domingo, 9 de diciembre de 2012

076-M: Privaciones de la libertad de Martín Lecea, Roberto Vélez y Oscar Guidone

Campo con cura
07-12-2012 | En el VIII Comando de Comunicaciones de montaña funcionó un campo de concentración por el que pasaron cientos de detenidos. Ramón Puebla y Dardo Migno fueron los respectivos jefes. Las torturas eran aplicadas por personal del Ejército y los mantos de silencio por Rafael Rey, capellán militar. Los ex detenidos Rafael Morán, Mario Gaitán y Oscar Guidone narraron el terror y sus esquemas.

Clases de tortura
“El ingreso irrestricto a la Universidad, en Medicina particularmente, era una pelea constante, una forma de militancia que movilizó a los jóvenes. Si había una toma, de 600 iban 500. ´Medicina socializada en una patria liberada´ era uno de los lemas. El Frente de Estudiantes de Medicina -FEM- era derivación de Vanguardia Comunista, había contacto con la realidad social, un trabajo de los estudiantes en los barrios periféricos. Yo tenía cuarto año cursado, era ayudante de cátedra de Parasitología, hacía las prácticas en el Hospital Central”. El testimonio es de Oscar Martín Guidone, testigo y víctima, secuestrado el 2 de junio de 1976.

A Guidone fueron a buscarlo a la casa de sus padres, donde vivía. Uniformados de verde entraron armados y se lo llevaron mientras le preguntaban por un mimeógrafo. “Hicieron un desastre”. También violentaron la casa de enfrente donde vivía Amalia Valenzuela, su ex novia. “Me subieron a un vehículo, me llevaron, me tiraron en un lugar, alcancé a ver borceguíes, pantalones verdes”.

Guidone estaba bajo control del Ejército, en dependencias del VIII Comando de Comunicaciones de montaña, en el “LRD” -Lugar de Reunión de Detenidos-: “Un galpón tremendo con 200, 250 detenidos, un campo de concentración, una cuadra militar, aislada. Todos hombres, se decía que las mujeres estaban en otro lado. El perímetro de alambre de púa tenía soldados apostados con ametralladoras. El galpón con cuchetas estaba a siete escalones del piso. Había dos baños, en uno nos preparaban para la tortura, nos vendaban y ataban. Los ´paquetes´ los cantaban de las listas y los llevaban los conscriptos y suboficiales, después el paseo. Los militares se comunicaban por radio, decían ´elerredé´, andaban en uniformes de combate. Los presos éramos de todos los colores políticos y sociales. De día pendía una espada de Damocles sobre cada uno de nosotros. Vivíamos de noche porque a la noche no iban los torturadores. Ellos parecían marcar tarjeta, de 8 a 18. De noche se prendían las radios, intercambiábamos libros, ayudábamos a los que habían sido torturados, hablábamos. Después de la segunda tortura caí en un pozo, no podía entender cómo un hombre torturaba a otro, cómo eran capaces de hacer esto, pasé semanas sin querer hablar con nadie. El Negro Vélez, Mario Gaitán, Ventura Pérez me ayudaron".

“En un lugar reducido, me cuelgan a una pared por las manos y los pies colgando sin tocar el piso, me golpean durante horas. Ni sabía cómo me llamaba, miraba la escena desde otro ángulo, desconectado. Me devuelven al LRD casi muerto, por mis compañeros me llevan al Hospital Militar. El doctor Pradella, médico del sindicato municipal donde mi papá era secretario gremial, me diagnostica la segunda eclosión del bazo, riesgo de derrame biliar, voy a quirófano. Me despierto en una sala con soldados custodiándome”.

A los veinte días el segundo interrogatorio: “Me sacaban la ropa tras cada pregunta, ´lo vamos a matar al rengo”, decían por mi papá. En algo como una mesa de ping pong me atan con cadenas y me empiezan a dar picana a manivela, como si intensificaran el voltaje de modo manual. Los interrogadores daban una clase de tortura. Alguien de acento bonaerense daba las indicaciones: ´dale más máquina´. Me hicieron intentos de fusilamientos, me pasaron un cortafierros por la planta de los pies, corriente en el ano, dijeron ´dale con todo´, de tal modo que mis músculos se contrajeron y cortaron las cadenas, alguien, un médico me puso un estetoscopio”. El juez Antonio Burad preguntó a Guidone: “¿Usted cree, por deducciones de ese momento o investigaciones posteriores, que había una organización destinada a torturar?” “Sí, particularmente en la segunda sesión tuve la impresión que había una persona que daba clases de tortura, mantenía la coherencia discretamente, daba las indicaciones de cómo se hacía”, explicó.

