viernes, 2 de noviembre de 2012

075M: Desapariciones de Roberto Blanco y Blanca Santamaría

El rol civil, la policía cerca
1-11-2012 | La reconstrucción en base a los testimonios sobre los hechos que concluyeron con los secuestros y desaparición de Roberto Blanco dieron luz a su causa. Sospechas más firmes sobre el rol del civil Oscar Simone en torno al espionaje en la Dirección de Transportes de la Provincia. Con las dos personas testigos del secuestro de Blanca Graciela Santamaría, su madre y un vecino, se dio inicio al tratamiento por su desaparición.
Memorial por las más de doscientas personas desaparecidas en Mendoza, frente al Tribunal Oral Federal 1
Transportes y fusilamiento
“Usted definió primero desaparición y posterior homicidio de Roberto Blanco. A Roberto Blanco lo mataron, dijo usted”, recapituló el juez Antonio Burad ante Nora Amira Cadelago, empleada del área de Transportes de la provincia desde 1971 y, hacia 1976, novia del desaparecido. “Por supuesto”, dijo la testigo. Lo mismo respondió respecto a que Ramón Arrieta Cortéz -subjefe policial, segundo de Julio César Santuccione-, Alberto Ruiz Soppe -jefe de la Regional San Rafael-, Dalmiro Podestá -médico forense del centro clandestino de detención D2- y Calixto Cuesta -interventor militar en la Dirección de Transportes después del secuestro de Blanco, el 1ro. de abril de 1976 y jefe de Nora-, sabían lo que le había pasado a Roberto Blanco, “no es posible que no lo supieran”.

Nora contó “una relación maravillosa con Roberto, en esos tiempos tener una relación afectiva con una persona separada era difícil. Héctor Salcedo, Roberto Jaliff y él eran inseparables. Lo más íntimo era la relación política. Empezamos a ver los desastres en las facultades, ¿cuándo se terminará esto? decíamos, una persecución terrible, la policía por todos lados. Roberto estaba a cargo de la Dirección de Vías y Medios de Transporte y ETOM -la Terminal-, y era parte de la Juventud Sindical Peronista”.

A mediados de enero de 1976, Roberto “no apareció en el trabajo, dejó de venir, de aparecer, de estar, anduvimos en averiguaciones, eran verdaderas amansadoras del terror, mentían, que había estado en tal lugar, que no, callaban. Con Aldo, mi padre -jefe nacional de la Policía Ferroviaria- anduvimos por todos los recovecos. Él habló con el subcomisario Arrieta Cortéz para que lo liberaran. El comisario Ruiz Soppe me citó a la central de calle Mitre y dijo ´no lo busque más acá, no se meta más, va a terminar mal´; yo no tenía miedo, tal era mi afán de encontrarlo”, contó Nora. Tiempo después, tras la desaparición de Blanco, el mismo Ruiz Soppe, sería uno de los interventores en Transporte: “Le tenía terror, pasaban marchando por las oficinas de la Terminal, él al frente de los policías, intimidando al personal”.

“Una tarde Roberto apareció acompañado de mi padre. Parecía un monstruo, herido del cuello a la ingle. No quería hablar, entre lágrimas contó que -era de gran contextura- lo tiraban al piso para torturarlo, lo ataban con pretales sobre camastros de hierro para la picana, lo pateaban hasta hacerlo vomitar sangre. Cuando entraba luz en las celdas del D2, veía las paredes llenas de sangre y pelos. Allí se encontró con su adversario Juan Basilio Sgroi, tras la tortura se masajeaban y entre sí comentaban ´te das cuenta hermano, los problemas en los que nos metemos´. Permaneció enfermo en mi casa hasta el segundo secuestro. En el interregno veíamos cómo desaparecían a los chicos”.

A fines de marzo, la Policía llamó a casa de la testigo para citar a Blanco respecto a papeles requeridos. Atendió Nora y comunicó a su novio. Aldo Cadelago aconsejó que se presentara, lo acompañó su amigo Héctor Salcedo. El 1ro. de abril Salcedo llama desesperado a Nora preguntando si Roberto no estaba en casa, hacía dos horas que había entrado al Palacio policial y los policías se lo negaban. No volvieron a verlo. Por la esposa de Podestá -médico del D2-, amiga y compañera suya y de su hermana en Transporte, la testigo fue alertada de que no lo buscara más: Podestá habría visto su cadáver en el D2, “a todos los que mataron debe haber visto él”.

En Transporte, la línea jerárquica de los interventores quedó un tiempo encabezada “por Calixto Cuesta -en lugar de Sgroi-, el subcomisario Murúa -en lugar de Blanco-y el sargento Coria como ayudante técnico. Cuesta me citó ante ellos para decirme que había sido testigo del asesinato de Roberto: en el mismo D2, arrodillado y encapuchado, fue fusilado con dos balazos en la nuca”, relató.

