Los hechos, los
trechos, los cercos
31-08-2012 | El
desarrollo de la Causa que indaga sobre las desapariciones de nueve personas a fines
de mayo de 1978 continúa reconstruyendo la historia. El caso Camín y la
represión en la UTN. El caso Herrera y la amenaza contra los familiares. El
caso Galamba y el ataque contra todo nexo.
Raúl Anfuso, estudiante,
profesor de la Universidad Tecnológica Nacional, lleva décadas ligado a la vida
política, académica e institucional de la Facultad. Conoció a Mario Camín poco
antes de ser presidente del Centro de estudiantes en 1970. Recordó entonces el
atentado en su contra con “una bomba de trotyl en casa de mis padres, bajo la
inscripción ´Despierta Mendoza´ de la GRN -Guardia Restauradora Nacional-“.
Sobre Mario dijo: “Era un excelente ser humano, luchábamos por una Universidad
pública y para los trabajadores”.
En 1974, Anfuso terminó sus estudios y su actividad como dirigente,
pero siguió vinculado a la UTN. En conocimiento de la existencia de grupos de
extrema derecha que perseguían y delataban a los jóvenes, nombró a “Taddei,
Burlot, Seijóo -decano interventor-“. Para 1978 la represión recrudeció. En
recuerdo de otras víctimas cercanas, Raúl dijo: “el profesor Mauricio López,
que lo fueron a sacar de su casa el 1° de enero -1977- y Zulma Zingaretti, una
cosa de locos, una actitud muy cobarde, iban a buscar a esos seres sin ninguna
previsión, muy bajo, muy ruin”.
Jorge Antonio
Herrera completó la versión de su madre acerca del
secuestro de Víctor Hugo y la posterior búsqueda, las denuncias, los maltratos
recibidos. Tras el secuestro de su hermano, cada vez que Jorge salía a la calle,
era detenido por la policía. Aportó que “Lucía”, en 1978 enfermera del Hospital
Militar, fue quien hizo la llamada telefónica avisando a la familia que Víctor
Hugo se encontraba allí. Lucía, actual esposa de Herrera padre, será citada a
testimoniar.
Pablo Salinas, abogado querellante, reiteró la solicitud de comparecencia
de Gatica. Se trata del oficial del Comando que le dijo a María Isabel Salatino
que su hijo estaba ahí, pero para verlo necesitaba autorización. En tal
dirección, Salinas solicitó la disponibilidad de los libros de ingresos y
guardias de la dependencia. Se comprobó también que el papel, con indicios de
Víctor Hugo que la familia recibió años después de su desaparición, ha sido sustraído
entre las pruebas adjuntas al segundo hábeas corpus, presentado por Isabel en
1984.
En relación a la desaparición de Víctor Hugo Herrera, también declaró Antolín Valentín Montenegro, en 1978 empleado
judicial y vecino de la familia Herrera en Villa
Hipódromo, Godoy Cruz. El 22 de mayo de ese año, dio una cena a sus compañeros
de la Secretaría Electoral. Cuando despedía hacia medianoche a sus invitados
vio una camioneta con un tripulante, estacionada sobre la vereda de la casa de
los Herrera, a diez metros de su casa situada en una esquina. Un rato más tarde,
“como si esperaran que terminara el ágape para proceder”, desde el dormitorio,
la esposa de Montenegro oyó un estrépito y tras la celosía alcanzó a divisar
cómo un grupo de hombres cargaba a Víctor Hugo Herrera en otro vehículo.
“No tenía dónde meterse”
Comenzaron los testimonios
en relación a las privaciones ilegítimas de la libertad y desapariciones
forzadas de Juan José Galamba y de Ramón Alberto Sosa -causas 026-F-, ocurridas
el 28 de mayo de 1978. Galamba fue secuestrado de la casa de Sebastián Rubén
Molina; Sosa en un procedimiento cuando esperaba un trolebus en Dorrego.
Los testimonios de dos de los cinco hijos de Sebastián, Miguel Ángel y Carlos Gabriel Molina,
permitieron contextualizar la presión habida sobre los perseguidos políticos y
sociales en 1978, precisar datos en relación a Galamba y desandar el propio
drama familiar. Molina padre, histórico militante de las bases peronistas, con unidad
básica en su casa, “fue obligado a renunciar a su trabajo en la Municipalidad
de Guaymallén, con un arma arriba del escritorio, por cuestiones políticas”. Volvió
a trabajar en la construcción.