Sobre la estructura y cadena de mandos del campo de concentración agregó: “El jefe era Migno. El sargento Peralta estaba a cargo del lugar. Uno de los torturadores era Pagella, iba de civil, se hacía el bueno para sacar información. El padre Rafael Rey -capellán castrense-, debía saber absolutamente todo esto que nos pasaba”. La novia de Oscar estaba embarazada, el padre de él quería que se casaran, habló con el capellán, Rey accedió. Fue en el despacho de Migno y la misa en la capilla del Hospital Militar: “había pocos santos en la iglesia, las empanadas fueron compartidas con mi compañeros de desgracia. La obligación de ser padre, la alternativa de decir ´no, andate´. Mi hijo nació cuando estaba en cautiverio, mi papá falleció”.

“Tené paciencia hijo, dios sabe lo que hace” eran las palabras que el hoy monseñor brindaba a los torturados. “La mayoría de los detenidos era creyente. Rey era su confesor. Cuando llegaba lo llevaban hasta la última cama, donde estaba, digamos, el último torturado. El vio gente torturada, empezando por mí, él sabía todo”, reiteró Oscar.

En las instancias previas al traslado del 27 de septiembre de 1976, Guidone recordó a otros compañeros de cautiverio: Gutiérrez, un trabajador de Luján; Marcos Garcetti; los periodistas Morán -Rafael y Orlando-; y Martín Lecea, “un hombre íntegro”. El viaje hasta el aeropuerto El Plumerillo fue en camiones del Ejército, previo paso por la Penitenciaría, donde levantaron más presos: “Nos subieron al Hércules 130, encadenados entre nosotros y al piso del avión. Uno de ellos me restregó un bastón en la cabeza donde tengo un problema congénito, de tal modo que me dejó el cráneo en carne viva, como si me hubieran quemado. La herida me provocó una infección bacterial que está alojada ahí. Se ensañaban con los más vulnerables, Bustelo con su espalda azul por los golpes, Di Benedetto con los anteojos rotos todos los días”.

“En la U9 de La Plata nos recibieron a los golpes tipos con guardapolvos blancos, con carpetas bajo el rótulo ´subversivos´. Nos mandaron a las celdas de máxima seguridad, un cuadradito para pasar la comida y una ventana al techo. La Comisión Interamericana de Derechos Humanos -CIDH- visitó el Penal, según los dictadores ´una cárcel para mostrar´. La historia esta del miedo que ellos querían, no les funcionó. En la misma cárcel, como Vanguardia Comunista había desaparecido, por mi compañero Roberto Vélez me integré al Partido Comunista. En el 77 viaja un juez con secretario a La Plata. Mis supuestas armas de guerra eran un carnet de la biblioteca de la Facultad de medicina y un mimeógrafo, algo para transmitir ideas -algo que les molestaba-, algo que además no tenía”, dijo la víctima. El fiscal Dante Vega evidenció: “Por resolución judicial, Guidone recibió sobreseimiento provisorio de parte del juez federal Gabriel Guzzo en febrero de 1978. Fue liberado en agosto”.

Oscar Guidone recordó a compañeros y compañeras de Medicina: “Siento en el alma sus ausencias. El Chino -Luis- Moriñas, entrañable, heladero en Soppelsa; Piri Lillo, excelente compañera; Susanita Liyera; el doctor Carlos Espeche, monitor en Anatomía, excelente persona”.

Guidone nunca concluyó su carrera, volvió a Argentina por los juicios. “Agradezco que me hayan permitido contar lo que me pasó” dijo al Tribunal.






Ejército concentrando
Rafael Morán y Mario Gaitán recordaron su paso forzoso por la VIII Compañía de Comunicaciones, ambos dieron constancia de que Roberto Vélez y Oscar Guidone pasaron por ese centro clandestino de detención. En los testimonios, el ex teniente Dardo Migno Pipaón, apareció como un alto mando con presencia activa en las sesiones de tortura.

