jueves, 30 de junio de 2011

Audiencia del 29 de junio

Precisiones sobre cómo operaba el D2

El testimonio de Alfredo Gómez, que trasladó el cuerpo de Urondo en el “morguero”, agregó información sobre el centro clandestino de detención. También declaró Luis Toledo, cercano al desaparecido Salvador Moyano.

Alfredo Gómez Centeno
Retirado de la policía provincial, con años de servicio en el Departamento de Inteligencia 2, reconoció entre los imputados a Oyarzábal, Smaha, Lucero y Rodríguez, jefe directo suyo en la sección Archivo y Antecedentes. A excepción de dos oportunidades, dijo no haber participado en “procedimientos antisubversivos”.

El 17 de junio de 1.976 a las 22:15 figura el nombre de Gómez en la constancia del traslado del cuerpo de Urondo a la morgue. “¿Sería corpulento, relleno, Paco Urondo?”, repreguntó Gómez al Tribunal, “entonces puede ser”. Y contó: “Un día llegué a Investigaciones, abajo había un cadáver tapado. Por orden de Oyarzábal o Rodríguez, entre tres tuvimos que llevarlo al forense y después en rastrojero hasta la morgue. Al otro día me entero del enfrentamiento por los diarios, lo relaciono aunque nadie me dijo que era él”.
Para Gómez, la disponibilidad sobre el cadáver sale del Comando de Montaña (“por estricto mando del Ejército”) y en el D2 se completa la ficha con su necropsia como NN con firma del doctor Corradi y los nombres de quienes llevaron el cuerpo a la morgue. “La ficha tiene que haberla elaborado en el D2 Sánchez Camargo”.
“A veces patrullábamos de noche con la brigada de investigaciones”, dijo Gómez en relación a la intervención del personal “de oficina” en los procedimientos. Recordó haber estado de consigna una noche con el cabo Pablo Gutiérrez, en una casa allanada en calle Uruguay cerca de Pellegrini, Guaymallén. Contaban con el apoyo de un peugeot 504 azul apostado cerca “en caso de que alguien llegara a hacer contacto, para detenerlo inmediatamente”. “Nos dieron la llave, estaba todo revuelto, había ropa de niños, era una noche fría”, precisó Gómez.
En otra oportunidad “trasladé a la piba Leda del D2 al Tribunal militar del Comando de Montaña”. También vio en el D2 “durante días a dos niñas preciosas, rubiecitas, de unos cinco años, hasta que nos dijeron que se las llevaban los abuelos”. “De la entrega de los niños se ocupaban los jefes”, agregó.

El policía Gómez (que había pertenecido a la JP de Luján, motivo de su ingreso al D2 para reunir información de la sección Políticas) hizo un reconocimiento de planos del D2 y detalló las dependencias y el área de calabozos. Si bien dijo “nunca haber recibido directivas por la lucha contra la subversión”, en la Dirección de Ficheros y Archivo, “se clasificaban notas e información política, cultural, gremial, gubernamental y sobre operativos antisubversivos de todo el país”. Un sistema al servicio de la represión, donde “había informantes y tapados o infiltrados que usaban apodos, sólo el jefe conocía los nombres”.
“Yo estaba muy informado, leía todos los diarios”, dijo Gómez sobre su función. Por eso supo que desaparecían personas, pero negó conocer que en Mendoza a los detenidos en el D2 se les aplicaran torturas.
Interrogado sobre si Inteligencia operaba con otras fuerzas, puntualizó: “al revés, ellos trabajaban con nosotros: agentes de la SIDE, Ejército, Policía Federal entraban como si nada, se llevaban legajos y prontuarios. Entre ellos, Cardello de la Federal y Jofré de Fuerza Aérea”.
Gómez dio nombres conocidos del personal del D2: Bustos, González, Siniscalchi y los médicos Bajuk y Prieto. Preguntado sobre quién era el que tenía acento porteño dijo que el ruso Usinger, pero que fue dado de baja por mala conducta.
Las particulares lecciones de impunidad y terrorismo de los máximos responsables del accionar policial en la represión fueron aportadas por Gómez. Según él:
Santuccione, Jefe de la Policía de Mendoza, afirmaba que los elementos secuestrados en los procedimientos eran botín de guerra que todos podían llevarse. Así, los vehículos secuestrados eran utilizados por personal del D2. Rodríguez por ejemplo, su jefe directo, manejaba un peugeot 504 rojo.
En cambio, Sánchez Camargo, Jefe del D2, enseñó a Gómez “que teníamos que luchar contra la subversión, no ser ladrones”. Al jefe lo describió como “un sádico que no podía estar sin torturar a alguien”. Algunos oficiales estaban descontentos por este proceder.

Luis Jorge Toledo
Fue citado como testigo de la causa Moyano. Sin embargo, por sus vivencias como militante y por su trágica experiencia como preso político, su testimonio resultó útil  para la reconfiguración del contexto en el cual se dio la aplicación del terrorismo de Estado durante la última dictadura cívico militar.
Toledo relató que al igual que Salvador Moyano tuvo una precoz inserción en la militancia política, ambos en sus años de secundaria formaron parte de la organización de agrupaciones estudiantiles. Estaban unidos por lazos familiares, Moyano era su tío aunque por la edad de ambos más bien mantenían una cercana amistad.
Los años y las inclinaciones políticas hicieron que tomaran caminos distintos. Toledo hizo su vuelco hacia la Juventud Peronista, Moyano movido por “sentimientos nacionalistas” optó por fracciones más “duras” del peronismo. Esos mismos sentires lo llevaron a formarse como policía, pero su paso por la fuerza fue muy fugaz.
A pesar de las diferencias ideológicas conservaron cierta cercanía, el día en que las fuerzas de seguridad se llevaron a su padre, contó Toledo, fue a parar a la casa de Moyano. Aquella fue la última vez que vio a su tío, transcurrían las primeras horas del asalto al poder en 1.976. También recordó que en los meses previos al golpe, Pancho (apodo de Moyano) le pidió que lo acercara a la Juventud Peronista y lo llevó con Daniel Rabanal. Asimismo sostiene que en el momento de la detención Moyano no formaba parte de la agrupación Montoneros.
Jorge Luis Toledo fue detenido el 29 de marzo de 1.976 tras un operativo en que se lo llevaron al Liceo Militar y luego trasladado a la Compañía de Comunicaciones de Montaña VIII. En esta dependencia, relató el testigo, el Teniente Dardo Miño los recibió rodeado de metralletas apostadas y les advirtió que sólo esperaba algún tipo de “excusa” para “matarlos a todos”.
“Las torturas en la Compañía eran frecuentes para los presos políticos”, recordó Toledo. El día que fue llevado a la sala de picana pudo ver en el lugar al propio Tte. Miño, a un agente de apellido Pagela y a otra persona que tenía acento porteño y estaba vestido de manera “estrafalaria” con un “afro-look”. Estas dos últimas personas fueron los encargados de aplicar los tormentos, aseveró. En septiembre fue trasladado a Buenos Aires donde estuvo hasta febrero de 1.980 en la Unidad Penitenciaria nº 9 de La Plata. Al momento de su detención Toledo tenía sólo 19 años.
Relató también que durante su estancia fue visitado por el juez Guzzo quien llegó acompañado por el fiscal en ese entonces, Otilio Roque Romano. Ninguno de los dos tomó datos sobre sus quejas de haber sido sometido a interrogatorio con los ojos vendados y obligado bajo esa condición a firmar un acta declaratoria. Jorge Toledo estaba al tanto de la connivencia de la justicia, Romano le había sugerido a su madre que lo conveniente era que él se declarara culpable de los cargos que se le imputaban. Recibió la libertad con la orden de abandonar el país. Volvió a la Argentina hace apenas un mes.

