor Hugo Herrera, Juan José Galamba y Ramón Sosa.

De condenas y condenados
23-11-2012 | Exiliado en Suecia, Raúl Rizzi contó el periplo de vejámenes y prisiones a los que fue sometido, la saña con que lo torturó personal del Ejército, el papel de la Justicia Federal. En el D2 percibió la muerte de Miguel Alfredo Poinsteau. Suárez, Mamaní y Pedot, provenientes de Buenos Aires tras el exilio interno, brindaron un cuadro detallado de la situación política y de la represión que alcanzó al grupo de compañeras y compañeros desaparecidos en mayo de 1978.

Las trágicas comedias
“En la época de la dictadura bastaba con que uno repartiera un panfleto para que lo hicieran desaparecer”. En ese contexto, Raúl Alberto Rizzi, por videoconferencia desde la Embajada argentina en Estocolmo, relató su secuestro y detención en el Centro clandestino de detención D2, de la Policía de Mendoza, a partir del 21 de octubre de 1976. Allí se encontró junto a Rosa Gómez, Víctor Cuello y Miguel Alfredo Poinsteau -desaparecido, presuntamente muerto en su celda, y por quien Rizzi dio su testimonio: “Estaba muy nervioso ese muchacho, con mucho miedo, más que todos. ¿Cómo no íbamos a estar alterados si no sabíamos si íbamos a seguir vivos? Se notaba que era una persona muy cálida, hizo un esfuerzo muy grande para no desmoralizarnos, muy loable de su parte. Yo estaba contiguo a su celda, hablábamos despacio, entre micrófonos, del tiempo, de cualquier cosa. En algún momento escuché cómo su cuerpo golpeaba contra el piso, tengo un recuerdo espeluznante de ese sonido. Empezamos a llamarlo a gritos, no contestaba, golpeamos las puertas de las celdas, llegó el ´Caballo Loco´, dijo ´hijo de puta, qué hiciste ´, cerró la puerta y se fue. A la media hora vinieron varios guardias y en total silencio se lo llevaron”.

Rizzi había ido al Palacio policial a tramitarse el certificado de buena conducta. La cola avanzaba, su turno había pasado hacía horas, le dijeron que esperara, la gente pasaba hasta que no quedó nadie: “Fue tragicómico, supe que me iban a llevar. Me llaman de una oficina, me forcejean, ´Mechón Blanco´ me encapucha con mi campera, me llevan derecho a la leonera. Me torturan, me preguntan por mi hermana Norma Mónica y por mi mamá, que creían sindicalista. Después me entero de que a mi casa fueron muchas veces hasta que mi mamá se puso firme y no los atendió más. Era gente muy histérica, no podía entender que una madre protegiera a su hijo”.

“Yo tenía una militancia reducida -Franja Morada, Juventud Universitaria Peronista. Cuando me llevaban a la parrilla en el D2, las preguntas no tenían racionalidad: mi hermana, los libros, las armas que supuestamente tenía en casa, por todo pasaban corriente. Uno de los interrogadores era ´El Porteño´. Había un pabellón de calabozos, también estuvieron por esos días Laura Marchevski y Luis Pasardi, al que se llevaron por el sólo hecho de estar en mi casa, era noviecito de mi hermana.”

“El otro episodio que viví en el D2 fue cuando me mostraron una serie de cartulinas, fotos de un montón de gente. Reconocí a tres mujeres, sobre una de ellas se me escapó un gesto -´Mecha´, Elsa Sedrán de Carullo, una chica rubia con una beba, que cuatro meses antes por pedido de Alicia Peña estuvo unos días en mi casa, estaba muy perseguida-, se dieron cuenta. A los dos días me pusieron lentes oscuros sobre la venda -pensé que me mataban- me subieron a un citroen, me quitaron la venda y me dijeron ´si ves a esa mina, marcala´ -reconozco esa voz como la del que hacía de ´bueno´, lo vi en un interrogatorio a cara descubierta, era bajito, andaba siempre en yunta con ´El Ruso´, que hacía de ´malo´. Volvimos al D2 como si nada. Estuve ahí hasta principios de diciembre. Y después a la Penitenciaría una semana, hasta el 13 de diciembre, cuando fui a la U9 de La Plata en el Hércules”.

“Antes me llevaron a una declaración nocturna en el Juzgado federal. Me acuerdo del secretario, de mediana edad, calvo. Me acusaban de inflingir la ley 20840 por la cual estuve detenido hasta el 16 de octubre de 1979. Hablé, declaré las torturas que me habían hecho. Que en el Penal me había sometido a interrogatorio gente preparada del Ejército porque un Teniente andaba detrás de la hermana de mi novia. Yo no entendía nada. Me arrancaron la ropa porque no tenía marcas de las torturas, decían que la Policía no me había torturado, que ellos lo iban a hacer bien. ´¿Cuánto creés que vas a estar preso?´, me preguntaron. ´Tres años´ dije y ahí vino una condena para mí, salí en el 79. En el 78 me volvieron a Mendoza y de nuevo a La Plata. Las dos veces en la U9 fue a verme un Juez de acá, con su secretario. Se limitó a decirme que no mandara más a mis padres a reclamar por mí a Tribunales Federales. Le dije que cada vez que viera a mis padres les mandara mis saludos. Salí en libertad junto a Víctor Cuello”.

Además de ´Mechón Blanco´ -Manuel Bustos Medina-, Rizzi reconoció a ´Caballo Loco´ -Mario Torres- y al ´Bueno´, Eduardo Cia Villegas, entre los fotografiados del personal actuante del D2.

Las fronteras lábiles
José Marcial Suárez, Lázaro Mamaní y Juan Carlos Pedot tenían una cercanía ideológica y partidaria con los militantes secuestrados en mayo de 1978. Se situaban, aunque en diferentes espacios, dentro de la esfera del Partido Socialista. Describieron el clima que se vivió antes del quiebre del orden democrático, sus situaciones al momento de la caída grupal y las pertenencias políticas de sus compañeras y compañeros desaparecidos.

