De condenas y condenados
23-11-2012 | Exiliado en Suecia, Raúl Rizzi contó el
periplo de vejámenes y prisiones a los que fue sometido, la saña con que lo
torturó personal del Ejército, el papel de la Justicia Federal. En el D2 percibió
la muerte de Miguel Alfredo Poinsteau. Suárez, Mamaní y Pedot, provenientes de
Buenos Aires tras el exilio interno, brindaron un cuadro detallado de la
situación política y de la represión que alcanzó al grupo de compañeras y
compañeros desaparecidos en mayo de 1978.
Las trágicas comedias
“En la época de la
dictadura bastaba con que uno repartiera un panfleto para que lo hicieran desaparecer”.
En ese contexto, Raúl Alberto Rizzi,
por videoconferencia desde la Embajada argentina en Estocolmo, relató su
secuestro y detención en el Centro clandestino de detención D2, de la Policía
de Mendoza, a partir del 21 de octubre de 1976. Allí se encontró junto a Rosa
Gómez, Víctor Cuello y Miguel Alfredo Poinsteau -desaparecido, presuntamente muerto
en su celda, y por quien Rizzi dio su testimonio: “Estaba muy nervioso ese
muchacho, con mucho miedo, más que todos. ¿Cómo no íbamos a estar alterados si
no sabíamos si íbamos a seguir vivos? Se notaba que era una persona muy cálida,
hizo un esfuerzo muy grande para no desmoralizarnos, muy loable de su parte. Yo
estaba contiguo a su celda, hablábamos despacio, entre micrófonos, del tiempo,
de cualquier cosa. En algún momento escuché cómo su cuerpo golpeaba contra el
piso, tengo un recuerdo espeluznante de ese sonido. Empezamos a llamarlo a
gritos, no contestaba, golpeamos las puertas de las celdas, llegó el ´Caballo
Loco´, dijo ´hijo de puta, qué hiciste ´, cerró la puerta y se fue. A la media
hora vinieron varios guardias y en total silencio se lo llevaron”.
Rizzi había ido al
Palacio policial a tramitarse el certificado de buena conducta. La cola
avanzaba, su turno había pasado hacía horas, le dijeron que esperara, la gente
pasaba hasta que no quedó nadie: “Fue tragicómico, supe que me iban a llevar. Me
llaman de una oficina, me forcejean, ´Mechón Blanco´ me encapucha con mi campera,
me llevan derecho a la leonera. Me torturan, me preguntan por mi hermana Norma
Mónica y por mi mamá, que creían sindicalista. Después me entero de que a mi casa fueron
muchas veces hasta que mi mamá se puso firme y no los atendió más. Era gente
muy histérica, no podía entender que una madre protegiera a su hijo”.
“Yo tenía una
militancia reducida -Franja Morada, Juventud Universitaria Peronista. Cuando me
llevaban a la parrilla en el D2, las preguntas no tenían racionalidad: mi
hermana, los libros, las armas que supuestamente tenía en casa, por todo
pasaban corriente. Uno de los interrogadores era ´El Porteño´. Había un
pabellón de calabozos, también estuvieron por esos días Laura Marchevski y Luis
Pasardi, al que se llevaron por el sólo hecho de estar en mi casa, era
noviecito de mi hermana.”
“El otro episodio
que viví en el D2 fue cuando me mostraron una serie de cartulinas, fotos de un
montón de gente. Reconocí a tres mujeres, sobre una de ellas se me escapó un
gesto -´Mecha´, Elsa Sedrán de Carullo, una chica rubia con una beba, que
cuatro meses antes por pedido de Alicia Peña estuvo unos días en mi casa,
estaba muy perseguida-, se dieron cuenta. A los dos días me pusieron lentes
oscuros sobre la venda -pensé que me mataban- me subieron a un citroen, me
quitaron la venda y me dijeron ´si ves a esa mina, marcala´ -reconozco esa voz
como la del que hacía de ´bueno´, lo vi en un interrogatorio a cara
descubierta, era bajito, andaba siempre en yunta con ´El Ruso´, que hacía de
´malo´. Volvimos al D2 como si nada. Estuve ahí hasta principios de diciembre.
Y después a la Penitenciaría una semana, hasta el 13 de diciembre, cuando fui a
la U9 de La Plata en el Hércules”.
