Búsqueda y
relato
27-09-2012
| Los testimonios de María Assof de Domínguez -referente incansable de la lucha
de las Madres- y de su hijo Osiris, dieron cuenta de las desapariciones
forzadas de Walter Domínguez y de Gladys Castro -embarazada al momento del
secuestro- en diciembre de 1977. Aportes sobre el operativo a escala nacional
contra los partidarios del PCML, con Mendoza, Mar del Plata y el Sur del país
como focos de la represión. Beatriz Ortiz, testigo clave para entender cómo
investigaban y actuaban los grupos de tareas.
Elisa Moyano, hermana del desaparecido Salvador Moyano, en el acto del 27 de septiembre a 36 años de su secuestro. Colocación de una cerámica en su memoria en su domicilio de Guaymallén.
Las novelas
del terror
“Cada expediente era una novela de terror y yo
leía cinco expedientes por día. Es muy difícil trabajar en esto si no hay
respuesta”: tal la carta de presentación de María Beatriz Ortiz de Guillén, testigo de contexto aportada por la
querella del MEDH -Movimiento Ecuménico por los Derechos Humanos. Oriunda de
San Juan, Beatriz recaló en Mendoza en agosto de 1986 para desempeñarse hasta
abril del año siguiente como subsecretaria administrativa de la Justicia Federal
en la Sala B de la Cámara de Apelaciones presidida entonces por el hoy ex juez destituido
Luis Francisco Miret. Como vocales fungían otros actores vinculados a la
impunidad como Eduardo Mestre Brizuela (San Juan) y Antonio Endeiza (San Luis).
“Íbamos al D2 -Departamento de Investigaciones de la Policía Provincial- con
Mestre Brizuela y Endeiza para que nos abrieran los archivos”, contó Ortiz
designada como relatora para investigar los crímenes de lesa humanidad
cometidos en San Luis y en Mendoza. El objetivo era “determinar dónde había
terminado la cosa, hacer análisis sobre los destinos de los desaparecidos, hice
un diagrama grande e iba pidiendo los libros de las comisarías y del D2. En el
primer piso encontramos que había un archivo paralelo en otro armario, que
provenía de los legajos apuntados con las iniciales O/P -orden político-, que
indicaba dónde había estado la persona, cómo había sido el camino, con quiénes
se relacionaba. Los expedientes instruidos por la justicia militar eran
chiquitos, no se había investigado nada, llegaban sin los habeas corpus
presentados. En los libros de novedades de las seccionales policiales advertí
que los operativos (horarios de salida y regreso de personal y móviles sin
consignar destinos) coincidían con las fechas de los secuestros, sobre todo
entre 1976 y 1978”. La relatora hacía sus anotaciones en base al libro de
sumarios del D2 o a los libros de las comisarías, “luz verde o luz roja, según
intervinieran el Ejército o la Policía”.
Con prestancia y metodología, Beatriz recordó entre
los archivos políticos del D2 a algunos de los desaparecidos por los que se busca
justicia en el actual proceso: Ángeles Gutiérrez de Moyano, “la señora que
tenía una florería en calle España, hacía obras de beneficencia, aparecía como
que lo que había hecho mal fue estar en una reunión con una persona luego
desaparecida y haber trabajado en la Casa Cuna”; Miguel Poinsteau, su nombre
subrayado en el libro; Roberto Blanco Fernández, al que reconoció tras acceder
al archivo fotográfico: “Blanco fue por un trámite al Palacio Policial, no
salió más, alguien que lo había acompañado se quedó afuera esperando”.
Otros nombres de desaparecidos anotados por Ortiz
en su planilla son los de Koncurat, Bonoso Pérez, Rafael Olivera, Sedrán de
Carullo, Aníbal Torres y Jorge Vargas Álvarez.
Sobre Vargas dijo: “era sanjuanino, llevaban a su hija mayor a ver las torturas
que le infligían al padre. Su pareja era hija del defensor público de San Juan.
A los dos años -del secuestro- leí que esa niña tomó el revólver de su abuelo y
se disparó frente a un espejo”. Sobre las detenidas embarazadas recordó su
mención en los archivos pero no se investigó respecto a los nacimientos en
cautiverio. Entre las fotografías que vio hace más de veinte años se le grabó
la de “una mujer -en situación de prostitución, detenida- en la escalera del D2
que conducía a las celdas”.
