viernes, 17 de junio de 2011

Audiencia del 16 de junio

CAUSA OLIVERA-RODRIGUEZ JURADO (V): Al calor de las maestras

En la última jornada de testimonios en relación a las desapariciones de Olivera y Rodríguez Jurado declaró la otra maestra que amparó a las hijas de la pareja; y un matrimonio, íntimo de Domingo Britos y compañero de Nora y Rafael. Relatos de la militancia en San Juan y situación de las hermanas Olivera tras los secuestros.

María Cándida Elena Crayón
A partir de la reconstrucción de fechas se pudo establecer que fue el lunes 12 de julio de 1.976 cuando la señorita Crayón, maestra del jardín del gimnasio municipal nº 3 al que asistían las hijas de Nora y Rafael, se alarmó porque nadie había retirado a Soledad y Rosario. Los secuestros sucesivos de los padres dejaron a las menores en el desamparo, por lo que pasaron la noche en casa de Crayón. Antes, con Alsina, la directora de la guardería, habían radicado infructuosamente la denuncia en la comisaría cuarta, ya que el oficial de rango que las atendió anotó en un papel cualquiera, por lo que no quedó constancia.
Como la situación se repitiera al día siguiente y las denuncias no prosperaran ni se encontraran los padres entre los damnificados en hospitales y la dirección aportada por ellos fuera inexistente, Alsina se comunicó con el intendente Teniente Coronel Guillermo Molina. Entonces desde la calle llega “la casera muerta de miedo con Jimena y Guadalupe”, abandonadas en un ardid por un hombre que, según la casera, podría ser el padre. “Yo estaba llena de bronca e impotencia y Jimena trató de guiarme hasta su hogar”, dijo la maestra. Antes de cruzar la plaza Pedro del Castillo se vuelven porque “Jimena tiritaba de frío”. Allí, la directora ordena: “no vayan a la casa, ha habido un tiroteo”; y el intendente, ya presente, agrega: “son personas comprometidas con problemas con la justicia, tenemos que colaborar y hacernos cargo de las niñas”. “Me quedó grabado que nosotras teníamos que desentendernos de lo que les hubiese pasado a los padres”, señaló Crayón, que junto a la maestra Sícoli preferían que las cuatro niñas permanecieran juntas, a pesar de que la bebé fue puesta por Molina al cuidado de una hija suya que recientemente había perdido una criatura. 
Entre el miedo, el enojo y la madurez de Jimena, Crayón plasmó las impresiones de la nena: salen del supermercado; unos señores las suben a un vehículo y las vendan; Nora clama por la bebé; un “Jefe” le dice que no se preocupe que la iban a buscar; las llevan a un edificio y la mamá se despide de ella con un beso: “quedate tranquila, nos vemos en Buenos Aires”. Luego le entregan la hermanita y les dan leche chocolatada, “no es alimento para la bebé, está sucia y tiene frío”, acusa Jimena. Según el Doctor Salinas, las hermanas habrían pasado la noche “en el D2, en poder de los captores”.
Las maestras hicieron lo posible para que las niñas no se separaran. Según Crayón, “con mi compañera queríamos hacernos cargo si los padres no aparecían pero mi padre convino que lo adecuado era que la tenencia la tuviera él. Yo era ignorante, mi mundo era el jardín, no tenía la mínima idea de lo que pasaba”.
Dos semanas después, Molina y su mujer llaman a las maestras a su domicilio de calle San Martín frente al Correo: “vengan que tenemos novedades, llegaron los abuelos”. Según Molina, estos “recibieron un anónimo desde Estados Unidos que les indicaba que la pareja estaba muerta y las nietas abandonadas, dos en un taxi y dos en una escuela”. El General Olivera habría mostrado una foto del grupo familiar a militares en el Casino de suboficiales y lo habrían contactado con Molina. Para los abuelos, “sus hijos sociólogos volvieron de Alemania con todas las ideas cambiadas y empezaron a deambular por todas partes” y en relación a su suerte, “ojalá estén muertos”.
Tras el bautismo de Guadalupe vino la despedida en el aeropuerto: “con mi compañera estábamos shockeadas, Jimena tenía la ilusión de que en Buenos Aires iba a encontrarse con su mamá, era un dolor muy grande, las sentíamos como hijas”. Durante casi un año “continuamos el contacto, supimos que las chicas vivían con la familia de una hermana de Rafael en un caserón en San Pedro, que Jimena estaba bajo tratamiento y que Rosario sufría ataques de llanto”. En 2.006 tuvieron “un reencuentro muy emotivo” aunque “supimos que toda la familia había pactado silencio” acerca del destino de Nora y Rafael: “nunca les hablaron de nosotras y conservaban muy pocas cosas de los padres, hasta que de grandes empezaron a indagar solas”.