A primera hora del debate declaró Juan Domingo Brito Fernández, citado solamente para aclarar una confusión de homónimos.

miércoles, 29 de junio de 2011

Audiencia del 28 de junio

 FUE ESCLARECIDA LA CAUSA DE LA MUERTE DE URONDO
Con el testimonio del Dr. Roberto Bringer, médico forense, quedó aclarada la causa de la  muerte de Francisco Urondo. No fue debido a una herida de bala como afirmó el informe policial, ni a la ingesta de la pastilla de cianuro como se decía; Urondo fue asesinado por un fortísimo golpe en el cráneo. En la misma audiencia declaró la Sra. Aída Grandi de Barreto, entonces directora de la Casa Cuna que albergó a la niñita Ángela después del operativo que terminó con la vida de su padre y la Desaparición de su madre: Alicia Raboy.
El doctor Roberto Bringer se desempeñó en el cuerpo Médico Forense entre 1973 y 2007.  A él le tocó realizar la autopsia al cadáver de Urondo al llegar a la morgue, tres horas después del procedimiento del 17 de junio de 1976. El cuerpo inerte fue remitido por el D2, en condición NN, acompañando por el agente Alfredo Gómez de esa repartición.
El informe del médico policial indicaba que el deceso se había producido por el proyectil de arma de fuego. Esa versión seguramente fue dibujada para difundir la idea de que Urondo había muerto en un tiroteo cuando huía de sus perseguidores. Por su lado el Dr. Bringer comprobó, radiografías mediante, que no habían orificios ni esquirlas que confirmara lo expresado por la Policía; en su examen determinó que Paco presentaba una fractura por hundimiento de cráneo a la altura del occipital que definió como “contusión cráneo encefálica” producida por un golpe, e infirió, ante los requerimientos del fiscal y la querella, que existía la posibilidad que fuera un  garrotazo propinado con la culata de un arma.
El declarante fue profesor titular de la cátedra de Medicina Legal en la Facultad de Medicina de la UNCuyo y actualmente es Director de un Posgrado en la especialidad; con gran pericia aseguró que Urondo no había tomado la pastilla de cianuro porque los cadáveres con envenenamiento por esa sustancia tienen un olor particular y toman un color rosado, típico, muy diferente del lívido que presentaba la víctima y agregó contundente: “no había rasgos de cianuro”.
En forma muy didáctica explicó los distintos pasos que cumple el cuerpo médico cuando se encuentra ante una muerte violenta y el tratamiento que se les da a los NN: el cuerpo es preservado en frío a la espera de que alguien lo reclame. En este caso le fue entregado a Beatriz Urondo, 15 días después del fatal procedimiento y en los libros de registro ya decía “NN o Francisco Reynaldo Urondo”.
El testimonió del Dr. Bringer dejó en claro que el poeta fue asesinado y posteriormente remitido a la morgue judicial por el Departamento 2 de Investigaciones de la Policía de la Provincia. Esta misma repartición fue la encargada de entregar a la Casa Cuna a Ángela Urondo Raboy, hija de ese matrimonio.

Aída Grandi de Barreto
Es Asistente Social y se desempeñaba como Directora de la Casa Cuna cuando la niñita Ángela le fue entregada en calidad de “abandonada” como NN. En cumplimento de una práctica habitual se le adjudicó un nombre supuesto, en este caso “Marisol”.
En su breve declaración, la testigo dijo recordar que le llamó la atención que el ingreso fue de noche, no venía derivada de un juzgado de Menores y tenía una aspecto rozagante, bien vestida y muy lúcida, poco habitual en los niños que recibía la institución. Con ella le fue entregada una valija con ropita de delicada confección. También recordó que no recibió visitas hasta que llegó la abuela materna y gestionó judicialmente la entrega de la niña a la familia.
No fue el Juzgado Federal quien derivó a Ángela, como creyó recordar la Sra. Grandi; según las constancias escritas, la niñita fue entregada a las 4 de la mañana del día 18 de junio remitida desde el D2.

viernes, 24 de junio de 2011

Audiencia del 23 de junio

NUEVOS ELEMENTOS EN LAS CAUSAS TORRES/URONDO/RABOY
En la jornada se escucharon breves declaraciones de Ángela Urondo Raboy y Renée Ahualli quienes regresaban de la reconstrucción del itinerario realizado por el Renault 6 conducido por Paco Urondo antes de ser capturado. También declaró Gilberto Herrera, amigo de Rosario Aníbal Torres con motivo de  los hechos en los que se vio involucrado a partir de este vínculo.
En horas de la mañana el Tribunal verificó in situ el recorrido realizado por el auto en fuga que manejaba Paco Urondo acompañado por Alicia Raboy y la hija de ambos, Ángela, junto a Renée Ahualli. Cabe recordar que  el poeta llegó a una cita convenida con anterioridad, al advertir que se trataba de una trampa protagonizó una huida que terminó con la captura y muerte de Urondo y el secuestro de Alicia Raboy, hechos investigados en esta Causa. Con el asesoramiento de Ahualli, sobreviviente de la caída, se reconstruyó la fuga y apresamiento de las víctimas.
Con posterioridad, a Ahualli le fueron exhibidos los álbumes de fotos y reconoció como compañeros a varios Desaparecidos. Lo más significativo fue que entre los represores identificó a los imputados Celustiano Lucero y Eduardo Smaha como parte del grupo que participó del asesinato del escritor.
A la hora de declarar, Ángela Urondo, después de someterse a la conmoción  de desandar el camino que por última vez recorrió junto a su madre y padre, ratificó ante el Tribunal que recordaba las sensaciones de miedo de aquella fuga, a pesar de su escaso añito. También evocó los sueños relacionados con los sucesos trágicos que la rodearon.

Gilberto Herrera
Era vecino de Rosario Aníbal Torres pero por afinidad y cercanía llegaron a formar un vínculo amistoso importante. Con la  llegada de Plá al gobierno de San Luis, Torres decidió emigrar: “he pasado a la clandestinidad, yo preso no quiero caer” le confió Aníbal cuando corrían los últimos meses de 1975.
Tiempo después, Herrera supo que su amigo se había trasladado a Mendoza, fue así que el contacto entre ambos se mantuvo porque los unía el gusto por las carreras de autos.
Según el testigo, Torres volvió a San Luis en 1976 junto a, presumiblemente, Emilio Assales “el Gordo”; ambos fueron a buscarlo para que los llevara con un armero de apellido Rodríguez, a quien le encargarían la reparación de tres escopetas. Pasado un tiempo Rodríguez, como no retiraban el trabajo, le llevó las armas a Herrera argumentando que por su seguridad no las podía tener en su poder. El declarante también consciente del riesgo que significaba en 1976 tener armas en su casa, decidió enterrar las 3 escopetas en un campo lindante.
El 1 de junio de 1977, relató el testigo, “El Gordo” llegó a su domicilio con otros hombres de civil y le requirieron que les entregara las armas; entonces Herrera los llevó al lugar donde las había ocultado. Tras la entrega vinieron los golpes, la venda en los ojos, un viaje maniatado en un baúl, sesiones de tortura y el contacto con  Rodríguez quien, en situación de mucho deterioro se encontraba en la celda de al lado. Herrera afirma que el armero murió a causa de las torturas. Gilberto Herrera estuvo en prisión por largos años hasta que 1979 salió bajo  libertad condicional. 
Durante su detención, Herrera prestó declaración ante la Justicia Federal, al intentar relatar los pormenores de lo sucedido, Luis Pereyra González, que por entonces oficiaba de secretario, le sugirió que no nombrara al tal “gordo”, “olvídese del gordo, el gordo no existe” fue la frase del magistrado.
Ante esta declaración que involucra a unos de los jefes de la agrupación Montoneros, Emilio Assales “Tincho” o “el Gordo”, la querella requirió se le exhiba el álbum de las víctimas donde está, entre otras, la foto del mencionado. El resultado fue negativo, Gilberto Herrera sólo identificó a su amigo Rosario Aníbal Torres.
Emilio Assales, desapareció en Buenos Aires  en enero de 1977 y fue visto tiempo después en la ESMA (Escuela de Mecánica de la Armada), de ahí se perdió su rastro.