Ortiz agregó conocer otros expedientes
impactantes entre el archivo. Uno de ellos referido a la ´justicia militar´: “Las
causas 20840, eran una cosa increíble, traían a varios detenidos con los ojos
vendados y ponían libros atrás, rodeados de gente apuntándoles, les sacaban la
venda y les preguntaban ¿esto es suyo? y decían sí, entonces esto está probado
y condenaban a todos”. Otro caratulaba el hallazgo de más de treinta cadáveres
-nunca identificados- en el dique El Carrizal tras un drenaje hacia 1986 -presumiblemente
arrojados desde aviones- con tachos de cemento en los pies”.
Antes que la investigación de la Cámara fuera
suspendida en 1987 “por las presiones carapintadas”, se alcanzó a indagar a
algunos responsables del D2, del Comando de Infantería y del Liceo militar,
todos centros clandestinos de detención “dónde dirigían a las personas a las
cuales no desaparecían inmediatamente”. En particular, Beatriz recordó la
declaración del ex jefe policial Sánchez Camargo, “era terrible, como si
estuviera muy enojado por estar ahí”; y la decisión de detener al capitán Plá.
Aquellos escasos meses de investigación permitieron que la testigo pueda hoy afirmar
la activa participación del D2 en la desaparición de personas y la coordinación
represiva entre las fuerzas de seguridad y la complicidad de la Justicia
federal.
“Nunca supe qué fue de la documentación que logré
colegir antes de mi renuncia. Puedo decir que todas esas cosas quedaron en un
armario en el primer piso de Tribunales Federales, en una oficina grande. Dos
años después leí en Los Andes que se habían quemado muchos archivos, me quedó
la sensación de que había sido parte de esa documentación. Pasaron algunos años
cuando me di cuenta del valor de esas investigaciones, las busqué y no encontré
nada”; dijo Beatriz, que añadió “mi psiquis, mi carga personal, no admitían más
cosas”. La claridad y validez de su exposición ante un Tribunal de la democracia demuestran que nada
de lo que puso en juego fue en vano.
A
las tres de la mañana del 9 de diciembre de 1977, cuatro hombres encapuchados y
armados -uno de ellos al frente del grupo, con barba y bigotes postizos-
irrumpieron agazapados en el hogar del matrimonio conformado por María Assof y Osiris Domínguez. Encañonado
en la sien interrogaron a Domínguez acerca de Osiris y Walter -hijos de la
pareja. “Mi marido quedó petrificado hasta la madrugada, tras la inspección
total que hicieron de la casa, incluso quitando la pastilla del teléfono para
incomunicarnos”, dijo María en su testimonio. Al levantarse y salir tras sus
paraderos, fue anoticiada por el dueño de la casa que Walter alquilaba en
Luzuriaga 84 de Godoy Cruz con su compañera Gladys Castro -embarazada de seis
meses- que el domicilio había sido violado, revuelto y saqueado. María entendió que “habían secuestrado a mis dos
hijos varones, no tengo nada más, dónde iba a buscarlos, qué iba a hacer, pensé
que era la única a la que le había pasado algo así”. Por los vecinos supo de la
participación de la policía en los secuestros de la pareja. La lectura de la
constancia de denuncia radicada por su marido ante la comisaria 31 y los
comentarios de vecinos de Walter dan la pauta de que el modus operandi y los
grupos de tareas actuantes en ambos operativos hayan sido los mismos e incluso
que su hijo secuestrado haya sido conducido esa noche hasta el domicilio de sus
padres.
Osiris Rodolfo Domínguez -el hijo mayor de María-, trabajaba para esa época en
la empresa Pescarmona -dirigida por agentes de la Marina- y era
"simpatizante" del Partido Comunista Marxista Leninista, por lo cual
no tenía tanto involucramiento como su hermano, según relató. Entre las
personas que conoció esos años mencionó a Rodolfo Vera, Néstor Carzolio, María
Elena Ferrando, los hermanos Elsa y Jorge Becerra; y a Jorge Fonseca. Casi
todos permanecen desaparecidos. "En un mes, mes y medio, levantaron a
todos los del partido", recordó, "los de acá, los de Buenos Aires,
los de La Plata, fue una cosa bien diagramadita". Osiris ratificó y
completó datos aportados por su madre. Así, comentó que Walter y Gladys
albergaron en un domicilio anterior al del secuestro -en Dorrego- a Susana de
Miguel, compañera de Jorge Becerra -que ya había sido secuestrado-; y a Mirta
Hernández, ex-esposa de Rodolfo Vera. Ambas estaban con sus hijos pequeños.