José Suárez se ocupó en su testimonio de dar cuenta del desarrollo, posicionamientos políticos y estrategias de alianzas del Partido Socialista en Mendoza durante la década del 70; así como el devenir organizacional y el reacomodamiento de los militantes de izquierda en relación a las agrupaciones peronistas, fundamentalmente en Montoneros. Explicó que las distintas etapas del socialismo -de Partido Socialista de Vanguardia a Partido Socialista Popular pasando por el Partido de la Vanguardia Popular-, estuvieron motivadas por permanentes discusiones internas y crisis de cambio que tenían que ver con la posibilidad de renovar estructuras tradicionales y permitir el entrecruzamiento de estudiantes, sindicalistas y trabajadores de distintas militancias de acuerdo a la agitada coyuntura política nacional -fundamentalmente a partir de 1973- y a los valores y objetivos comunes de una generación.

“Todos eran jóvenes, tenían familia, desarrollaban actividades sociales y políticas concientes de que eran actores públicos, y como tales lo siguieron siendo hasta el fin de sus días. Ingresan al PSV en un momento de fuerte debate frente a la posición de la realidad nacional y al rol del peronismo. Esa era una discusión fundante, cómo relacionarse e integrarse a lo que expresaban los sectores sociales a los cuales estaba dirigido el ideario socialista, abandonar el eurocentrismo, ampliar horizontes de la experiencia concreta de los trabajadores y los condenados por un sistema injusto. El ´qué hacer´ respecto al peronismo una vez que dejó de ser proscripto fue uno de los ejes de aquellos años para romper con la idea del foquismo y hacer política. En el 73 se consideró como opción inteligente la alianza con el peronismo a través del acompañamiento electoral del FREJULI”.

Suárez tenía una ferretería -en la que trabajaba el joven “Tonio” Herrera- y una vieja casona familiar que funcionaba como lugar de reunión de actividades políticas y culturales, con amplia convocatoria hacia los sectores de izquierda. El PS extiende entonces su influencia a sectores sindicales y estudiantiles a través de militantes referentes de otras procedencias. Pertenecían a aquel “grupo de amigos con voluntad política":
-Víctor Hugo Herrera: “Hablo de él desde el afecto, era casi un hijo para mí. Muy joven, pujante, inteligente, provenía de un hogar muy pobre con muy pocas posibilidades, encontró donde crecer, estábamos muy vinculados desde lo afectivo y lo político”.
-Ángeles Gutiérrez de Moyano: “Trabajamos juntos en la fusión del Partido Socialista Auténtico. Era una compañera muy valiosa, de 60 años y con la vitalidad, jovialidad y el compromiso de cualquiera de nosotros, provenía de una larga experiencia sindical”.
-Juan José Galamba: “Pertenecía a la organización en la Universidad Tecnológica Nacional Regional Mendoza -UTN-“. Margarita Dolz, Alejandro Dolz, Carlos Castorino, Raúl Gómez, Alicia Morales, Gisela Tenembaum, Alfredo Escames, Mario Camín -su padre, Gustavo, fue un destacado militante comunista-, Daniel y Juan Carlos Romero, todos en mayor o menor medida fueron cercanos a Súarez.  

En 1975, la influencia de Montoneros, su viabilidad como opción política real y las necesidades de las distintas conducciones partidarias para sumar a todos los militantes de manera integral -dada la radicalización extrema agitada por el Partido Militar-, generó vertientes migrantes a agrupaciones bajo conducción montonera: Juventud Peronista, Juventud Universitaria Peronista -donde se nuclearon Galamba, Morales, los compañeros de la UTN-, Juventud de Trabajadores Peronistas -tales los casos de los empleados del Banco de Mendoza, Emilio Vernet, Alberto Córdoba y Ubertone. A partir del pase a la clandestinidad, la crisis más álgida, se van a Montoneros formalmente algunos de ellos, como Galamba, Morales, Tenembaum, Escames y Juan Carlos Romero: “Las fronteras eran muy lábiles, de grandes vínculos, lo que hacía natural el apoyo y la protección de militante a militante, de agrupación a agrupación”. “A partir del golpe, el efecto del plan sistemático de desaparición, y el aplastamiento del movimiento estudiantil y del sindicalismo está en pleno funcionamiento y a nosotros nos da de lleno en los cuadros, recibimos castigos por todos lados. Yo me salvé porque Francisco Solano López -“Pancho”- me advirtió que había que irse: ´lo que viene es desconocido y terrible´. La embestida no sólo lastima a quienes secuestraron, torturaron y desaparecieron, también a sus familiares y a todos los que debimos exiliarnos internamente. La situación de los ocho secuestros en mayo de 1978 nos llegó muy rápido, ya establecidos en Buenos Aires”, detalló Suárez.

“Nacho” Mamaní contó que activaba en la pata política que el PS tenía en la UTN y que luego de la muerte de Perón, como muchos compañeros, se sumó al peronismo de base. Así como la persecución sistemática, antes del 76, fue desarticulando la militancia en la Provincia, la cercanía del terror los fue empujando hacia el exilio, contaron.  

La ejecución de Mario Susso y Susana Bermejillo y más tarde, la detención de su hermano -lo confundieron con Nacho y lo llevaron al D2- determinaron su fuga. Para resguardar su vida se fue a Buenos Aires en febrero del 77. No pudo convencer a Billy Lee Hunt que en ese entonces vivía con él, “el Billy, como Margarita -Dolz-, pensaba que por su grado de participación política no le podía pasar nada” contó. Ambos fueron secuestrados y están desaparecidos.

Juan Carlos contó que sintió el peso del aparato represivo desde que se vinculó con la movida sindical que dio origen a la CGT de los Argentinos en 1968, sin embargo, lo que vivió entre el 75 y el 76 lo dejó fuera de cualquier acción política. Actuaba en la superficie del PS, trabajaba de laboratorista en el hospital Ferroviario y de enfermero en la Penitenciaría Provincial.