jueves, 23 de junio de 2011

Audiencia del 22 de junio

CAUSA URONDO-RABOY: La cita cantada y la recuperación de la identidad

Se retomaron los testimonios sobre el asesinato del escritor y militante Francisco Urondo y la desaparición de su compañera, Alicia Cora Raboy. Tras el testimonio en enero de su hijo Javier, aportaron datos fundamentales Renée Ahualli, única testigo presencial de la “caída”; y Gabriel Raboy y Ángela Urondo Raboy explicaron las averiguaciones sobre el destino de Alicia, del cuerpo de Paco y la reconstrucción de la historia de la hija de la pareja.
Según el requerimiento de la elevación a juicio de la querella en relación al homicidio de Francisco Urondo y los vejámenes y la desaparición de su compañera Alicia Cora Raboy, el 17 de junio de 1.976 con intervención del 8º Comando de Infantería de Montaña: “La comitiva policial se apostó tras subversivos que acudían a una cita de control en un vasta área en torno a la calle Guillermo Molina de Dorrego, con por lo menos 4 vehículos sin identificación, los efectivos ven un Renault 6 verde agua que al pasar por tercera vez por el mismo lugar suscitó la sospecha por lo cual se inició una persecución con disparos de armas de fuego por más de 30 cuadras hasta la esquina de Remedios Escalada y Tucumán, en la cual tras una ráfaga de ametralladoras consiguen frenar al auto. Las mujeres a bordo huyen hacia un corralón cercano mientras los perseguidores rondan al auto, sacan a Francisco Urondo y lo rematan a golpes en la cabeza”.
Según Horacio Canela, dueño del corralón por dónde Raboy intentó la fuga, ésta “le tira por el aire la bebé (Ángela) a su hermano” cuando desde atrás “llegan los del Ejército”, la acorralan y se la llevan a rastras y patadas.
El informe médico y la autopsia realizadas por el doctor Ricardo Bringuer reveló que Urondo presentaba serias contusiones en el cuero cabelludo, sin heridas de fuego ni rastros de haber ingerido cianuro, que el deceso se produjo en pocos minutos debido a una hemorragia cerebral y hundimiento craneano, por lo cual es muy claro que murió a causa de los golpes.

Emma Renée Ahualli
Con dudas sobre las direcciones y el posible recorrido realizado junto a Urondo al ser perseguidos, dudas que serán elucidadas mañana con la reconstrucción-recorrido por Dorrego de las partes del Tribunal y la testigo, Ahualli narró que llegó desde la Costanera a la “cita de control pactada el jueves 17 de junio a las 18 horas” entre ella, Francisco y Torres; y establecida “a lo largo de 5 cuadras de la calle Guillermo Molina”. Allí aparece Urondo en el R6, con Alicia Raboy y Ángela, y le indica “subí Turca, hay cosas que no me gustan”, mientras ven “vecinos caracterizados, parejas como haciendo la siesta” y Ahualli descubre al compañero Rosario Aníbal Torres, con ropa gris y gorra, entre dos “civiles” en la parte trasera de un peugeot rojo, que hasta meses antes había sido de la Organización.
“Rajá, está cantada la cita”, dijo la Turca a Paco, que inicia la fuga zigzagueando por las calles de Dorrego: “nos seguían desde el peugeot hasta que en una recta comienzan el tiroteo y Paco con un revolver me pasa una pistola”. En la esquina de Tucumán y Remedios Escalada tras un roce con un rastrojero apostado, “pensé que íbamos a zafar” y ante la constatación de que Ahualli había sido herida en sus piernas, Paco frena para que las compañeras escapen y “quedarse a resistir”.
Mientras la bebé, protegida en el piso del auto no paraba de llorar, Urondo dice: “me tomé la pastilla, ya me siento mal, váyanse”. Alicia escapa con Ángela hacia un corralón y Renée, por indicaciones de un vecino, toma por una callecita oculta hasta que llega a un descampado con piletones donde se lava la sangre y luego sube a un trole en calle Dorrego, aún a sabiendas que volvería a pasar por la esquina envenenada. Disimulando la sangre y el dolor de sus piernas, tras el ascenso de uniformados de combate beige, Ahualli ve desde el trole cómo pasaban falcon particulares con las armas visibles por fuera de las ventanillas, mucha gente alrededor del operativo, la puerta del chofer del R6 abierta y de nuevo al peugeot rojo cerrando el paso, con “Martín” (Torres) en su interior.
Una vez en su casa, Renée es auxiliada por su hermana y un compañero. Al enterarse que en la terminal y en la estación hay fotos  de ella, toma el tren fuera de la ciudad. En Buenos Aires al reencontrarse con su compañero Asales, le da la hija de ambos y se desmaya.
Ahualli reconoció al Tribunal que las citas de control se habían convertido en un drama a nivel nacional: “los compañeros caían todos los días, en nuestro caso fue un error”. La situación general de las organizaciones armadas era de “crisis grave por el aniquilamiento agudizado a partir del pase a la clandestinidad y del golpe, deberíamos haber cerrado la orga. Con la pérdida de legalidad perdimos a mucha gente de base, estábamos aislados y en retroceso respecto al proyecto político-social. En Mendoza estábamos en emergencia, a la defensiva”. Sobre la posibilidad de que Urondo haya ingerido cianuro para evitar las torturas, la “Turca” dijo: “si lo hizo fue para no entregarle información al enemigo, eran muy crueles con quiénes caían y Paco tenía que proteger a muchos compañeros”. Una vez que Asales y Ahualli transmiten lo sucedido a Rossini de la Conducción, Renée se entrevista con Claudia, hija de Urondo, y escribe un informe sobre la caída del poeta a pedido de la Conducción Nacional.
La “Turca” recordó que Urondo llegó a Mendoza muy poco tiempo antes como Regional y se presentó alegremente ante los responsables de las células como “El abuelo” u “Ortiz”: “nos vimos en varias reuniones organizativas y alguna vez comimos empanadas tucumanas también”.

Gabriel Raboy
El testigo, hermano de Alicia, relató ante el Tribunal las gestiones realizadas después de la trágica caída de Francisco Urondo y Alicia Raboy. A través de sendas llamadas anónimas, su madre y él recibieron la noticia de que debían trasladarse desde Buenos Aires  a Mendoza a buscar a Ángela, la hija de la pareja, porque ellos habían tenido problemas. La hermana de Paco, Beatriz Urondo y la madre de Alicia, emprendieron viaje hacia esta ciudad acompañadas por un abogado, éste último decidió regresar porque dijo que andaban preguntando por él.
El 28 de junio, el día previsto para festejar en familia el primer año de Ángela, las mujeres presentaron Habeas Corpus sin resultados. Sin embargo, alguien desconocido sugirió que se dirigieran a la morgue; allí se encontraba el cuerpo de Francisco Urondo, su hermana consiguió recuperarlo para trasladarlo a Buenos Aires y sepultarlo en el cementerio de Merlo, con la condición de mantenerlo como NN. Por su parte la Sra. de Raboy, también por un trascendido, pudo ubicar a la niña  en la Casa Cuna de Godoy Cruz, realizó gestiones ante el Juzgado de menores hasta que le fue entregada.
Agregó que nunca tuvo ninguna noticia de Alicia; a modo personal Raboy comentó que durante varios años iba buscándola por la calle porque “no podía concebir que alguien estuviera desaparecido”. El caso fue denunciado ante la Comisión Interamericana de Derechos Humanos y en 1986, ante un Tribunal, en el Regimiento 1º de Patricios en Buenos Aires.
Gabriel Raboy describió a su hermana como una joven inquieta que cursó sus estudios primarios y secundarios en el Escuela Normal N°4 de Capital e ingresó a la carrera de Ingeniería, en condición de estudiante militó en el FEN (Frente Estudiantil Nacional). Luego se dedicó al periodismo e ingresó al Diario “Noticias”; allí conoció a Paco, decidieron formar pareja en 1975, en abril o mayo de 1976 se trasladaron a Mendoza.
El hombre cerró su declaración destacando la valentía de las mujeres que buscaron en la adversidad a sus seres queridos, en contraste con la cobardía de quienes  sometieron a tantas personas al escarnio.
  