Virginia Irene Rodríguez  y Oscar Alfredo Acosta
Este matrimonio sanjuanino conoció de cerca a Domingo Britos y tuvo cierta vinculación política con Rafael Olivera y Nora Rodríguez Jurado. Por eso sólo dieron precisiones sobre la vida del estudiante puntano que forjó su militancia en San Juan y fue desaparecido por el aparato represivo de Mendoza.
Virginia, Oscar y el “Negro” Britos se conocieron durante su etapa de estudiantes en la Universidad Provincial de San Juan. Virginia estudiaba arquitectura, los dos varones, oriundos de San Luis, ingeniería. Como la mayoría de los jóvenes de la época además de estudiar, trabajaban y  pertenecían a alguna agrupación política, “había todo un movimiento juvenil que comprendía que tenía que comprometerse para construir un país mejor y más justo” explicó la mujer, actualmente docente e investigadora.
Oscar Acosta pudo dar precisiones de Domingo porque lo conocía desde el secundario. “El Negro Britos –como prefirió nombrarlo- era un excelente estudiante, provenía de una familia muy humilde”. “Soy un negro de la villa que se hizo peronista en la universidad” contó Oscar que decía Britos.
Todos pertenecían a la Juventud Peronista y fue en esas reuniones que Virginia y Oscar conocieron a Nora y a Rafael. Ambos afirmaron que sólo tuvieron contactos de ese tipo con la pareja que al igual que ellos asistían a los encuentros con sus hijos: “¿cómo no los íbamos a llevar si no estábamos haciendo nada malo?”, cuestionó Rodríguez.
Virginia y Oscar fueron secuestrados en febrero del 76, “ya en el 75 la actividad militante había disminuido, estábamos viviendo otra etapa, ya habían empezado a circular los falcon por San Juan”, aclaró la mujer reafirmando que la represión comenzó antes del 24 de marzo del 76. Los dos permanecieron hasta fines de ese año en penitenciarías de San Juan y de allí un largo peregrinaje por  cárceles de todo el país. Ella salió en libertad recién en 1982.
Oscar contó que a mediados del 76, estando en el penal de Chimbas, se enteró por comentarios de familiares de otros detenidos, que al Negro Britos lo habían secuestrado en Mendoza cuando intentaba huir de su casa, en medio de un allanamiento militar. Le había “perdido el rastro” desde hacía un tiempo, “era mejor no saber dónde vivía un compañero” dijo el hombre refiriéndose a las torturas a las que eran sometidos los secuestrados para que “largaran” lo que sabían.
Tanto Virginia como Oscar señalaron que las averiguaciones que pudieron hacer a partir de su detención indican que en los secuestros de estudiantes de su facultad tuvo que ver el Teniente Olivera, que junto a su mujer se inscribieron en 1975 como alumnos de la casa de estudios. Esta forma de operar fue común en San Juan que a diferencia de otras provincias, detallaron los testigos, los detenidos desaparecidos en su mayoría eran estudiantes universitarios. 

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