Además de las advertencias de Alfredo Escames, Pedot presenció el maltrato y supo de simulacros de fusilamientos a los detenidos en el pabellón de presos políticos que en 1975 funcionaba a pleno. Entre esos detenidos vio en estado crítico a Solano López que le dijo “váyanse porque esto es terrible”. Decidió irse a Buenos Aires a fines del 76. En abril del 78 visitó a Daniel Romero -de quien elogió su solidaridad- que estaba resguardando en su casa a Isabel Membrive, una joven perseguida por sus ideas políticas. Esa fue la última vez que lo vio.

Mamaní y Pedot sostienen la hipótesis de que el operativo que acabó con la vida de sus compañeros de militancia tuvo que ver con el Mundial y con el peligro que representaban aquellos que aún no habían sido silenciados. “Cualquiera de ellos tenía el valor suficiente para denunciar cualquier atropello, aún estando en dictadura”, dijo con voz cortada Juan Carlos Pedot. “Cualquiera de los compañeros que quedó acá le hubiera abierto la puerta a Galamba”, había señalado antes Suárez, respecto a la solidaridad latente en medio del descalabro general.

En casi tres horas Suárez, Mamaní y Pedot narraron lo que ningún Estado quiso escuchar en 35 años. Hubo expresiones de desahogo y lamentos que podrán contar sólo aquellos que tuvieron que padecer en carne propia esa especie de muerte lenta que significó el exilio interno.

viernes, 23 de noviembre de 2012

075-M: Desapariciones de Oscar Ramos, Oscar Iturgay y Roberto Blanco

Ella, su padre, su compañero, su hijo
22-11-2012 | El testimonio de Ana María Bakovic aportó claves sobre los secuestros de Oscar Daniel Iturgay y su marido, Oscar Ramos. La testigo y víctima -estuvo detenida entre 1975 y 1979- narró las crudas ausencias de su padre y de su hijo, a quien recuperó en 1984. El imputado Fernando Morellato amplió su declaración: “Todo cuerpo necesita descansar”, dijo el represor que pidió prestada una picana.

“Reclamá al Cunfi”
Ana María Bakovic y Oscar Julio Ramos se conocieron en 1973. Él se presentó a dar clases en la Universidad Popular de Mendoza. Ella tenía 20 años, el 33. Para Oscar, “el teatro tenía que manifestar lo que pasaba, expresar lo que hacía falta”. Por eso “vino de Buenos Aires a Mendoza a trabajar, a ver qué se podía hacer por el teatro”.

El triunfo de Cámpora en las elecciones presidenciales de aquel año decidió a la pareja a volcarse por la militancia en el peronismo, en Montoneros: “¡La ocho, la ocho!” recordó Ana en referencia al n° de boleta que en Mendoza llevó a la gobernación a Martínez Baca. “Hacíamos trabajo social en el territorio. Trabajábamos dando todo, era lindo. Y no estábamos clandestinos. Se empezó a poner feo cuando Perón nos dijo imberbes”, dijo.

Se casaron, nació Ernesto Sebastián, se fueron a vivir a calle Remedios Escalada de Dorrego junto con Domingo Bakovic, padre de Ana María, mayor de 80 años. Oscar dirigía, vendía libros. Ana trabajaba en la municipalidad de Guaymallén, formaron un grupo militante con otros compañeros, Daniel Iturgay, Tito Gómez, Aquilino Soria. Iturgay -de 18 años- a su vez era vecino de Bakovic y Ramos, vivía en una casa adelante con su familia, de la cual era el sostén. “Daniel estaba conscripto en el Ejército, empezó a tener problemas. Tenía miedo, decía que se iba a ir, lo apretaban, lo bailaban mucho, lo querían borrar. El hostigamiento fue político. Por eso se abrió, dejamos de verlo”, dijo Bakovic sobre Iturgay.

La tarde del 4 de abril de 1975 Ana fue secuestrada por patrullas de la policía de Mendoza, en inmediaciones de la rotonda del Avión en la costanera, donde panfleteaba con motivo del tercer aniversario del Mendozazo. El fiscal Dante Vega desprendió de la lectura del acta del procedimiento policial que el mismo se produjo en dos Ford falcon operados por el oficial principal Fernando Morellato, del subcomisario Céspedes y los agentes Rosales, Sepúlveda y Pereyra. Poco pudo recordar la testigo acerca de las instancias primeras de su detención: “Un uniformado de azul me tomó del brazo y me llevaron a una comisaría -tal vez la 25-, me tomaron declaración, recuerdo una máquina de escribir. Esa noche, o la siguiente, fui trasladada al Palacio policial. Entro al D2 en los calabozos. Fui interrogada dos veces, en otro piso, no recibí maltratos. A los diez días me llevaron a la Penitenciaría, en el interín estuve en presencia de un juez y a instancias de mi madre me dejaron ver a mi niño, a través de la mirilla de la celda. En el Penal permanecí hasta septiembre del 76, cuando fui parte de la primera tanda de mujeres trasladadas a Devoto”. Cuando salió en libertad en 1979, Ana María se avocó a las búsquedas de Domingo, su padre; Oscar, su compañero; y Sebastián, su hijo.

“Mi papá se llama Domingo Bakovic, es yugoslavo. Tenía ideas de izquierda, de su historia, de su país, hablaba de comunismo, de socialismo, de Rusia. Al Penal me visitó dos veces, me veía un ratito, estaba lúcido, bien parado. Él recibió el papel de mi cesantía en la municipalidad. Tengo el dígito pulgar de él marcado ahí. Después del golpe no volví a verlo, estaba muy viejito, nadie volvió a verlo. Cuando salí lo busqué: ningún registro suyo en ningún lado: ni partida de defunción, ni registro civil, ni pensión de invalidez, ni junta electoral, no sé si él votaba, tampoco se votaba mucho. Mi papá no sabía leer. Una vecina -Gladys Iturgay, hermana de Daniel- dijo haber oído una explosión, otros le acercaban comida, lo asistían. Al viejito nunca más lo vieron.”