Ángela Urondo Raboy
La hija de la pareja Alicia Raboy-Francisco Urondo aclaró que aún porta el apellido de la familia que la adoptó y actualmente realiza trámites de filiación para recuperar formalmente su verdadera identidad.
En un conmovedor relato, la joven contó que recién conoció su historia cuando tenía entre 18 y 20 años; hasta esa fecha creía que sus padres habían muerto en un accidente en Mendoza.
Dijo tener recuerdos, en forma de sensaciones, del momento en que sucedió la captura de su madre y padre, el 17 de junio de 1976, días antes que ella cumpliera un añito. Se permitió relatar los sueños que la asistían en forma recurrente donde aparecían espacios que habitó después de ser arrebatada del contacto con su mamá.
Tratando de rehacer sus orígenes e identidad anduvo por los lugares que compartió con sus padres e intentó un reencuentro con la historia de Alicia, que según pudo averiguar organizó una guardería en San Cristóbal y compartía las inquietudes de su papá. Tomó contacto con quienes los conocieron e incluso ofreció al Tribunal cartas, documentos y escritos que reunió por si tuvieran algún valor Judicial.
En un momento del testimonio hizo un distinción entre lo que le genera la evocación de su padre, porque conoce qué sucedió mientras que no saber nada de su madre la perturba.
El secuestro de su identidad y la sensación de indefensión la han instalado en un lugar difícil, sin embargo en su testimonio no abandonó la sonrisa. 

miércoles, 22 de junio de 2011

Audiencia del 21 de junio

RECONSTRUCCIÓN: de TORRES a URONDO
En el inicio del debate que investiga la Desaparición de Rosario Aníbal Torres se escucharon los testimonios de Olga Heredia y Juan Carlos González, amigos de Torres, en cuya casa la víctima dejó su moto días antes de desaparecer. Desde otra óptica, Reneé Ahualli relató la relación que la unía a Torres en tanto militantes de la organización Montoneros.
Por la Desaparición de Rosario Aníbal Torres están imputados Juan Oyarzabal y Eduardo Smaha Borzuk, ambos miembros del D2 a quienes se los acusa por asociación ilícita, privación ilegítima de la libertad, homicidio con alevosía y otros crímenes de Lesa Humanidad. A la audiencia fueron citadas las últimas personas que tuvieron contacto con Torres, alrededor del 14 o 15 de junio de 1976.

Olga Noemí Heredia
Esposa de un viejo amigo de Torres, su domicilio fue allanado por hombres encapuchados la noche del 17 de junio de 1976. Con llanto y visible angustia, la señora recordó la violencia ejercida por la patota; encañonada ante sus cuatro hijos, hicieron destrozos y se llevaron una motocicleta Zanella perteneciente a Aníbal Torres, mientras le preguntaban por su marido: Juan Carlos González. Como él aún no había regresado a su casa lo esperaron hasta que consiguieron secuestrarlo cuando abría la puerta de acceso a su vivienda. Después de largo peregrinaje, Olga lo ubicó en el D2.
Dada la relación que existía entre Torres y su esposo pudo conocer algunos amigos del Desaparecido; entre ellos mencionó a la Turca (Reneé Ahualli) y su esposo (Emilio Assales) y un tal “Rafael”. Negó que en los encuentros se hablara de política y se mostro conmovida cuando recordaba el ataque del que fue objeto y las penosas situaciones que vivieron sus hijos.
El Tribunal mencionó un par de actas previas a la requisa en casa de los González que dan cuenta de bultos retirados del domicilio y da por sabido que la moto de Torres estaba en ese lugar. Heredia dijo desconocer la procedencia de la información.

Juan Carlos González
Conoció a Rosario Aníbal Torres en 1968 y trabaron amistad cuando ambos eran chóferes de la misma compañía de ómnibus en San Luis pero dejó trascender que no los reunía relación política alguna. El vínculo se sostuvo hasta la fecha de la desaparición de Aníbal; por este motivo González fue detenido llegando a su casa, el 17 de junio de 1976. Dijo recordar que fue introducido en un Renault 6, trasladado al D2, golpeado y sometido a picana seis o siete veces. El interrogatorio remitía a Torres, sus relaciones y un presunto bolso con dólares. Luego fue trasladado a la seccional 6ta de Las Heras, de allí al penal provincial y a otras cárceles del país hasta que salió con libertad condicional en 1983.
El testigo fue sometido a Tribunal Militar pero curiosamente, aunque siempre fue chofer de ómnibus, aparece como parte del grupo de sindicalistas de los Bancos Previsión y Mendoza condenados por ese Tribunal, entre quienes estaban Roque Luna, David Blanco, Ricardo Sánchez Coronel y otros. En su relato dijo haber tenido por Defensor oficial al Tte. 1ero. de Aeronáutica Carlos Gómez quien con anterioridad al juicio aseguró: “vos estás condenado” y le aconsejó "agradezca no ser muerto o desaparecido". Frente al reconocimiento fotográfico del personal de aeronáutica, el tal Tte. Gómez resultó tener otra identidad.
En cuanto a Rosario Aníbal Torres dijo saber que era peronista, que accedió a una designación política como comisario en San Martín de San Luis y en 1974 estuvo detenido porque se lo acusaba de encubrir un depósito de armas. Ya en libertad se trasladó a Mendoza y nuevamente comenzaron a frecuentarse.
Preguntado por quiénes eran los compañeros de Torres, el testigo aportó que Evangelisto Baigorria era su amigo; recordó a un joven de nombre “Rafael” que en el reconocimiento fotográfico resultó ser Jorge Amodei- desaparecido en fecha próxima a Torres- y también a un matrimonio encargado de la finca con viñas en la que Torres decía trabajar. Ratificó que dos días antes de su detención, Torres dejó una moto en su casa pero no volvió a buscarla, ni nunca más supo de él.  
Finalmente, el fiscal Vega le preguntó porqué creía que había estado preso siete años y seis meses, a lo que, sereno y medido como durante toda la declaración, González contestó: “por una amistad”.