Carlos conoció a Juan José por medio de su padre, en
circunstancias de un asado realizado en los hornos de ladrillos de Juan Carlos
Romero, el 1° de mayo de 1978. Allí, Sebastián y “Felipe” -otro compañero de
militancia- resolvieron que la casa de los Molina era el mejor resguardo para Galamba.
El joven se mudó, fue integrado al hogar y trabajó en la construcción con
Sebastián. La solidaridad de los compañeros le volvía a procurar seguridad y
pan frente al asedio de las fuerzas represivas. Miguel Ángel describió a José: “alto,
rubio, estudiado, leía mucho, tomaba apuntes, salía a trabajar”. En el momento del
secuestro “estaba al lado de la estufa con un libro y una libreta, se los
llevaron”.
El domingo 28 de mayo por la mañana, el cerco solidario de los
Molina no pudo contener la violencia de los perseguidores. En una arremetida
salvaje un grupo de más de seis hombres de civil que portaban armas de todo
tipo invadieron la casa. Camuflados con ropa de Agua y Energía, algunos a cara
descubierta, ordenaron a los hermanos arrojarse al piso, los encañonaron y llevaron
a Galamba al patio. Luego de un brutal interrogatorio lo sacaron alzado casi
sin vida de la vivienda. Los vecinos vieron cómo se marcharon en tres falcon
verdes que partieron en direcciones opuestas.
Miguel Ángel contó la reacción de su padre cuando llegó: “se volvió
loco -qué pasó que se llevaron a José, quiénes, cómo eran-, quedó asustado toda
su vida”. Sebastián Molina pensó en poner al tanto a Felipe. Por seguridad se
resguardó con su familia. Al día siguiente, Elvira Cayetana Narváez, compañera
de Sosa, le contó que Felipe faltaba del hogar desde la mañana del domingo y
que había advertido vehículos del Ejército merodeando el lugar. “Felipe” -Ramón
Alberto Sosa-, coincide en la descripción de los dos hermanos: “gordito,
morocho, canoso”.
“Era de San Rafael, tenía una mujer y dos niñas, pensaba que
estaban desaparecidas, nosotros también podríamos haber sido víctimas”, dijo
Miguel, reviviendo diálogos con José. Carlos, preguntado por el Tribunal acerca
de la razón de su suerte y la de su familia en medio de la feroz persecución, aseguró
que fue la pertenencia de su hermano mayor -Sebastián- a la ESMA lo que los ha mantenido
con vida.
Helga Markstein
de Tenenbaum, luchadora constante por la justicia, relató que conoció a Juan José
Galamba antes de 1976, a través de su hija Gisela que tenía vinculación con el
centro de estudiantes de la UTN. Helga y su marido Guillermo Tenenbaum albergaron
a Galamba cuando volvió de San Juan a fines de 1976. Tiempo después Juan José
se reubicó en el departamento que alquilaban Gisela y Ana María del Moral. El 4
abril de 1977 fue secuestrada Gisela. Días después, Ana María y Juan José
fueron alcanzados en un operativo en el cual la joven fue acribillada por las
fuerzas de seguridad y Galamba logró huir.
Helga narró que varios meses después del episodio, recibieron una
misiva de Juan José pidiendo ayuda. Dieron con él y por segunda vez le
ofrecieron desinteresadamente su casa como refugio. Meses después, el joven les
informó que se trasladaba a los hornos de ladrillos del hermano de Daniel
Romero. El día que lo dejaron en aquel lugar, fue la última vez que lo vieron,
corrían los primeros meses del año del mundial.
En el cierre de la audiencia, la abogada defensora Andrea Duranti
despejó una duda que sobrevolaba la Sala: “¿Por qué ayudaban a Galamba, por la
amistad que tenía con su hija?”. “Y sí, lógico, el chico no tenía dónde meterse”,
respondió espontánea Helga. La mujer, como los demás testigos, dio muestra
fehaciente de un valor que quizá no lograron extirpar.
La semana próxima están estipulados los testimonios de Dora Gordon
-madre de Mario Camín-, Nora Estela Pérez -que trabajaba en una oficina próxima
al departamento allanado de Gustavo Neloy Camín-, Susana Astorga -esposa de
Víctor Hugo Herrera- y Alicia Morales de Galamba.
No hay comentarios:
Publicar un comentario