Poco logró reconstruir Ana sobre Oscar: “nadie hablaba, nadie decía nada, no había nadie, no quedaba nadie. Alguien me dijo que lo agarraron, lo soltaron y lo mataron en la calle. Con Iturgay, estaban juntos”.

La mención que hizo el fiscal respecto a dos archivos permitió enmarcar las situaciones de Bakovic y Ramos: Por un lado, un pedido de capturas contra Alfredo Lerouc, Roque Moyano, Luis Santarone y Oscar Ramos, de parte del comisario Ruiz Soppe en base a “indagatorias en el D2”. Por el otro, la indagatoria de parte del fuero federal a la detenida, que incluye la mención al allanamiento de su domicilio. Los expedientes tienen fecha del 16 y 17 de abril de 1975, respectivamente. El primero lo firma Otilio Roque Romano, como juez subrogante. El segundo lo firma la misma persona, en calidad de juez federal.

Ernesto Sebastián Ramos tenía nueve meses cuando su mamá fue detenida. Nueve años tenía cuando ella lo reencontró en 1984. Ana abarcó la historia: “Mi mamá era muy pobre, tenía cinco hijos cuando me detuvieron. Mi hijo estuvo con Sara Morelli, la niñera, hasta que me trasladaron a la Penitenciaría y se quedó conmigo. Ahí conocí a Raquel Miranda que era visitada por el hermano y la cuñada. Sacaban a pasear a mi niño, se encariñaron con él. Cuando iba a cumplir dos años tenía que sacarlo del Penal. Le di la tenencia a ellos, a Ángel Felipe Miranda, regularmente por el juzgado y hasta tanto yo saliera y pudiera tenerlo. De Ramos sólo sabía que estaba bien. Que estaba, que estaba vivo. Ramos vio al chico, me mandó preguntar dónde encontrarlo. Miranda lo tenía en tenencia, para septiembre de 1976 se citaron en calle San Martín y Zanjón de los Ciruelos, fue a buscarlo. Miranda no los vio más, no aparece el padre, no aparece el niño”.

“En Devoto, me llega que Ramos había caído con el niño, que lo reclamara. Entre la censura, escribí cartas al Juzgado de Familia de la calle Chile en Mendoza. Reclamaba por mi hijo, explicaba que se llamaba Sebastián, que él sabía su nombre, que le decían Cunfi, que entendía. En la cárcel me avisaron que yo era la madre, que siguiera reclamando, llegaban señas a través del vidrio. Del juzgado me contestaban que no, que no tenían nada, no decían si era NN, si era desaparecido, si estaba perdido. Yo explicaba su edad, sus características. Cuando salgo voy derechito al juzgado, busco en la Casa Cuna, en libros, no estaba por ningún lado el niño, no estaba. En febrero de 1984 me cito con una señora que dice saber quiénes lo adoptaron. Con esos datos vuelvo al Juzgado de calle Chile, me dejan revolver los archivos, buscarlo entre los NN, busco, encuentro. ´Es mi hijo´, le dije a la secretaria de la Jueza Dávalos, Sebastián Ernesto en los NN. La jueza me conecta con quienes lo tenían. Se habían juntado las dos cosas. Fui a verlo, tenía nueve años, me abraza y me dice hola mami ¿y el papi?”

“Él no se acordaba de nada, la mujer me dijo que no quería saber más nada, yo no pregunté más nada. La mujer me dijo que no preguntara cómo había llegado Sebastián y la jueza restituyó su partida de nacimiento. Tenía sus nombres al revés y otros apellidos, Bustos Chiecher. La entrega fue el 6 de febrero de 1984, la mujer -Azucena- me dijo ´aquí termina mi rol´. Él -Faustino Samuel- se mantuvo parco”.

“No había contacto entre los tres juzgados, pedía por él en uno y en el otro piso la jueza entregaba a mi hijo; según la jueza, para ´sacar las cosas rápido y no revolver más´. Y yo tenía el indicio para reclamar al Cunfi”, dijo Ana María. La intervención de la doctora Viviana Beigel permitió entender que como “el niño se dio en adopción plena, por el derecho a la identidad, ninguno de esos documentos puede ser destruido y obliga oficiar la búsqueda a todos los Juzgados de Menores.
Su padre y su hijo






Búsqueda de Ernesto Sebastián Ramos







La verdad faltante
Fernando Morellato Donna continuó la declaración que había comenzado el 9 de noviembre. Mantuvo la estrategia de autovictimización y descargo de responsabilidades y odios en terceros, sobre todo sobre el Jefe del D2, Pedro Dante Sánchez Camargo. El fiscal Dante Vega le consultó si la División Cuerpos -Motorizada, Caballería e Infantería- tuvo relación con la denominada “lucha contra la subversión”, cuestión que Morellato descartó: “no sólo que no lo sé, sino que me parece que no”. “Cuando nos llamaba el Comando Radioeléctrico decía que debíamos trasladar a los detenidos al D2. Ya sabíamos que por algo era, porque nosotros pedíamos el antedecente, allí salía si tenían alguna militancia. Pero nunca tuvimos una relación estrecha, ni yo ni el Cuerpo”.

Vega leyó un expediente que da cuenta de un operativo en 1975 realizado por el Cuerpo de Motorizada y en el cual figura que Morellato detuvo a militantes de Montoneros, entre ellas Ana María Bakovic -compañera de Oscar Ramos- que prestó testimonio en el turno anterior. El imputado dijo que no lo “descarta”, que puede haber sido “algo de rutina”. Mencionó que el Jefe de la Policía había sacado una circular en la cual ordenaba que cualquier detención que hiciera Motorizada debía resolverse trasladando “de inmediato” a los aprehendidos hacia la Seccional que correspondiera según la zona, o al D2 si se trataba de militantes políticos. Sin embargo, Bakovic declaró haber estado largas horas en la Seccional 25 antes de ser trasladada al D2. Ramos e Iturgay también pasaron horas allí antes de ser buscados por Sánchez Camargo.