Emma René Ahualli
Testigo por las causas Torres y Urondo-Raboy, para esta audiencia le solicitaron precisiones sobre el primero. Dijo que él era militante de Montoneros, que formó parte de las fuerzas de seguridad de San Luis y se lo vio por última vez en el centro clandestino de detención D2.
Renée Ahualli, conocida como la Turca, llegó a Mendoza en 1973 enviada por la cúpula de la organización con una función de responsabilidad. A Rosario Aníbal Torres, “Martín”, lo conoció a fines de 1975 cuando el joven se trasladó desde San Luis y se alojó en el hogar que compartían con su pareja Emilio Assales, “Tincho”. Los tres integraban una misma célula que con el correr del tiempo, debido a la represión, se fue reduciendo y limitando a un grupo de supervivencia. Compartían una misma casa en el departamento de Godoy Cruz.
La testigo recordó que Torres había estado al mando de una comisaría del departamento de San Martín, en San Luis. Este rol lo pagó de la peor manera, se supone que “Martín” murió por las heridas provocadas en la tortura. Según relatan sobrevivientes del D2 que lo vieron, el “Milico montonero”, como lo denominaban, era el blanco preferido con el cual se ensañaban los agentes del centro de detención.
El 12 de junio de 1976, Ahualli, Assales y Torres recibieron la orden de abandonar la casa porque la detención de Jorge Vargas, otro destacado militante montonero, hacía suponer que serían los próximos. La Turca acordó con Torres una “cita de control” (encuentro para conocer cuál era la situación del compañero) para dos días después. En esa ocasión decidieron asistir a la cita acordada para el 17 de junio con Francisco Urondo,  nuevo jefe regional de Montoneros.
El día indicado, la Turca llegó al lugar con Urondo, su pareja Alicia Raboy y la hija de ambos Ángela, a bordo de una Renault 6. Torres, también lo haría pero a merced de la patota que lo había secuestrado con anterioridad. “Estaba en el Peugeot 504 rojo que había sido de Montoneros, lo habían vestido con un pullover gris y una gorra, él nunca usaba gorra", aclaró. Esa “cita envenenada” tendría como saldo el asesinato de Paco Urondo, la desaparición de Alicia Cora Raboy y el secuestro de Ángela. Reneé pudo escapar milagrosamente de ese descomunal operativo.
Se supone que bajo insufribles sesiones de tortura Rosario Aníbal Torres “largó” el lugar, la hora y los convocados a la cita. “Debo rectificarme públicamente, porque en cierta declaración dije que Torres había actuado así porque había vuelto al primer amor”, refiriéndose a su labor de comisario. La testigo dijo haber comprendido que los sistemas de torturas empleados eran extremadamente brutales, capaces de hacer ir contra su propia voluntad a cualquier ser humano.

viernes, 17 de junio de 2011

Audiencia del 16 de junio

CAUSA OLIVERA-RODRIGUEZ JURADO (V): Al calor de las maestras

En la última jornada de testimonios en relación a las desapariciones de Olivera y Rodríguez Jurado declaró la otra maestra que amparó a las hijas de la pareja; y un matrimonio, íntimo de Domingo Britos y compañero de Nora y Rafael. Relatos de la militancia en San Juan y situación de las hermanas Olivera tras los secuestros.

María Cándida Elena Crayón
A partir de la reconstrucción de fechas se pudo establecer que fue el lunes 12 de julio de 1.976 cuando la señorita Crayón, maestra del jardín del gimnasio municipal nº 3 al que asistían las hijas de Nora y Rafael, se alarmó porque nadie había retirado a Soledad y Rosario. Los secuestros sucesivos de los padres dejaron a las menores en el desamparo, por lo que pasaron la noche en casa de Crayón. Antes, con Alsina, la directora de la guardería, habían radicado infructuosamente la denuncia en la comisaría cuarta, ya que el oficial de rango que las atendió anotó en un papel cualquiera, por lo que no quedó constancia.
Como la situación se repitiera al día siguiente y las denuncias no prosperaran ni se encontraran los padres entre los damnificados en hospitales y la dirección aportada por ellos fuera inexistente, Alsina se comunicó con el intendente Teniente Coronel Guillermo Molina. Entonces desde la calle llega “la casera muerta de miedo con Jimena y Guadalupe”, abandonadas en un ardid por un hombre que, según la casera, podría ser el padre. “Yo estaba llena de bronca e impotencia y Jimena trató de guiarme hasta su hogar”, dijo la maestra. Antes de cruzar la plaza Pedro del Castillo se vuelven porque “Jimena tiritaba de frío”. Allí, la directora ordena: “no vayan a la casa, ha habido un tiroteo”; y el intendente, ya presente, agrega: “son personas comprometidas con problemas con la justicia, tenemos que colaborar y hacernos cargo de las niñas”. “Me quedó grabado que nosotras teníamos que desentendernos de lo que les hubiese pasado a los padres”, señaló Crayón, que junto a la maestra Sícoli preferían que las cuatro niñas permanecieran juntas, a pesar de que la bebé fue puesta por Molina al cuidado de una hija suya que recientemente había perdido una criatura. 
Entre el miedo, el enojo y la madurez de Jimena, Crayón plasmó las impresiones de la nena: salen del supermercado; unos señores las suben a un vehículo y las vendan; Nora clama por la bebé; un “Jefe” le dice que no se preocupe que la iban a buscar; las llevan a un edificio y la mamá se despide de ella con un beso: “quedate tranquila, nos vemos en Buenos Aires”. Luego le entregan la hermanita y les dan leche chocolatada, “no es alimento para la bebé, está sucia y tiene frío”, acusa Jimena. Según el Doctor Salinas, las hermanas habrían pasado la noche “en el D2, en poder de los captores”.
Las maestras hicieron lo posible para que las niñas no se separaran. Según Crayón, “con mi compañera queríamos hacernos cargo si los padres no aparecían pero mi padre convino que lo adecuado era que la tenencia la tuviera él. Yo era ignorante, mi mundo era el jardín, no tenía la mínima idea de lo que pasaba”.
Dos semanas después, Molina y su mujer llaman a las maestras a su domicilio de calle San Martín frente al Correo: “vengan que tenemos novedades, llegaron los abuelos”. Según Molina, estos “recibieron un anónimo desde Estados Unidos que les indicaba que la pareja estaba muerta y las nietas abandonadas, dos en un taxi y dos en una escuela”. El General Olivera habría mostrado una foto del grupo familiar a militares en el Casino de suboficiales y lo habrían contactado con Molina. Para los abuelos, “sus hijos sociólogos volvieron de Alemania con todas las ideas cambiadas y empezaron a deambular por todas partes” y en relación a su suerte, “ojalá estén muertos”.
Tras el bautismo de Guadalupe vino la despedida en el aeropuerto: “con mi compañera estábamos shockeadas, Jimena tenía la ilusión de que en Buenos Aires iba a encontrarse con su mamá, era un dolor muy grande, las sentíamos como hijas”. Durante casi un año “continuamos el contacto, supimos que las chicas vivían con la familia de una hermana de Rafael en un caserón en San Pedro, que Jimena estaba bajo tratamiento y que Rosario sufría ataques de llanto”. En 2.006 tuvieron “un reencuentro muy emotivo” aunque “supimos que toda la familia había pactado silencio” acerca del destino de Nora y Rafael: “nunca les hablaron de nosotras y conservaban muy pocas cosas de los padres, hasta que de grandes empezaron a indagar solas”.

Virginia Irene Rodríguez  y Oscar Alfredo Acosta
Este matrimonio sanjuanino conoció de cerca a Domingo Britos y tuvo cierta vinculación política con Rafael Olivera y Nora Rodríguez Jurado. Por eso sólo dieron precisiones sobre la vida del estudiante puntano que forjó su militancia en San Juan y fue desaparecido por el aparato represivo de Mendoza.
Virginia, Oscar y el “Negro” Britos se conocieron durante su etapa de estudiantes en la Universidad Provincial de San Juan. Virginia estudiaba arquitectura, los dos varones, oriundos de San Luis, ingeniería. Como la mayoría de los jóvenes de la época además de estudiar, trabajaban y  pertenecían a alguna agrupación política, “había todo un movimiento juvenil que comprendía que tenía que comprometerse para construir un país mejor y más justo” explicó la mujer, actualmente docente e investigadora.
Oscar Acosta pudo dar precisiones de Domingo porque lo conocía desde el secundario. “El Negro Britos –como prefirió nombrarlo- era un excelente estudiante, provenía de una familia muy humilde”. “Soy un negro de la villa que se hizo peronista en la universidad” contó Oscar que decía Britos.
Todos pertenecían a la Juventud Peronista y fue en esas reuniones que Virginia y Oscar conocieron a Nora y a Rafael. Ambos afirmaron que sólo tuvieron contactos de ese tipo con la pareja que al igual que ellos asistían a los encuentros con sus hijos: “¿cómo no los íbamos a llevar si no estábamos haciendo nada malo?”, cuestionó Rodríguez.
Virginia y Oscar fueron secuestrados en febrero del 76, “ya en el 75 la actividad militante había disminuido, estábamos viviendo otra etapa, ya habían empezado a circular los falcon por San Juan”, aclaró la mujer reafirmando que la represión comenzó antes del 24 de marzo del 76. Los dos permanecieron hasta fines de ese año en penitenciarías de San Juan y de allí un largo peregrinaje por  cárceles de todo el país. Ella salió en libertad recién en 1982.
Oscar contó que a mediados del 76, estando en el penal de Chimbas, se enteró por comentarios de familiares de otros detenidos, que al Negro Britos lo habían secuestrado en Mendoza cuando intentaba huir de su casa, en medio de un allanamiento militar. Le había “perdido el rastro” desde hacía un tiempo, “era mejor no saber dónde vivía un compañero” dijo el hombre refiriéndose a las torturas a las que eran sometidos los secuestrados para que “largaran” lo que sabían.
Tanto Virginia como Oscar señalaron que las averiguaciones que pudieron hacer a partir de su detención indican que en los secuestros de estudiantes de su facultad tuvo que ver el Teniente Olivera, que junto a su mujer se inscribieron en 1975 como alumnos de la casa de estudios. Esta forma de operar fue común en San Juan que a diferencia de otras provincias, detallaron los testigos, los detenidos desaparecidos en su mayoría eran estudiantes universitarios. 