Cadelago destacó el aire de espionaje y persecución que había en la repartición pública y sobre todo en ese área: “andaban civiles vigilando siempre, era terrible, íbamos a comprar con el documento”. Relacionó al sospechado Oscar Simone -actuante al servicio de la represión, integrante del Batallón 601- como posible entregador de Blanco -“que lo conocía y no lo quería”. “Cuando lo ví hace unos años en televisión -seguía siendo compañero de trabajo- como sospechoso de marcar personas, até cabos, recordé que a las chicas de la Juventud Universitaria Peronista -JUP- les daba clase de gimnasia en su casa, a los chicos de Montoneros los tenía engañados. De la Dirección lo mandaron al Archivo judicial, en la ex bodega Giol, justo donde está toda la documentación de esos años”.

El doctor Pablo Salinas, representante del MEDH solicitó que Fiscalía acepte una ampliación de la información de la testigo, específicamente en relación al rol de Simone. El fiscal Dante Vega accedió y además pidió la citación testimonial de Calixto Cuesta y la nómina de empleados de Transporte de la época.

Salomón Leonardo Fioretti -de 18 años de edad a principios de 1976 cuando fue secuestrado junto a sus padres y sus dos hermanos mayores- completó el cuadro de la persecución sufrida por su familia y relató observaciones directas sobre la situación de un detenido junto a él en el D2 hacia el 14 de enero de ese año. Por las descripciones de Fioretti es muy probable que se trate de Roberto Blanco, entonces secuestrado por primera vez.

Salomón manifestó el gran despliegue operativo que se produjo en la casa familiar de Guaymallén donde redujeron a todo el grupo: “más de treinta personas, con civiles caracterizados al frente, secundados por uniformados color caki”. En el traslado pudo advertir que ingresaban por calle Peltier, es decir por la parte trasera del Palacio policial. Fue llevado a la “planta alta del D2, a una área de ocho celdas en dos alas y una celda mayor al fondo, ahí tenían a ´Yani´ Sgroi. Por él le preguntaron a Fioretti dos días después mientras era golpeado por tres personas. Su hermano Alejandro fue bajado a la sala de torturas a un fuerte interrogatorio, lo que provocó la bronca del resto de los detenidos.

Por debajo de la puerta de una de las celdas, Salomón pudo ver a la persona que la noche del 14 de enero -a horas de su detención- no paraba de gritar: “fue lo primero feo feo que vi, un hombre de contextura robusta, con custodia, esposado al piso, se le subían arriba para golpearlo, vi sus borceguíes. Lo levantaron, se lo llevaron al fondo y lo volvieron a traer. No volví a verlo”. El testigo reconoció el perfil de Blanco entre las fotografías de los desaparecidos. Lo alcanzó a ver “caído, con sólo un pantalón largo como vestimenta, los brazos hacia atrás y moretones grandes en el dorso y en el cuello”.

Fioretti fue trasladado a la Penitenciaría Provincial -“un paraíso al lado del D2”- y puesto a disposición del Poder Ejecutivo el 24 de diciembre de aquel año. Antes había sido “entrevistado” por Santuccione y Otilio Romano en los juzgados federales, en la habitual farsa indagatoria. “A mí me golpearon en los riñones para amedrentarme, una caricia al lado del horror que vi”, dijo respecto a casi su año de detención ilegal y a la suerte de Blanco.

 “¡No ve que es preciosa!”
Se abrió la ronda de testimonios referentes a la desaparición de Blanca Graciela Santamaría, quien fue secuestrada de su hogar, en el Barrio UNIMEV de Guaymallén, cuando tenía 24 años y cursaba quinto año de la carrera de Artes en la Universidad Nacional de Cuyo. Su detención se dio en el marco de un gran operativo que duró varios días y en el cual numerosos militantes del Partido Revolucionario de los Trabajadores (PRT) corrieron la misma suerte.

Al momento del secuestro, en la casa familiar vivía Blanca Lidia con su esposo, Luis Antulio Santamaría, sus hijos -Luis Beltrán y Blanca Graciela- y su nieta -Ana Graciela-. Otra de sus hijas, María Florencia (madre de Ana), estaba en ese momento presa. Había sido detenida del 30 de abril al 1ro. de mayo de 1975 en Las Heras.
Expedientes y prontuarios en los pasillos del D2 y del D5, Informaciones y Archivos de la Policía Provincial
Blanca Lidia del Valle Calderón de Santamaría, madre de Graciela, se presentó con sus 88 años y las huellas del tiempo y la lucha frente al Tribunal. Sin que sus dificultades para escuchar -atendidas por su nieta Ana Vera que la acompañó durante todo el testimonio- fuesen obstáculo para revivir y contar una vez más su historia, Blanca Lidia relató cómo alrededor de la 1.45 de la madrugada del 15 de mayo de 1976 “sonó el timbre de mi casa, y mi hija (Blanca Graciela) que estaba durmiendo conmigo me dijo ‘Mamá, la policía´...”. Cuando Calderón abrió la puerta, ya había agentes en el fondo de la casa que habían accedido por la del vecino. Se trató de un gran operativo que contó con cerca de veinte personas encapuchadas, la mayoría con uniformes verdes, con armas de diversos tipos y que se movilizaban en, al menos, cinco autos, Ford Falcon verdes sin matrícula.