Morellato sí recordó a la perfección que Motorizada acudió a un llamado del Comando Radioeléctrico por dos personas que estaban tratando de robar un auto, lo cual “mi gente impidió”. Sin embargo refirió una y otra vez que no tuvo participación alguna en las detenciones, traslados, interrogatorios y entregas de Ramos e Iturgay al D2. El abogado querellante Pablo Salinas le leyó tramo por tramo la nota de su legajo del 6 de noviembre de 1976, que da cuenta de la sanción que se le aplicó por haber malogrado una pesquisa de militantes. Ahí consta que Morellato detuvo a dos personas y las llevó a la Seccional 25, donde las interrogó sin los conocimientos necesarios para “sacar” información sobre el núcleo político al que pertenecían, que se dirigió a la Policía Federal donde, además de publicitar que tenía detenidos “insurgentes”, pidió un “elemento eléctrico mecánico” -picana- y que se lo facilitaron. También se lo responsabiliza por haberse quedado con un revólver calibre 22 que le retiró a Ramos. En la nota se repasan horarios de detención por parte de Motorizada, entrada y estadía de Ramos e Iturgay en la Seccional 25; sobre los hechos en general Morellato refirió que se relatan allí cómo “más o menos” fueron, excepto lo que se refiere a su participación.

Tanto acerca del legajo, como de la nota de pedido de sanción y del libro de novedades de la Seccional 25, Morellato asegura que se asentaba todo como pasaba, salvo errores o “agregados” cometidos por diversas personas, todas en su contra:
El 4 de noviembre a las 20 horas toma guardia, a las 23 un agente lo deja en su casa. Desde el Comando Radioeléctrico salen tras dos personas señaladas como próximas a robar un auto. Los detuvieron bajo los nombres de Carlos Alberto Inchaurraga y Jesús Alberto Olivera. Se trataba de Ramos e Iturgay. Morellato dijo que en ese momento estaba durmiendo en su casa -en pleno turno, que era de 20 a 8 de la mañana. “Todo cuerpo necesita descansar” dijo y movilizó a toda la audiencia-. Agregó que volvió a su lugar de trabajo en la mañana, pero eso tampoco consta en el libro de novedades.

Al momento del traslado de los detenidos desde la Seccional 25 hacia el D2, el imputado dijo que se encontraba en la Comisaría 16 de Las Heras porque salieron a un procedimiento citados por el Comando Radioeléctrico que resultó “sin novedades”. Rato después dijo que como “no hubo novedades” no se comunicaron con la 16. También repitió que “ellos” -Motorizada- no sabían nada ni tenían nada que ver con la persecución de “subversivos”, eso era competencia de Sánchez Camargo, con “personal a cargo” -desconoció si se trataba efectivamente de Eduardo Smaha y Osvaldo Fernández, como sí le afirmó en entrevista al periodista Rodrigo Sepúlveda-.

“¿Qué explicación tiene la nota de sanción de Sánchez Camargo si usted dice que no hizo nada?” insistió fiscalía. “¿Por qué me pasa a mí de un delito común a uno de lesa humanidad?”, pretendió repeler la consulta. “A mí se me van un poco los libros porque soy bastante sanguíneo”, se excusó al hacer una mezcla de temas y tiempos en su descargo. Luego especuló: “Sánchez Camargo a las 10 y media de la mañana se llevó a los detenidos y a las 11 y pico ya me estaba citando a mí, porque dijo ‘acá lo voy a enganchar’”. Reiteró la historia de su sobrino que, cursando el servicio militar y tercer año de medicina, debió huir de la represión hacia Brasil. Por su búsqueda y filiación con el joven sería supuestamente asediado por el jefe del D2 y el de la Policía, Julio César Santuccione.

Morellato dejó en claro que para noviembre de 1976 era Oficial Principal, último grado de subalterno; que su Jefe era el Comisario Emilio Alfaro; y que el segundo al mando fue Oscar Lillo hasta que se suicidó y -en los hechos y sin nombramiento- Alfaro le delegó responsabilidades de subjefe. Pese a ello, intentó desligarse: “Cualquier civil de la calle sabía mejor que yo o nosotros lo que pasaba en el D2”. “Se corre la bola de lo que puede pasar, pero si yo le digo que si sé de algún caso de torturas o de un solo hecho de desaparición le estaría faltando a la verdad”.

Repitió que del D2 no sabía nada, sin embargo en la primera parte de la declaración mencionó que se reunió con Sánchez Camargo en ese lugar: “Tenía temor porque me sorprendió que me citara un sábado a las 20 horas, estaba todo apagado, el despacho suyo estaba frente al ascensor, entré, me senté y me tuvo cuatro horas”. “¿Cuándo ocurrió esa reunión, antes o después del golpe de Estado?” preguntó el fiscal. “¡Noo! Ya estábamos en pleno tiempo militar, después de que se fue el gobierno debidamente constituido”, respondió el acusado.
                    
Vega aclaró que son dos personas las que mencionan en declaraciones la relación de Morellato con la Policía Federal en el contexto de las acciones ilegales durante la represión. Se refirió a Sánchez Camargo y Carmelo Cirella Paredes, que incluso declaró que el ex-agente de la Motorizada lo torturó tras detenerlo por delitos comunes-. Paredes -entonces agente de la Federal- dio testimonio del accionar conjunto policial, hechos retratados en el documental “7746 Legajo CONADEP” del periodista de Radio Nacional Rodrigo Sepúlveda. El acusado refirió que todo lo que hayan dicho en su contra tiene que ver con que tenía mala relación con ellos, porque lo odiaban. Pobre víctima...






Inquietudes
La jornada se completó con la breve citación al testigo Héctor Tomás Salcedo, en relación a la desaparición de su amigo Roberto Blanco. Salcedo resolvió la inquietud del Tribunal respecto al origen de la víctima: Blanco era cordobés, sus ocho años en la Provincia no modificaron su acento.