jueves, 16 de junio de 2011

Audiencia del 15 de junio

CAUSA ARTURO RODRIGUEZ: Allanamiento en el barrio

Tres testigos de la violación de domicilio sufrida por Arturo Rodríguez y su familia coincidieron en señalar el pavor generado por el “procedimiento” contra el vecino. Smaha reconocido durante los hechos. Precisiones sobre los Juicios.

Del testimonio de la víctima
“Yo lo conozco a usted”, le dijo en el comedor de su casa Arturo Elías Rodríguez la noche del 19 de septiembre de 1.976 al “colorado pelirrojo” que, junto a otros tres “con ningún aspecto de policías, con vaqueros, zapatillas, gorras y armas largas, de barbas y mucho pelo”, le pedía el DNI. Rodríguez descansaba junto a su mujer Marta Gladis Godoy y su hija cuando tras un timbrazo abrió la puerta a una patota policial que a palazos y preguntas “allanaba” su casa del barrio Decavial en Godoy Cruz.
“No es acá, vámonos”, les indicó desde el comedor a sus compinches el oficial Eduardo “Ruso” Smaha, tras ser reconocido por Rodríguez. Porque la víctima trabajó entre 1.965 y 1.969 en la tesorería de la Dirección de Investigaciones de la Policía de Mendoza.
“Yo le he dado su sueldo a usted”, le dijo Rodríguez a Smaha esa noche antes que la patota se fuera en un citroen gris.

Elsa Liliana Isuani
Vecina lindera de la pareja en el barrio Decavial, construido hacia fines de 1.974. Recordó que Arturo era martilllero, Marta empleada en la Municipalidad de Godoy Cruz y los hijos de ambos matrimonios amigos entre sí. Para septiembre de 1.976 recuerda un operativo en el barrio: “En los techos, acequias y jardines de la manzana había militares apostados, pero no sé de qué fuerza. Las casas eran vulnerables. Había mucho temor, nos recluimos para no saber lo que pasaba”.

Raúl Pedro Michelutti
Cuentapropista, marido de Elsa. Reconoce al menos dos procedimientos en el barrio, por parte del Ejército, por “los uniformados verdes”. El primero fue durante una fría tarde de domingo en la que “había soldados por todos lados con ametralladoras de pie arriba del techo de mi garaje, en la acequia y en la de enfrente, me piden identificación para entrar a mi casa con mi familia. Teníamos pavor, nos alejamos de las ventanas. No me dejaron ver lo que pasaba en la casa del vecino”.
El otro procedimiento “fue de noche, a las dos, escuchamos ruidos, portazos y como las casas formaban un bloque, estaban apareadas, vi por la celosía una bota militar, lo que me bastó para saber de qué se trataba”. “Era un buen vecino, solidario, muy amable”, subrayó el testigo.

Amanda Graciela Suárez
Jueza penal provincial jubilada. Cuñada de la pareja y además vecina, compartían el fondo porque aún no estaban las medianeras. Dijo de Rodríguez: “Un hombre recto, sin vueltas, con mi suegro militaban en la unidad básica de Villa Jovita”.
Sobre el allanamiento ilegal a sus parientes, dijo: “Solamente escuché el operativo, por un aviso de Arturo desde el patio a las dos de la mañana para que no abriéramos la puerta ni prendiéramos las luces, para que pareciera que no había nadie. Se fueron en un vehículo, nosotros no nos movimos hasta la mañana, Arturo reconoció a uno de ellos, sé que hicieron la denuncia”.
Con tono medido, Suarez agregó: “Eramos todos muy jóvenes, con niños, estábamos asustados, estos atropellos se hacían por la noche porque había mayor desprotección, nadie brindaba ayuda”. En charlas posteriores con la pareja supusieron que se trataba de grupos que secuestraban personas porque, “si no te robaron nada sería para secuestrar a alguien y se equivocaron. O se arrepintieron por algo”.

La lectura de la declaración indagatoria a Smaha redundó en negar cualquier vinculación con los hechos, desde la posibilidad de que Rodríguez pudiera reconocerlo por cuestiones administrativas hasta por matices capilares: “nunca fui pelirrojo, soy rubio tirando a payo”.

Novedades
En el cierre de la jornada la Fiscalía ofreció una nueva prueba testimonial en relación a la causa por la desaparición de Jorge del Carmen Fonseca. Se trata de Violeta Anahí Becerra, hermana de Elsa del Carmen Becerra que, según investigaciones del libro “Hacerse cargo”, era oriunda de San Juan y residente en Mendoza. Sus padres eran maestros rurales, su hermano Jorge Ciro Becerra estuvo detenido y fue torturado. Elsa fue secuestrada en Buenos Aires a los 23 años y se la vio detenida en los CCD Banco y Olimpo. Podría tratarse de “Elsi” o “Negrita”, la muchacha que Fonseca protegió con la ayuda de unos compañeros de Neuquén, meses antes que ambos fueran desaparecidos.
Por otra parte, se desistió en la causa Urondo-Raboy de citar a testimoniar a policías vinculados durante la represión con el D2 porque fueron reconocidos en procedimientos por las víctimas. Se trata de Omar Venturino (subjefe), Enrique Manuel Funes, Matías Pedraza (motorizada), Luciano Garay, Couto, Carlos Plácido Escobar y Eduardo Nitoker.

jueves, 9 de junio de 2011

Audiencia del 8 de junio

CAUSA OLIVERA-RODRÍGUEZ JURADO (IV): Las hijas frente al destino

Declaró en esta jornada una de las maestras jardineras que contuvo a Jimena, hija mayor del matrimonio, de cinco años de edad cuando fueron desaparecidos sus padres y presente en el secuestro de su madre. Sícoli detalló cómo las hermanas se mantuvieron unidas. También aportó enfoques Carlos Grafigna, compañero de militancia de la pareja en San Juan.

