viernes, 1 de julio de 2011

Audiencia del 30 de junio

Causa Olivera/Rodríguez Jurado
EL DESPUÉS DE LAS HIJAS DE RAFAEL Y NORA
Se escuchó el testimonio de la Directora del Centro Cultural N°3, María Mirta Pericic de Alsina, cuyas maestras se hicieron cargo de tres de las hijas del matrimonio inmediatamente después del secuestro y desaparición de  sus padres. En tanto Ricardo Puente, tío político, dio cuenta de la crianza posterior y de la adopción de las cuatro niñas; de suerte tal que dejaron de ser Olivera para llevar por apellido paterno Puente.
María Mirta Pericic de Alsina
El lunes 12 de julio de 1976 se encontraba con licencia cuando, con motivo del secuestro de Nora Rodríguez Jurado, nadie fue a retirar de la guardería a las niñas María Soledad y María del Rosario; Pericic se apersonó en el establecimiento y dispuso que la maestra se las lleve consigo. Ratificó anteriores declaraciones que indicaban que al día siguiente aparecieron en la puerta, Jimena de 5 años con la bebé Guadalupe en brazos. Ante esta situación inusual recurrió a la seccional 4ta. de Policía pero, a pesar de su desesperación, no le tomaron la denuncia.
Además, se comunicó con las autoridades municipales quienes se presentaron con un abogado; entre los reunidos decidieron que las tres alumnitas quedaran a cargo de sus respectivas maestras: Jimena con la Sra. Sícoli y Soledad y Rosario con la Srta. Crayón; mientras que  a la pequeña Guadalupe se la llevó la esposa del  Intendente de Mendoza Tte. Cnel. Molina.
En esos momentos entre el personal del establecimiento corrían rumores que había habido un tiroteo; en ese sentido el Tribunal y la querella indagó, sin resultados, cuál era la fuente de la versión.
La testigo manifestó haber trabado una cordial relación con los abuelos de las cuatro niñas que vinieron en busca de ellas y finalmente, se las llevaron a Buenos Aires.

Ricardo Alfredo Puente
Esposo de una hermana de Rafael, llamada Rosa María; ambos se ocuparon de la crianza de las cuatro niñas junto a 10 hijos propios.
El testigo intervino en el traslado de las niñas de Mendoza a Buenos Aires y consiguió que la abuela materna, a cargo de las criaturas, accediera entregárselas para albergarlas en San Pedro, Pcia. de Buenos Aires, cuando todavía corría en año 1976. Además describió el vínculo especial que lo unía al Desaparecido: “Con Rafael compartíamos la fe en el Señor”, dijo y ofreció algunos detalles la religiosidad de la familia Olivera; resaltó que la madre de  Rafael le compraba ropa en la esperanza que en algún momento lo encontraría.
Interesados por el ex Jefe de Policía y oficial del Ejército, Alberto “Meneco” Olivera, primo de Rafael, sospechado de haberlo entregado, Puente dijo no saber nada de él porque lo vio unas pocas veces en reuniones familiares.
A pesar del carácter ceremonioso de la declaración Ricardo Puente, su relato no aportó datos significativos a la causa que investiga la Desaparición de Rafael Olivera y Nora Rodríguez Jurado. Tal vez lo más valioso de su testimonio fue la lectura de una carta de Rafael Olivera, casi un legado político, que permite revivir su pensamiento sobre el sistema de relaciones socioeconómicas y da carnadura a la concepción de los católicos postconciliares, que sin renunciar a su fe y práctica religiosa, intentaron la transformación social desde la opción por los pobres. En la carta escrita en 1970, desde Alemania, el joven también pide a Ricardo y a su hermana Rosa María que apadrinen a su hija que está por nacer y se hagan cargo de ella si algo le sucediera.
El matrimonio cumplió a cabalidad con el encargo pero fue un poco más allá  de la crianza de las niñas, cuatro años después, en 1.980, sorteando los impedimentos legales las adoptó; actitud, por lo menos opinable desde el punto de vista de la construcción de la identidad de las hijas de los Desaparecidos. Las cuatro jóvenes hoy llevan el apellido Puente y sus papeles de filiación no coinciden con lo sucedido en el umbral de sus vidas.

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