Por otro lado, con gran presencia de público y de las Madres de Mendoza, se realizó en las inmediaciones de Tribunales Federales una conferencia de prensa por parte de representantes de los Organismos de Derechos Humanos acerca de los preocupantes hechos de amenazas que desde antes de que empezara el presente juicio han sufrido jueces, abogados, familiares, periodistas. El acto de repudio se efectuó en el mismo Memorial a los desaparecidos de Mendoza, atacado al inicio de esta semana.

sábado, 10 de noviembre de 2012

075-M: Desapariciones de Blanca Santamaría, Oscar Ramos y Oscar Iturgay. 085-M: Desaparición de Rodolfo Vera

El más bonito
09-11-2012 | Dio su versión sobre los hechos que se le imputan en torno a los secuestros y desapariciones de Ramos e Iturgay, el ex agente del cuerpo de Motorizada de la Policía de Mendoza, Fernando Morellato. En su declaración mostró fisuras, contradicciones y revelaciones incriminatorias respecto al aparato represivo del Estado en Mendoza. Testimonios cercanos y militantes en relación a Blanca Santamaría y a Rodolfo Vera.

Seguir eternamente
María Rosario Carrera -Mariú- testimonió en el anterior juicio en relación a las desapariciones de su compañero y de su hermano, ahora lo hizo en el marco de la investigación por el secuestro de Blanca Graciela Santamaría. De reconocida militancia en el Partido Revolucionario de los Trabajadores -PRT-, Mariú explico que éste “estaba conformado por células. La célula que yo integraba estaba nucleada a través del grupo de teatro La Pulga, que realizaba actividades artístico-culturales, por lo tanto políticas”. La Pulga estaba integrada por Rubén Bravo -primer esposo de Carrera, desaparecido-, Osvaldo Zuin -desaparecido- y Raquel Herrera -“asesinada junto a Juan Bernal en La Puntilla, Luján”. “Blanca Graciela era nuestra responsable política al momento de su secuestro. Es una compañera muy querida, comprometida, rigurosa para cumplimentar con el estudio, la proyección y la reflexión. La recordamos con calma y respeto”, dijo Mariú -única sobreviviente del grupo- al explicar también sus funciones: “nos veíamos con frecuencia, siempre con trabajos a determinar alrededor de la Asociación de Actores de Mendoza”.

“Osvaldo Zuin y yo empezamos a militar desde el teatro en Villa Itatí, Buenos Aires. Con mi hermano Marcelo volvimos a Mendoza para continuar en el Partido acá, a través del contacto con Fátima Llorens. Fue Graciela quien reemplazó como responsable a Fátima cuando ésta fue detenida”. Los vínculos personales más estrechos que Graciela -estudiante de medicina- tenía en el PRT ya habían sido cortados: “su hermana Florencia -predecesora de Fátima como responsable-, detenida desde 1975; Víctor Hugo Vera -compañero de Florencia-, caído en Córdoba; su novio Claudio Sarrode, cayó antes que ella”, detalló Mariú.

Tras días sin noticias, en el grupo se enteraron del secuestro de Graciela por Zuin -entonces único contacto con el resto del Partido- que había logrado escapar del allanamiento a la casa de la familia Santamaría: “se escondió en un ropero y alguien lo ayudó a cruzar la medianera del vecino. El operativo fue de noche, entraron numerosos agentes de las fuerzas conjuntas, todos dormían, Graciela estaba convaleciente de bronquitis, se la llevaron enferma. Osvaldo se citó con la mamá de ella días después y oyó la versión de que la habrían visto en el Comando, con otras personas, descalza y con camisón como se la habían llevado. Para Osvaldo se profundizó una persecución ya muy dura, andaba sin lugar fijo. Hacia fines de 1976 fue detenido y trasladado a Córdoba, de donde se cree fue enviado de nuevo a Mendoza al Centro clandestino Las Lajas”.

“El ERP -Ejército Revolucionario del Pueblo- era el frente militar del PRT”, explicó la testigo ante la consulta del fiscal Dante Vega. Añadió: “había varias etapas hasta ser miembros del Partido, había tareas eminentemente sociales y otras de discusión, de propaganda, de difusión a través de criterios artísticos y políticos”. Dado el cerco represivo para mayo de 1976 -el día 15 fue el del secuestro de Graciela-, “tomábamos todas las precauciones, conocer sólo lo que había que conocer era parte de la seguridad de todos”.

“Nuestra militancia era quedarnos, trabajábamos desde el arte con gente muy humilde que jamás podría haber salido del país. Irnos hubiese sido un despropósito, un descompromiso con ellos y con nuestras ideas”, explicó Mariú. También consideró que no había hechos aislados, “hay todo un operativo dirigido, después me enteré de las caídas de los hermanos Talquenca, Granic, Beliveau, Virginia Suárez. Eran todos del PRT y no los conocía. El resto seguimos moviéndonos, trabajando y militando, participando en la Asociación, en obras, en el barrio”.

Mariú también recordó a Oscar Julio Ramos, como un “profesor de teatro, militaba en el peronismo junto a Ana Bakovic, su esposa”. De Graciela Santamaría y Osvaldo Zuin afirmó: “Dos recuerdos entrañables, de una dignidad humana muy grande, compañeros para aportar siempre a sus memorias vivas”. Y ofreció su lúcida interpretación: “Para esa época tener ideología de izquierda era delito, como aún lo es hoy para algunos tener ideología por la justicia. Nosotros hemos venido como familiares, como víctimas a este edificio; uno a uno hemos subido los escalones para llegar hasta acá, frente a este Tribunal. Aplicaron un plan de exterminio pero no pudieron con todo, no contra algo tan simple y extraordinario como es el amor tan profundo por los compañeros y la vida. No contaron con eso, no saben que existe el amor”.

Sin novedad: victimización y actos fallidos
En el marco de las investigaciones por las desapariciones de Oscar Ramos y Daniel Iturgay, el imputado Fernando Morellato Donna accedió a declarar. El ex-agente del cuerpo de Motorizada de la Policía de Mendoza intentó deslindarse él mismo y a su división de las responsabilidades en el accionar represivo de las fuerzas armadas y de seguridad durante la última dictadura cívico-militar.
Todas las menciones y relaciones que aparecen en el material probatorio de la causa fueron explicadas por Morellato como un involucramiento de su persona por parte de jefes policiales y de inteligencia con quienes tenía mala relación y hasta lo hostigaban. Juzgó que las investigaciones periodísticas sobre su actuación en el esquema de la desaparición sistemática de personas son falacias sustentadas en “dos papelitos”.