“Antes me llevaron a
una declaración nocturna en el Juzgado federal. Me acuerdo del secretario, de
mediana edad, calvo. Me acusaban de inflingir la ley 20840 por la cual estuve
detenido hasta el 16 de octubre de 1979. Hablé, declaré las torturas que me
habían hecho. Que en el Penal me había sometido a interrogatorio gente preparada
del Ejército porque un Teniente andaba detrás de la hermana de mi novia. Yo no
entendía nada. Me arrancaron la ropa porque no tenía marcas de las torturas, decían
que la Policía no me había torturado, que ellos lo iban a hacer bien. ´¿Cuánto
creés que vas a estar preso?´, me preguntaron. ´Tres años´ dije y ahí vino una
condena para mí, salí en el 79. En el 78 me volvieron a Mendoza y de nuevo a La
Plata. Las dos veces en la U9 fue a verme un Juez de acá, con su secretario. Se
limitó a decirme que no mandara más a mis padres a reclamar por mí a Tribunales
Federales. Le dije que cada vez que viera a mis padres les mandara mis saludos.
Salí en libertad junto a Víctor Cuello”.
Además de ´Mechón
Blanco´ -Manuel Bustos Medina-, Rizzi reconoció a ´Caballo Loco´ -Mario Torres-
y al ´Bueno´, Eduardo Cia Villegas, entre los fotografiados del personal
actuante del D2.
Las fronteras lábiles
José Marcial Suárez, Lázaro Mamaní y Juan Carlos
Pedot tenían una cercanía ideológica y partidaria con los militantes
secuestrados en mayo de 1978. Se situaban, aunque en diferentes espacios,
dentro de la esfera del Partido Socialista. Describieron el clima que se vivió
antes del quiebre del orden democrático, sus situaciones al momento de la caída
grupal y las pertenencias políticas de sus compañeras y compañeros
desaparecidos.
José Suárez se ocupó
en su testimonio de dar cuenta del desarrollo, posicionamientos políticos y
estrategias de alianzas del Partido Socialista en Mendoza durante la década del
70; así como el devenir organizacional y el reacomodamiento de los militantes
de izquierda en relación a las agrupaciones peronistas, fundamentalmente en
Montoneros. Explicó que las distintas etapas del socialismo -de Partido
Socialista de Vanguardia a Partido Socialista Popular pasando por el Partido de
la Vanguardia Popular-, estuvieron motivadas por permanentes discusiones
internas y crisis de cambio que tenían que ver con la posibilidad de renovar
estructuras tradicionales y permitir el entrecruzamiento de estudiantes,
sindicalistas y trabajadores de distintas militancias de acuerdo a la agitada
coyuntura política nacional -fundamentalmente a partir de 1973- y a los valores
y objetivos comunes de una generación.
“Todos eran jóvenes,
tenían familia, desarrollaban actividades sociales y políticas concientes de
que eran actores públicos, y como tales lo siguieron siendo hasta el fin de sus
días. Ingresan al PSV en un momento de fuerte debate frente a la posición de la
realidad nacional y al rol del peronismo. Esa era una discusión fundante, cómo
relacionarse e integrarse a lo que expresaban los sectores sociales a los
cuales estaba dirigido el ideario socialista, abandonar el eurocentrismo,
ampliar horizontes de la experiencia concreta de los trabajadores y los
condenados por un sistema injusto. El ´qué hacer´ respecto al peronismo una vez
que dejó de ser proscripto fue uno de los ejes de aquellos años para romper
con la idea del foquismo y hacer política. En el 73 se consideró como opción
inteligente la alianza con el peronismo a través del acompañamiento electoral
del FREJULI”.
Suárez tenía una
ferretería -en la que trabajaba el joven “Tonio” Herrera- y una vieja casona
familiar que funcionaba como lugar de reunión de actividades políticas y
culturales, con amplia convocatoria hacia los sectores de izquierda. El PS
extiende entonces su influencia a sectores sindicales y estudiantiles a través
de militantes referentes de otras procedencias. Pertenecían a aquel “grupo de
amigos con voluntad política":
-Víctor Hugo
Herrera: “Hablo de él desde el afecto, era casi un hijo para mí. Muy joven, pujante,
inteligente, provenía de un hogar muy pobre con muy pocas posibilidades,
encontró donde crecer, estábamos muy vinculados desde lo afectivo y lo político”.
-Ángeles Gutiérrez de
Moyano: “Trabajamos juntos en la fusión del Partido Socialista Auténtico. Era una
compañera muy valiosa, de 60 años y con la vitalidad, jovialidad y el
compromiso de cualquiera de nosotros, provenía de una larga experiencia
sindical”.
-Juan José Galamba: “Pertenecía
a la organización en la Universidad Tecnológica Nacional Regional Mendoza -UTN-“.