Rafael Morán -detenido el mismo día del golpe- era jefe de Policiales del diario Los Andes y estuvo en Comunicaciones hasta el 5 de agosto de 1976. En su relato aseveró que compartió su estadía con Oscar Guidone  -“lo asistí luego de que lo torturaran”- y también que supo que Roberto Vélez cayó en ese reducto. No pudo ubicar a Martín Lecea en ese centro clandestino que, según sus cálculos, albergaba “entre 200 y 400 personas”.

El periodista dijo además conocer a todos los imputados, algunos por su profesión y a otros por contacto directo. Respecto al personal del Ejército en Comunicaciones expresó: “a Peralta y a Migno los conocí y también a Pagella, que forma parte del grupo de torturadores”. De Ramón Puebla dijo que “estaba al tanto de que era el jefe del lugar en el estábamos detenidos”. Señaló además que cuando iba a pedir por la libertad de Norma Sibila, su compañera, lo atendían Gómez Saá o Tamer Yapur.

Mario Gaitán relató detalladamente su cautiverio en centros clandestinos de detenciones y penitenciarías, se quebró en varias ocasiones, especialmente cuando puso en conocimiento la violación reiterada de su novia Edith Noemí Arito que también pasó por el D2.

Además de relatar con detalles las salvajadas que se cometían en el mayor centro detención de la provincia, recordó a un agente que le decían “el puntano” y que su pareja le había referido la permanencia del cadáver de un detenido en el baño del lugar.

Respecto a la Compañía de Comunicaciones dijo que era “un verdadero campo de concentración,  donde se palpaba la degradación humana”. Habló de la asistencia que le brindaron a Oscar Guidone, cuando a este lo trajeron de “la salita” -nombre que se le daba a la habitación de Comunicaciones utilizada para los interrogatorios-; también relató una situación similar vivida con Roberto Vélez. “No quiero dejar pasar por alto las denuncias que le hicimos al capellán de Comunicaciones, Monseñor Rey, le pedíamos que hiciera algo para que parara la tortura y nos decía que iba a hablar con los altos mando de la Iglesia y del Estado” agregó.

A Martín Lecea lo citó entre los detenidos que estaban en la Compañía de Comunicaciones y como parte de los 130 presos políticos que en septiembre de 1976 fueron trasladados a Buenos Aires, al igual que Guidone. Gaitán permaneció en La Plata hasta su liberación en 1978, pero a mediados de 1977 fue citado por el teniente Migno para firmar una declaración de culpabilidad. Rememoró que fue el mismo Migno quien le puso la venda en los ojos y que escuchó su voz cuando era brutalmente golpeado por resistirse a poner su firma.

Además de contar su historia, Mario se quejó por el abandono del Estado durante años, recordó en varios pasajes a su compañera, al padecimiento vivido y habló de su actual estado de salud “no lo ha podido superar, ella al igual que yo jamás recibimos algún tipo de contención psicológica”.

Para marzo de 1976 Mario Gaitán tenía 21 años, militaba en el Peronismo de Base y pretendía “subvertir el orden” haciendo trabajos sociales junto al padre Jorge Contreras. Su compañera andaba por la misma edad,  no tenía ningún tipo de militancia política.






Móviles
El presidente del Tribunal, Antonio González Macías hizo precisiones respecto a las próximas jornadas de audiencias. Las testimoniales serán retomadas el 20 y el 21 de diciembre y se solicitó a las partes ir contemplando el cierre de eventuales testigos hasta el próximo 8 de febrero, cuando se inicie la etapa de alegatos. La defensa del imputado Fernando Morellato apuntó entonces a dos posibles testigos. Se trata de dos de los tres policías de Motorizada que intervinieron en el procedimiento de la supuesta sustracción vehicular por la cual supuestamente fueron detenidos Oscar Ramos y Daniel Iturgay, desaparecidos desde la madrugada del 5 de noviembre de 1976, según consta en registros de la Policía de Mendoza. Bruno Medina y Manuel Martínez serían los convocados, el tercero es el conductor de “Oscar 28”, el móvil en el cual se desplazaron los agentes.

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