La estrategia: mostrar a superiores de otras divisiones como “demonios” y a él mismo como un eficiente y humano subalterno. “¿Saben quién era Sánchez Camargo?”, preguntó al Tribunal, “pareciera que ha sido una gran figura este hombre y no, ha sido un demonio” agregó. Acto seguido se resguardó diciendo que él se alejó de su entorno y del de Julio César Santuccione -jefe de la Policía de Mendoza-, por no compartir “la metodología de trabajo que tenían”. “Me quisieron llevar muchas veces” pero “no pisé nunca el D2 ni sé cómo estaba distribuido”. Sin embargo, en su declaración comentó que el Jefe de ese órgano lo citó y relató que mientras subía a su despacho pensó “es el fin de mi camino” y que creyó que “subía como subieron tantos y no bajaban nunca más”, dando a entender que sabía de qué se trataba y cómo actuaba ese centro de detenciones, torturas y desapariciones.

Morellato comentó su itinerario entre el 4 y el 5 de noviembre de 1976. La madrugada del 5, “a las 4.45 de la mañana fueron aprehendidos los hombres estos” -por Ramos e Iturgay- cuando intentaban “robarse un auto”; y a las 5.15 ingresaron a la Comisaría 25. Como no dieron sus nombres reales, cuando comunicaron al Comando la detención no surgieron rápido los datos de ellos y por eso quedaron demorados en la Comisaría, alegó Morellato. Sobre la presencia de los jefes del D2 en la 25 dijo que se enteraron de las detenciones porque la comunicación por radio tenía un canal abierto que escuchaban todas las divisiones. A diferencia de lo que le expresó al periodista Rodrigo Sepúlveda en el año 2004, Morellato sostuvo que no detuvo, ni vio, ni habló, ni supo los nombres de las “dos personas aprehendidas” en la Comisaría 25 -sede del cuerpo de Motorizada- el 5 de noviembre de 1976 cuando, pasadas las siete de la mañana, llegó a su turno laboral.

El imputado relató que el jefe del D2 -Pedro Dante Sánchez Camargo- llegó esa mañana temprano a la Comisaría junto al jefe de la Unidad Regional 1ra., Comisario General Suárez. Después de ‘no ver’ a los detenidos -que según Morellato estaban en “donde se cambia la gente, donde están los cofres” porque no había celdas-, dijo que salió a un procedimiento y que cuando volvió, pasadas las once de la mañana, se enteró de que se habían retirado Suárez primero y luego Sánchez Camargo con personal a sus órdenes. “Yo nunca le dije (a Sepúlveda) si fueron zutano o mengano”, se retractó de haber mencionado a Osvaldo Fernández Miranda y Eduardo Smaha Borzuk como quienes se llevaron a los detenidos. “¿Usted cree que me los iba a recibir -el jefe del D2- si estaban machucados o algo?”, dijo y se involucró en la entrega al D2 de los detenidos.

“El único que puede entregar detenidos a otra unidad” -se excusó- es el jefe de la dependencia. Y en la 25 no sabíamos si militaban en algún lado, ¡no!”. Pese a que recurre a las jerarquías para autoexculparse, relató que en la Comisaría decían que él “trabajaba bien” por lo cual el jefe le delegaba responsabilidades y decisiones. Agregó que allí funcionaba un Registro Civil y que eso echa por tierra las presunciones de que allí funcionaba un centro clandestino de detención, “son todas cosas infundadas, allí nunca se torturó a nadie, se lo digo por la memoria de mi madre”. “Santuccione había firmado una disposición interna” -explicó convenientemente-, a partir de la cual las “actuaciones” tras una detención no se realizarían más en la 25. Si habían “sospechas” de que quien era detenido “podía tener alguna militancia” se trasladaban “de forma inmediata al D2”.

Morellato dio a entender que Sánchez Camargo lo tenía perseguido, vigilado y hasta “sentenciado a muerte”. También dijo que “a los pocos días yo estaba de jefe en el D5” -Archivo Policial, en funciones en el mismo edificio que el D2. “Fui a reemplazar al comisario Carloni y me quedé 8 años”. Tanto la sanción como el “desprestigio” que dice haber sufrido, el imputado los explicó que obedecieron a su “brindarse tanto”. “Yo soy un tipo violento”, dijo en un acto fallido y corrigió: “¡no, no violento, sino rebelde!”. Pretendió echar por tierra, incluso, los fundamentos de Sánchez Camargo para aplicarle una sanción a mediados de noviembre de 1976 entre los cuales figura que pidió -en el marco de las detenciones de Ramos e Iturgay- una picana eléctrica a la Policía Federal para interrogarlos. También negó haberse quedado con un arma calibre 22 que tenían los detenidos y con 40 mil pesos.
Morellato: hechos, responsabilidades, señalamientos





Morellato: frases célebres





Denuncias cruzadas y pruebas
La declaración de Morellato fue interrumpida por el Tribunal para dar paso al testimonio de Raúl Vera, hermano del desaparecido Rodolfo Vera. El imputado se refería a los episodios que protagonizó con el agente de la Policía Federal, Carmelo Cirella Paredes -fallecido-, quien “perteneció y comandaba” según Morellato, “una bandita de asaltantes conformada por cinco Federales y un civil”. Cirella declaró ante la Comisión Nacional por la Desaparición de Personas -CONADEP- en las causas de Amadeo Sánchez Andía y Víctor Romano Rivamar. Esa declaración llevó a la investigación del Legajo 7746 de la CONADEP  por parte de Rodrigo Sepúlveda, donde se documenta la participación de la Policía Federal en el plan sistemático de exterminio. La exposición del imputado continuará en la próxima audiencia, el 22 de noviembre, a las 9:30 horas.