Margarita Dolz, Alejandro Dolz, Carlos Castorino, Raúl Gómez, Alicia Morales, Gisela
Tenembaum, Alfredo Escames, Mario Camín -su padre, Gustavo, fue un destacado
militante comunista-, Daniel y Juan Carlos Romero, todos en mayor o menor
medida fueron cercanos a Súarez.
En 1975, la
influencia de Montoneros, su viabilidad como opción política real y las
necesidades de las distintas conducciones partidarias para sumar a todos los
militantes de manera integral -dada la radicalización extrema agitada por el
Partido Militar-, generó vertientes migrantes a agrupaciones bajo conducción
montonera: Juventud Peronista, Juventud Universitaria Peronista -donde se
nuclearon Galamba, Morales, los compañeros de la UTN-, Juventud de Trabajadores
Peronistas -tales los casos de los empleados del Banco de Mendoza, Emilio Vernet,
Alberto Córdoba y Ubertone. A partir del pase a la clandestinidad, la crisis
más álgida, se van a Montoneros formalmente algunos de ellos, como Galamba,
Morales, Tenembaum, Escames y Juan Carlos Romero: “Las fronteras eran muy
lábiles, de grandes vínculos, lo que hacía natural el apoyo y la protección de
militante a militante, de agrupación a agrupación”. “A partir del golpe, el
efecto del plan sistemático de desaparición, y el aplastamiento del movimiento
estudiantil y del sindicalismo está en pleno funcionamiento y a nosotros nos da
de lleno en los cuadros, recibimos castigos por todos lados. Yo me salvé porque
Francisco Solano López -“Pancho”- me advirtió que había que irse: ´lo que viene
es desconocido y terrible´. La embestida no sólo lastima a quienes secuestraron,
torturaron y desaparecieron, también a sus familiares y a todos los que debimos
exiliarnos internamente. La situación de los ocho secuestros en mayo de 1978
nos llegó muy rápido, ya establecidos en Buenos Aires”, detalló Suárez.
“Nacho” Mamaní contó
que activaba en la pata política que el PS tenía en la UTN y que luego de la
muerte de Perón, como muchos compañeros, se sumó al peronismo de base. Así como
la persecución sistemática, antes del 76, fue desarticulando la militancia en
la Provincia, la cercanía del terror los fue empujando hacia el exilio,
contaron.
La ejecución de
Mario Susso y Susana Bermejillo y más tarde, la detención de su hermano -lo
confundieron con Nacho y lo llevaron al D2- determinaron su fuga. Para
resguardar su vida se fue a Buenos Aires en febrero del 77. No pudo convencer a
Billy Lee Hunt que en ese entonces vivía con él, “el Billy, como Margarita -Dolz-,
pensaba que por su grado de participación política no le podía pasar nada”
contó. Ambos fueron secuestrados y están desaparecidos.
Juan Carlos contó
que sintió el peso del aparato represivo desde que se vinculó con la movida
sindical que dio origen a la CGT de los Argentinos en 1968, sin embargo, lo que
vivió entre el 75 y el 76 lo dejó fuera de cualquier acción política. Actuaba
en la superficie del PS, trabajaba de laboratorista en el hospital Ferroviario
y de enfermero en la Penitenciaría Provincial.
Además de las
advertencias de Alfredo Escames, Pedot presenció el maltrato y supo de
simulacros de fusilamientos a los detenidos en el pabellón de presos políticos
que en 1975 funcionaba a pleno. Entre esos detenidos vio en estado crítico a Solano
López que le dijo “váyanse porque esto es terrible”. Decidió irse a Buenos
Aires a fines del 76. En abril del 78 visitó a Daniel Romero -de quien elogió
su solidaridad- que estaba resguardando en su casa a Isabel Membrive, una joven
perseguida por sus ideas políticas. Esa fue la última vez que lo vio.
Mamaní y Pedot
sostienen la hipótesis de que el operativo que acabó con la vida de sus
compañeros de militancia tuvo que ver con el Mundial y con el peligro que
representaban aquellos que aún no habían sido silenciados. “Cualquiera de ellos
tenía el valor suficiente para denunciar cualquier atropello, aún estando en
dictadura”, dijo con voz cortada Juan Carlos Pedot. “Cualquiera de los
compañeros que quedó acá le hubiera abierto la puerta a Galamba”, había
señalado antes Suárez, respecto a la solidaridad latente en medio del
descalabro general.
En casi tres horas Suárez,
Mamaní y Pedot narraron lo que ningún Estado quiso escuchar en 35 años. Hubo
expresiones de desahogo y lamentos que podrán contar sólo aquellos que tuvieron
que padecer en carne propia esa especie de muerte lenta que significó el exilio
interno.
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