El
8 de diciembre a la tarde, Osiris visitó a Walter. Él le comentó de varios
compañeros que eran detenidos o que desaparecían y que no sabían más de ellos.
Esto prendió una luz de alarma entre los hermanos y Osiris le sugirió mudarse. A
las seis de la mañana, Osiris salió de su turno nocturno de trabajo y pasó a ver a
Walter. Cuando llegaba al domicilio, por la vereda de enfrente, vio la puerta
de la casa rota y abierta e imaginó lo que había sucedido. Siguió caminando
hasta el centro. Allí se encontró con un compañero: Fredy Irusta, -que se
presentó este año en el Juzgado y prestó testimonio sumado a la causa-. Irusta
lo contactó con Oscar Vera -hermano del desaparecido Rodolfo- y comenzó el
peregrinar para sobrevivir. Estuvo cerca de dos meses en una finca en Barrancas,
luego se trasladó a Buenos Aires. Primero se radicó en San Clemente del Tuyú,
junto a militantes que también huían de Mendoza -entre ellos Cristina y Mabel
D'Amico, Mirta Hernández y su hijo; Carlos Vera y Julio Del Monte. Semanas
después, esa casa se tornó peligrosa y se trasladaron a Mar del Plata. A fines
de febrero "cayó" uno de los departamentos en manos del terrorismo de
Estado. Se dispersó el grupo y Osiris tomó camino hacia Neuquén, con Del Monte.
La fuerte presencia militar en esa provincia los llevó a cambiar de destino y regresaron a Mendoza. No volvieron a verse más. De vuelta en la provincia, Osiris
pudo juntarse a hablar con sus padres. Luego partió hacia Córdoba y se radicó,
finalmente, en Oncativo.
Osiris
recordó lo sucedido con su primo Rolando Omar Domínguez, quien trabajaba para
la IV Brigada Aérea y -según presume con certeza- para el departamento de
Inteligencia que funcionaba en Alberdi y carril Godoy Cruz de Guaymallén. Para
la navidad de 1977, el sobrino militar le dijo a María Assof que "prepare
comida" porque iban a soltar a la pareja, cosa que no sucedió. Tiempo
antes había referido solaz a María el operativo en el que “paseaban” a un chico
detenido. Rolando no volvió a referirse a eso y se desligó de la situación. Por
la pertenencia militar de Rolando, Osiris sospecha que el grupo de tareas que
se llevó a su hermano y su cuñada debía pertenecer a la Fuerza Aérea.
“Desgraciadamente
cada vez éramos más madres buscando a nuestros hijos”, recordó María e hizo
presente la lucha incesante de Madres de Plaza de Mayo por la aparición con
vida que impregna sus pañuelos blancos y sus voluntades. Antes había vivido la
incertidumbre, la presentación de habeas corpus -sistemáticamente rechazados
por el juez Gabriel Guzzo- junto a los padres de Castro por Gladys, Walter y
Osiris; los anónimos con pistas falsas; las burlas de los funcionarios del
Ministerio del Interior, de Videla para la navidad del 78 (“los van a poder
ver”) y de monseñor Graselli, capellán de la Marina (“hay un fichero con todas
las cartitas de las chicas embarazadas, están muy bien”). Sobre su nieta o
nieto señaló, “tiene que haber nacido acá, en Mendoza”.
“No tuvo tiempo”, dijo María al evocar la vida que arrebataron a su hijo: “de chico le gustaba el bailecito, la ropa limpia, después cambió cuando entró a la facultad de arquitectura, se preocupó por lo social, se interesaba por el otro, lo que hacía no era nada peligroso pero sí para el sistema”. 22 años tenía Walter, 24 Gladys, su compañera.
María Assof
“No tuvo tiempo”, dijo María al evocar la vida que arrebataron a su hijo: “de chico le gustaba el bailecito, la ropa limpia, después cambió cuando entró a la facultad de arquitectura, se preocupó por lo social, se interesaba por el otro, lo que hacía no era nada peligroso pero sí para el sistema”. 22 años tenía Walter, 24 Gladys, su compañera.
María Assof
Osiris Domínguez: Operativo "Escoba"
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