Dada la importancia de las referencias que en distintas oportunidades Cirella Paredes hizo respecto a la responsabilidad del imputado, el fiscal Vega -con aval del doctor Fernando Peñaloza de la Secretaría de Derechos Humanos-, ofreció como prueba el testimonio de Paredes en relación a la Causa 073-Y “contra Tamer Yapur y otros”, así como la validación de veracidad de los pronunciamientos del mismo en las investigaciones citadas. Además de los antecedentes en este tipo de incorporación probatoria amplia -como los casos de la declaración de Sánchez Camargo y de la convalidación de que la prueba es de carácter oficial público, como en la Causa Fonseca- las partes acusatorias se remitieron a la reciente sentencia definitiva de Casación en relación al segundo Juicio por delitos de lesa humanidad en Mendoza. Finalmente, el Tribunal se expidió en oposición al rechazo de la prueba expresado por Ariel Civit, abogado de Morellato y dio lugar a las incorporaciones probatorias.
Doctores Vega y Peñaloza sobre amplitud probatoria y resolución de Casación





Algo digitado, bien armado
Raúl Oscar Vera viajó desde La Pampa para prestar testimonio en el marco de la Causa 085M que trata las desapariciones de Rodolfo Vera -su hermano- y de otros militantes del Partido Comunista Marxista Leninista (PCML). Estos secuestros y desapariciones se dieron a partir del denominado “Operativo Escoba” de orden nacional. De su testimonio se desprende la interacción permanente y organizada de las fuerzas militares y policiales para perpetrar el plan sistemático de exterminio: “esto era todo un sistema lo que estaba funcionando, daba igual cualquier fuerza” que interviniera en los operativos de detención y secuestro.

Raúl era allegado y colaborador del PCML, sin el nivel de participación de su hermano en la orgánica. Comentó que Rodolfo, antes de ser secuestrado de su casa el 6 de diciembre de 1977, sabía que estaba siendo buscado. La casa materna en la que vivía junto a sus padres, su hermano Carlos y su hermana fue allanada antes del secuestro. En esa ocasión un grupo de agentes -con uniformes y vestimenta evidentemente militar- entraron a la casa, revisaron todo, excavaron en el patio buscando algo particular. Se trató de un gran dispositivo, rodearon la manzana y hasta entraron por los techos y casas de los vecinos.

Sobre el secuestro de Rodolfo dio cuenta de que “se lo llevaron” de la mimbrería en la que trabajaba y estaba pasando la noche, propiedad de Néstor Carzolio. Supo de lo sucedido al día siguiente por comentarios que los vecinos hicieron a su hermano Carlos. Luego de eso, Raúl pasó varios días sin ir a su casa ni frecuentó los lugares de siempre porque estaban “esperando que vinieran a buscarnos también a nosotros”.

También contó que uno o dos días antes de que secuestraran a Walter Domínguez y a Gladys Castro, se juntó con él en un café para contarle lo sucedido con Rodolfo y advertirle que no debería volver a su casa, cuestión que Walter desestimó porque tenía que buscar a su esposa embarazada de 6 meses. Sobre lo sucedido con Alberto Jamilis comentó que en el marco de su detención violenta debió entregar la llave de la mimbrería, lo cual permitió que los efectivos entraran al local para detener a Rodolfo sin romper la puerta.

Siendo un “allegado”, Raúl asumió la responsabilidad de transformarse en contacto esencial para la supervivencia de militantes del PCML. Por ese motivo viajó a Buenos Aires y volvió para coordinar las salidas de Julio del Monte, Osiris Domínguez, Cristina D’Amico, Elena Farrando, Fredy Irusta, su hermano Carlos y Mirta Hernández, ex-esposa de Rodolfo Vera. Se trasladaron a Capital Federal y días después partieron a la Costa. En Mar del Plata, junto a militantes de otras provincias, se dividieron en dos casas. Una de ellas fue atacada por un operativo de las fuerzas represivas y “cayeron” cuatro de las cinco mujeres: D’Amico, Farrando y dos chicas de Buenos Aires. Mirta Hernández se salvó.

Raúl y su esposa se fueron a Córdoba y hacia octubre de 1979 estaban instalados en Bariloche. Allí fueron detenidos, ambos en sus respectivos trabajos. Raúl fue interceptado en el camión con el que hacía repartos, por un grupo de cuatro personas de civil y en autos sin patentes -Falcon viejos y verdes-, en apariencia y por su actitud serían agentes policiales.  A su esposa la fue a buscar un operativo militar a la Coca Cola. Los llevaron a un cuartel próximo y quince días después los trasladaron en avión a Mendoza y los dejaron en el D2. Allí volvieron los interrogatorios, violentos y con torturas en el caso de Raúl. A ambos les decían que sabían quién era Rodolfo Vera -detenido casi dos años antes- y qué hacía, como si no lo tuvieran ni lo hubiesen tenido en su poder.

En el D2, recordó Raúl, se le acercó un “muchacho” que lo reconoció “de toda la vida”, del barrio. El agente le dijo “te vine a ver, qué hacés acá” y se mostró amigable. Por la voz, lo reconoció como uno de los agentes presentes mientras le aplicaban torturas. Se trata de una persona al que decían “Chiva”, de apellido Gómez. Raúl recuerda y reconoce como figuras distintivas a cuatro agentes que frecuentaban a los detenidos, jugando los roles característicos como “el bueno” -que luego resultaba ser un salvaje en la tortura- y “el malo”; y otro que distinguían por un fuerte perfume.

Tras casi un mes fueron trasladados a la Penitenciaría. Seis meses después intentaron hacerles un juicio sumario militar en el Comando. Luego de tenerlos parados y contra la pared durante una hora y media, los militares decidieron declararse incompetentes y los remitieron a la Justicia Federal, donde se dictaminó su libertad.

Finalmente, Raúl Vera comentó que para la época del Operativo Escoba, se comentaba entre la militancia que un dirigente nacional del PCML, “El Tano” González, había caído herido por las fuerzas represivas, que lo detuvieron y que probablemente fuese él quien dio datos sobre compañeros que permitió llevar a cabo ese Operativo nacional.