Marta Miriam Sícoli
A través del relato de la maestra jardinera jubilada se pudo reconstruir a cargo de quiénes quedaron Jimena, Soledad, Rosario y Guadalupe, tras el secuestro de sus padres Rafael Olivera y Nora Rodríguez Jurado en julio de 1.976. Conocedora de la familia por trabajar en la guardería del Gimnasio Municipal nº 3, a la que acudían las tres hijas mayores, observó que los padres eran reservados y las nenas “eran calladitas, introvertidas, se iban juntas a un rinconcito. Después del secuestro cambiaron”.
La guardería entonces ubicada en inmediaciones de las ruinas de San Francisco dependía de la dirección de Cultura de la Municipalidad de Capital. Su directora era Mirta Pericit Alsina y además de Sícoli y María Cándida Crayón (maestras que cuidaron a las nenas durante unas semanas) conocieron la situación el casero Agüero y su suegra, el abogado de la Comuna y el Intendente Teniente Coronel Molina y su esposa: “Todo debería estar asentado en la Comuna porque el actuante fue el abogado municipal”, remarcó Sícoli.
El día que van a la guardería sólo Soledad y Rosario y nadie las va a buscar, la celadora las lleva a otro domicilio registrado pero inexistente. Se radica la denuncia en la comisaría 4ª y se informa del caso a las autoridades municipales, por lo cual las chicas pasan la noche en casa de la maestra Crayón. Al día siguiente la ausencia de los padres se repite y se agrava porque al mediodía la suegra del casero aparece con las otras dos nenas, “un señor me pidió que las tuviera mientras estacionaba pero se fue”. Desde el municipio se apersonan el abogado y la esposa del Intendente que resuelven que Jimena se quede con Marta; Soledad y Rosario con María Cándida; y Guadalupe, la beba, con los Molina.
“Lo peor fue escuchar a Jimena esa tarde en el micro, prendida a mí, sin soltar sus fibras, había que mostrarle confianza, era una criatura abandonada”. Dijo Sícoli que la nena le contó que “no había ido al jardín porque estaba resfriada y salió con su mamá al supermercado, aparecieron hombres que la taparon con una bufanda, ella grita y pide por la beba, las meten en un auto y las llevan a un edificio con muchos hombres trabajando”. Allí su mamá desaparece y le dicen a Jimena que “se fue con el papá a Buenos Aires”, le dieron unas fibras y la llevaron a la casa familiar hasta el otro día. Con cinco años “enfrenta a los hombres por lo que dan de comer a Guadalupe y porque revuelven toda la casa”. Ambas hermanas se reencuentran con las otras dos en la guardería y ante la pregunta de por qué no las iban a buscar, Jimena cortó: “cállate”. “Ella sufría mucho, tenía miedo y eligió quedarse conmigo, como llegaron con lo puesto quería ir a buscar su ropa pero cuando se fueran esos señores”.
Días después llegan a Mendoza los abuelos paternos y la abuela materna. Ésta habría recibido un llamado desde Francia que le comunicó que las nietas habían sido abandonadas en un taxi, y en el avión el General Olivera se encuentra con otro militar que lo conecta con el Intendente. Por unos 20 días las nenas quedan con las maestras mientras los abuelos, hospedados en el Casino de suboficiales, hacen trámites: “En un principio creyeron que Nora estaba en Boulogne Sur Mer, le compran víveres, pero nunca los vieron”. En tanto, las mujeres a cargo de las nenas fueron citadas al 1º Juzgado de Menores y Jimena entrevistada a solas con la jueza: “aquí no me traen nunca más”, dijo tajante la pequeña. Por otra parte la señora del Intendente bautizó a Guadalupe, apadrinada por el mismo Molina y su hija, con las maestras y los abuelos presentes.
Un domingo, con la ayuda de un hermano de Rafael, se marchó todo el grupo a Buenos Aires. Según “Mema”, la abuela paterna, “decidieron ni preguntar ni buscar más a la pareja desaparecida porque era peligroso para sus nietas”. “No insistan”, les habrían dicho.
Las hermanas fueron adoptadas por la tía paterna, Rosa Olivera de Puente.

Carlos Benedicto Grafigna
Compañero de militancia política y religiosa y del ambiente catedrático de Rafael y Nora durante los años sanjuaninos del matrimonio, el ingeniero Grafigna brindó al Tribunal un relato de contexto sobre parte de la historia argentina del último medio siglo a fin de enmarcar la actividad política, social y cristiana del matrimonio, así como sus modos y objetivos para dar cuenta de la exhaustiva revisión católica que se produjo con esa generación comprometida y solidaria. Repasó así el surgimiento del peronismo y su representatividad en el movimiento obrero, su proscripción, la resistencia, el entusiasmo generado entre los jóvenes militantes y el golpe final de 1.976, siempre en torno a la antítesis del compromiso evangélico frente a la jerarquía eclesiástica como factor de poder y opresión: “Para mostrar cómo actuábamos cristianos y pueblo, sin armas, con solidaridad y conciencia de servicio por los derechos populares”.
Grafigna, que conoció al matrimonio a fines de 1.972, destacó que ambos eran sociólogos, cristianos y fueron designados en la Universidad de San Juan por él. También participaban de los movimientos sociales en villas con tareas de educación, promoción comunitaria y organización popular vinculados al peronismo.
Rescató que en la carrera de Ingeniería surgió una promoción de excelentes alumnos comprometidos y dio el ejemplo de Víctor Hugo García que fue medalla de Oro en la Universidad y posteriormente secuestrado y desaparecido.
Agregó que en la Iglesia de Nuestra Señora de Guadalupe habían conformado un grupo de reflexión que solía analizar lo que sucedía en la realidad a la luz del evangelio; de ahí  partían sus prácticas. Preguntado si en ese grupo estaba Domingo Britos, contestó que no, que ellos se relacionaban a través de la JUP. Y según versiones recogidas por el ingeniero, Britos, ex alumno de Olivera “fue eliminado junto al matrimonio”.
Grafigna cree que cuando Rafael Olivera, expulsado de la universidad sanjuanina por razones políticas luego de la intervención a nivel nacional con Ivanissevich al frente, se trasladó a Mendoza para optar por algún cargo en el Universidad de Cuyo, porque tenía sólidos antecedentes y "era un tipo brillante". A partir de 1.976 pierden el contacto mutuo.

miércoles, 8 de junio de 2011

Audiencia del 7 de junio

CAUSA OLIVERA-RODRÍGUEZ JURADO (III): Una compañera, Rosalía Garro
Rosalía Garro, ex presa política y actual diputada provincial de San Juan se trasladó para testimoniar en la causa que entiende en el secuestro y Desaparición de Rafael Olivera y Nora Rodríguez Jurado. Hizo precisiones sobre la actividad política de ambos, en particular la de Nora con quien convergió en Agrupación Evita. Abundó en datos y relatos sobre lo acontecido en los años de militancia y represión.
La testigo conoció al matrimonio, presumiblemente en 1972,  cuando ambos se desempeñaban en la Universidad de San Juan, en dependencia de Ciencias Sociales. Agregó Garro, que ella era la responsable de Nora y destacó que tenía una actitud muy comprometida con la tarea social, como miembro de la Agrupación Evita, en la zona de Desamparados. Situó a Nora como una militante del frente de masas, mientras que de Rafael dijo era un “cuadro la organización político-militar Montoneros” sin abundar en las tareas que cumplía pero valorándolo como alguien muy estudioso. Recordó que ambos eran católicos practicantes y feligreses de la Iglesia de Nuestra Señora de Guadalupe, punto de encuentro de la grey tercermundista sanjuanina, donde también se casó Domingo Britos, Desaparecido vinculado a la presente causa.
Con insistencia destacó las características del matrimonio que calificó como queribles, solidarios, fieles a sus principios y muy generosos. Recordó que Rafael y Nora le regalaron a ella el auto que utilizaban cuando se compraron un Citroën nuevo. Relacionado con este episodio, estimó que el traslado del matrimonio con sus hijitas desde San Juan a Mendoza se sitúa a fines de 1974 o principios del ’75, motivado por la persecución. No pudo aportar mayores datos sobre esta causa porque dijo haberse enterado de los secuestros cuando la actual diputada se encontraba presa en el penal de Devoto.
Rosalía Garro, en respuesta a una pregunta del fiscal Vega, aclaró que Montoneros era una organización político-militar que desplegó su actividad en el frente de masas a través de varias agrupaciones: la Juventud Peronista -JP-, la Juventud Universitaria Peronista -JUP-, la Juventud Trabajadora Peronista -JTP- , la Agrupación Evita y las Juventudes Políticas. Resaltó que no todas las personas que estaban en estas agrupaciones pertenecían a Montoneros.
A través de un recorrido por su propia militancia ofreció anécdotas ilustrativas del comportamiento de los militantes y la represión. Garro dejó San Juan en marzo de 1975 al ser amenazada por el Jefe de la Policía Federal, se radicó en la ciudad de Buenos Aires pero fue posteriormente detenida durante cinco años.
El Tribunal le preguntó por los nombres de compañeros que integraban su círculo y le exhibió el álbum de fotografías. La testigo reconoció a Jorge Vargas, al matrimonio Olivera- Rodríguez Jurado, Domingo Britos, quién presidía al JUP, y a Ana María del Moral, todos desaparecidos; además  señaló a algunos otros no vinculados a estas causas.