Cuando los secuestradores ingresaron violentamente a la casa, le preguntaron a Blanca Lidia quién era la joven en el dormitorio. Les contestó que era su hija Blanca. Los captores dijeron “Venimos por ella”, “¿por qué?” preguntó la señora. “Porque ha traicionado el movimiento”, respondieron. Luego obligaron a Calderón a encerrarse en el baño con su nieta, menor de dos años, donde estuvieron apuntadas permanentemente. Su marido fue obligado a punta de arma a mantenerse acostado. Se llevaron a Blanca, de quien escuchó por última vez “un grito desgarrador de ‘¡Mamá!”.

Al rato de la partida del operativo, volvieron a la casa de la familia en busca de un joven que había sido albergado por la familia y que, aunque Calderón no recordó de quién se trataba, según consta en la querella se trata de Osvaldo Zuin Michelan. El joven ya había logrado escapar primero a la casa del vecino Héctor Toledo, donde pudo esconderse en la primera parte del operativo y desde donde el hombre lo ayudó a huir por una pared hacia otra calle, con lo cual se salvó de ser detenido. Zuin cayó en las garras del terrorismo de Estado en enero de 1977 en Córdoba, tras lo cual estuvo en el Centro Clandestino de Detención “La Perla” y luego habría sido trasladado a Mendoza a “Las Lajas”. Integra la lista de detenidos-desaparecidos.

Tras la lectura del nombre de los imputados, Calderón expresó que conocía a Juan Agustín Oyarzábal -Jefe de operaciones policiales-, porque la madre y hermana del mismo vivían frente a su casa. Comentó que luego de la desaparición de su hija se lo cruzó y le consultó si él no podía hacer o averiguar algo. La respuesta del represor fue: “Deje de pensar esas cosas y críe a esa niñita”, en referencia a la nieta.

Héctor Toledo, jubilado y dirigente gremial y vecinal desde aquellos años, también prestó testimonio en esta audiencia. Ratificó las características y dimensiones del operativo, así como la pertenencia militar y/o policial de los captores. Comentó cómo ingresaron a su hogar y desde allí pasaron a la casa de su vecina. Luego se encontró con el joven Zuin, quien pudo esconderse en la habitación de Toledo cuando pasaron por allí los efectivos. Cuando vio que los vehículos se marchaban, Toledo fue a la casa de al lado donde encontró muy maltratado al matrimonio. En ese momento volvieron los efectivos, lo metieron al baño, indagaron violentamente a Blanca Lidia y a Luis, y se fueron. Supo que pasaron nuevamente por su casa, amenazaron con armas a su esposa e hijos y familiares.

Al igual que Blanca Lidia Calderón, reconoció de la lista de imputados a Oyarzábal, por el mismo motivo que la testigo que lo precedió. Pero agregó que desde unos tres meses previos al secuestro de Santamaría, el represor dormía entre semana en la casa de la madre en donde llegaba y se iba siempre con el mismo auto. Esto en el marco de que Toledo aclaró que hacía tiempo ya que venía captando algunas actividades de vigilancia en el barrio. De la lista dijo conocer también a Fernando Morellato Donna y a Aldo Patrocinio Bruno. En ambos casos, por sus participaciones en clubes deportivos donde se han cruzado.

Blanca Lidia comentó que tras el secuestro de su hija, hubo presentación de habeas corpus y otros trámites de averiguación que realizaron su esposo y su hijo -el abogado Luis Beltrán Santamaría, recordado por apañar al camarista Luis Francisco Miret destituido por denuncias de complicidad con el terrorismo de Estado en 2010-. Sin embargo, ella no pudo detallar al respecto porque no fue informada de los pasos que se siguieron. Sí recordó que tras algunas “cosas” que hizo Luis Beltrán, “alguien lo paró” y le dijo “no te metás con el asunto de tu hermana, no averigües tanto, acordate que vos tenés atrás una familia”. También pudo recordar que durante algunos días, desde su casa se comunicaban con una persona “que estaba en el ambiente” pero que no identifica, y quien les decía no saber nada. Finalmente esa persona dijo que la “habían ubicado”. Al otro día de eso, recordó de manera significativa que un cura del supuesto lugar en el que estaría Blanca “amaneció muerto” por lo cual ella “calcula” que ese informante podría tratarse de él.

El fiscal Dante Vega consultó a Blanca Lidia cómo era su hija menor. La madre describió: “un poco más alta que yo, era muy bonita, muy blanca, y tenía el pelo oscuro y los ojos oscuros”. Tras esto, Vega alzó una foto de Blanca Graciela y su madre exclamó: “¡No ve que es preciosa!”.

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