Al cierre de la audiencia, el abogado de la querella  Pablo Salinas, mencionó la reciente Resolución de la Cámara de Casación –Sala 4- por la que se les concede prisión domiciliario a Celustiano Lucero y Eduardo Smaha, ambos imputados en estas causas. Al respecto anticipó un  escrito, en el que solicitará se revoque la medida para que vuelvan a la cárcel.

viernes, 3 de junio de 2011

Audiencia del 2 de junio

CAUSA OLIVERA-RODRÍGUEZ JURADO (II): Reconocimiento clave
para una sospecha muy familiar

Con la declaración de una vecina de Guaymallén, testigo ocular del ataque a Rafael Olivera y el complemento de María de Monserrat, hermana del desaparecido, que denunció la complicidad de su padre y un primo militar, se abrieron posibilidades insospechadas para la investigación sobre el destino del matrimonio.

Nélida Blanca Maranzana
Cerca de las tres de la tarde del 11 de julio de 1.976, Rafael Olivera salía en bicicleta de su domicilio de calle España de Villanueva cuando un individuo que merodeaba el barrio días antes se precipitó corriendo tras él. Olivera dobla en la esquina de calle Laciar y su perseguidor dispara tres o cuatro veces hasta que logra hacerlo trastabillar y arremete contra él a culatazos en el piso. Los vecinos alertados salieron a insultar al agresor al que reconocían como “policía de civil”. “Lo estaban esperando, le tiraban a él, no al aire”; la certeza la aportó Nélida Maranzana, vecina de los Olivera que, salvo el abatimiento, es la única testigo ocular viva del secuestro de Rafael, que derivaría en el de su esposa al día siguiente.
Con gran precisión y los hechos perfectamente retenidos, Nélida estuvo pendiente de los movimientos posteriores en casa de los Olivera: Al otro día, antes del mediodía, en  dos vehículos nuevos y oscuros llegó un grupo que por un lado se llevó a Nora vendada (“y no la vi más”), y por el otro a las hijas de la pareja, de la mano de una policía de civil. Una de ellas lloraba “y a mí se me partía el corazón”. Por la tarde en un camión y en uno de los autos de la mañana, la casa fue vaciada “como si fuera una mudanza, se llevaron hasta las camitas de las nenas”. En el operativo actuaban personas vestidas de militar (“con uniformes oscuros”) y otros de traje y corbata y “ayudantes” que cargaban el camión.
Nélida indicó que el matrimonio vivía allí desde hacía pocos meses, no conversaban con nadie y Rafael andaba siempre en su bicicleta. El día anterior Nora había invitado a las criaturas del barrio al cumpleaños de una de sus hijas. Sobre el perseguidor de Rafael aseguró que, según su marido, era un “policía de civil” de Villanueva y lo describió alto, delgado, bien moreno, de unos 45 años. “Ese rostro no lo olvido más”, aseguró la anciana que en el posterior reconocimiento fotográfico por los álbumes del D2, Policía y Ejército conmocionaría al Tribunal, las partes y el público ante la revelación del captor: “sin poder especificar” porque en el álbum del Ejército salía “con bigotes, uniforme y el rostro más alargado”. Se trata del entonces Coronel y Jefe de operativos e inteligencia Alberto Ricardo Olivera, primo de Rafael y señalado segundos antes por María de Monserrat Olivera, hermana del desaparecido, como “un reverendo hijo de puta”.
Valiente y fundamental terminó siendo el testimonio de la vecina, además corroborado por la lectura que se hizo de los hechos presenciados por los vecinos Jorge Mañanez Cantú y Yolanda Ontiveros. “Yo lloraba, sufría porque se llevaban esas nenas tan hermosas, hace poco me alivié al saber que habían crecido juntas”, cerró Nélida.

María de Monserrat Olivera
Psicóloga, hermana de Rafael, reside en Buenos Aires y se presentó ante el Tribunal con una foto del matrimonio desaparecido. El 16 de julio de 1.976 se les hace saber a sus padres en Buenos Aires, por sendas comunicaciones telefónicas (una desde Mendoza y otra desde Estados Unidos) que la pareja había sido secuestrada y sus hijas alojadas en una guardería a cargo de la esposa de Santuccione. Tres meses antes de los secuestros, debido a que la situación en Mendoza se ponía pesada, María alertó a su cuñada sobre el peligro inminente: “¿por qué si lo único que hago es enseñar a leer y a escribir a las mujeres de la villa?”, dijo Nora.
Con determinación y temple, María remarcó las responsabilidades de su propia familia respecto al destino de su hermano, reflejo de lo que sucedía en el resto de la sociedad argentina: “Quiero denunciar a mi padre”, médico y General del Ejército, “porque viajó hasta el Comando a pedir por sus nietas y nada más. Ni siquiera pidió las pertenencias de las nenas o inspeccionar la casa y menos averiguar por su hijo y su nuera”. Así enfatizó “la complicidad de él como la de tantos militares porque el sólo hecho de pertenecer a las FFAA explica el pacto, la lealtad con el régimen. Parte de esa complicidad era no informar nada a nadie”. Además, “el poder de la Iglesia y de los organismos económicos no es distinto de lo que se vivió en mi familia: mi padre militar y con formación religiosa estaba en contra del compromiso político y cristiano asumido por Rafael y Nora”. En cambio contrapuso los ejemplos de la pareja: “Desde los 14 años, Rafael se comprometió por los más necesitados. Como militantes políticos y religiosos, misionaban juntos por el país”. Ambos, muy formados y con sentido crítico, recibieron una beca para estudiar y trabajar en Alemania. Vuelven ocho meses a Buenos Aires, luego a San Juan “con la intención de vivir el evangelio con mayor compromiso” y por último llegan a Mendoza, donde trabajan al servicio del padre Macuca Llorens.
Según versiones recogidas por la testimoniante, “Rafael fue interrogado en el D2 junto a “los fuertes”, trasladado a La Perla, interrogado por el mismo Menéndez, y casi ciego por la tortura, fue arrojado desde un vuelo con destino a Campo de Mayo.

Sobre la existencia de otro pariente militar en Mendoza, indignada María señaló a “Alberto `Meneco´ Olivera, primo nuestro fallecido hace mes y medio, Coronel y luego ascendido a jefe de Policía, él dijo a mis viejos que se olvidaran de ellos, que no lo busquen más, que Rafael estaba muerto”.
En el preciso momento en que María denunciaba a su primo ante el Tribunal, la testigo Nélida Maranzana terminó su reconocimiento fotográfico indicando a “Meneco” como el perseguidor de su hermano. El shock fue inmediato: “Si Alberto Olivera no fue el autor material del secuestro de mi hermano fue al menos encubridor”. Y dio por hecho que fue él quien hizo los llamados para que el General Olivera buscara a sus nietas.
“Necesitaban aniquilarlos y hacerlos desaparecer, por eso es preciso que se condene a los culpables y se haga justicia”. María, emocionada, cerró la reveladora audiencia con unos versos de Neruda: “Un día de justicia conquistada en la lucha/ y vosotros, hermanos caídos, en silencio/ estaréis con nosotros en ese vasto día/ de la lucha final, en ese día inmenso”.