El rol civil, la policía cerca
1-11-2012 | La reconstrucción en base a los testimonios sobre
los hechos que concluyeron con los secuestros y desaparición de Roberto Blanco
dieron luz a su causa. Sospechas más firmes
sobre el rol del civil Oscar Simone en torno al espionaje en la Dirección de
Transportes de la Provincia. Con las dos personas testigos del secuestro de
Blanca Graciela Santamaría, su madre y un vecino, se dio inicio al tratamiento
por su desaparición.
Memorial por las más de doscientas personas desaparecidas en Mendoza, frente al Tribunal Oral Federal 1 |
Transportes y fusilamiento
“Usted definió primero
desaparición y posterior homicidio de Roberto Blanco. A Roberto Blanco lo
mataron, dijo usted”, recapituló el juez Antonio Burad ante Nora Amira Cadelago, empleada del área de
Transportes de la provincia desde 1971 y, hacia 1976, novia del desaparecido. “Por
supuesto”, dijo la testigo. Lo mismo respondió respecto a que Ramón Arrieta
Cortéz -subjefe policial, segundo de Julio César Santuccione-, Alberto Ruiz Soppe
-jefe de la Regional San Rafael-, Dalmiro Podestá -médico forense del centro
clandestino de detención D2- y Calixto Cuesta -interventor militar en la Dirección de
Transportes después del secuestro de Blanco, el 1ro. de abril de 1976 y jefe de
Nora-, sabían lo que le había pasado a Roberto Blanco, “no es posible que no lo
supieran”.
Nora contó “una relación
maravillosa con Roberto, en esos tiempos tener una relación afectiva con una
persona separada era difícil. Héctor Salcedo, Roberto Jaliff y él eran
inseparables. Lo más íntimo era la relación política. Empezamos a ver los desastres
en las facultades, ¿cuándo se terminará esto? decíamos, una persecución
terrible, la policía por todos lados. Roberto estaba a cargo de la Dirección de
Vías y Medios de Transporte y ETOM -la Terminal-, y era parte de la Juventud
Sindical Peronista”.
A mediados de enero de 1976, Roberto “no
apareció en el trabajo, dejó de venir, de aparecer, de estar, anduvimos en
averiguaciones, eran verdaderas amansadoras del terror, mentían, que había
estado en tal lugar, que no, callaban. Con Aldo, mi padre -jefe nacional de la
Policía Ferroviaria- anduvimos por todos los recovecos. Él habló con el
subcomisario Arrieta Cortéz para que lo liberaran. El comisario Ruiz Soppe me
citó a la central de calle Mitre y dijo ´no lo busque más acá, no se meta más,
va a terminar mal´; yo no tenía miedo, tal era mi afán de encontrarlo”, contó
Nora. Tiempo después, tras la desaparición de Blanco, el mismo Ruiz Soppe, sería uno
de los interventores en Transporte: “Le tenía terror, pasaban marchando por las
oficinas de la Terminal, él al frente de los policías, intimidando al personal”.
“Una tarde Roberto apareció
acompañado de mi padre. Parecía un monstruo, herido del cuello a la ingle. No
quería hablar, entre lágrimas contó que -era de gran contextura- lo tiraban al
piso para torturarlo, lo ataban con pretales sobre camastros de hierro para la
picana, lo pateaban hasta hacerlo vomitar sangre. Cuando entraba luz en las
celdas del D2, veía las paredes llenas de sangre y pelos. Allí se encontró con
su adversario Juan Basilio Sgroi, tras la tortura se masajeaban y entre sí
comentaban ´te das cuenta hermano, los problemas en los que nos metemos´.
Permaneció enfermo en mi casa hasta el segundo secuestro. En el interregno veíamos
cómo desaparecían a los chicos”.
A fines de marzo, la
Policía llamó a casa de la testigo para citar a Blanco respecto a papeles
requeridos. Atendió Nora y comunicó a su novio. Aldo Cadelago aconsejó que se
presentara, lo acompañó su amigo Héctor Salcedo. El 1ro. de abril Salcedo llama
desesperado a Nora preguntando si Roberto no estaba en casa, hacía dos horas
que había entrado al Palacio policial y los policías se lo negaban. No
volvieron a verlo. Por la esposa de Podestá -médico del D2-, amiga y compañera suya
y de su hermana en Transporte, la testigo fue alertada de que no lo buscara más:
Podestá habría visto su cadáver en el D2, “a todos los que mataron debe haber
visto él”.
En Transporte, la
línea jerárquica de los interventores quedó un tiempo encabezada “por Calixto
Cuesta -en lugar de Sgroi-, el subcomisario Murúa -en lugar de Blanco-y el
sargento Coria como ayudante técnico. Cuesta me citó ante ellos para decirme
que había sido testigo del asesinato de Roberto: en el mismo D2, arrodillado
y encapuchado, fue fusilado con dos balazos en la nuca”, relató.
Cadelago destacó el
aire de espionaje y persecución que había en la repartición pública y sobre
todo en ese área: “andaban civiles vigilando siempre, era terrible, íbamos a
comprar con el documento”. Relacionó al sospechado Oscar Simone -actuante al
servicio de la represión, integrante del Batallón 601- como posible entregador
de Blanco -“que lo conocía y no lo quería”. “Cuando lo ví hace unos años en
televisión -seguía siendo compañero de trabajo- como sospechoso de marcar
personas, até cabos, recordé que a las chicas de la Juventud Universitaria Peronista
-JUP- les daba clase de gimnasia en su casa, a los chicos de Montoneros los
tenía engañados. De la Dirección lo mandaron al Archivo judicial, en la ex
bodega Giol, justo donde está toda la documentación de esos años”.
El doctor Pablo Salinas,
representante del MEDH solicitó que Fiscalía acepte una ampliación de la
información de la testigo, específicamente en relación al rol de Simone. El
fiscal Dante Vega accedió y además pidió la citación testimonial de Calixto Cuesta
y la nómina de empleados de Transporte de la época.
Salomón Leonardo Fioretti -de 18 años de edad a principios de 1976 cuando fue
secuestrado junto a sus padres y sus dos hermanos mayores- completó el cuadro
de la persecución sufrida por su familia y relató observaciones directas sobre
la situación de un detenido junto a él en el D2 hacia el 14 de enero de ese
año. Por las descripciones de Fioretti es muy probable que se trate de Roberto
Blanco, entonces secuestrado por primera vez.
Salomón manifestó el
gran despliegue operativo que se produjo en la casa familiar de Guaymallén
donde redujeron a todo el grupo: “más de treinta personas, con civiles
caracterizados al frente, secundados por uniformados color caki”. En el
traslado pudo advertir que ingresaban por calle Peltier, es decir por la parte
trasera del Palacio policial. Fue llevado a la “planta alta del D2, a una área
de ocho celdas en dos alas y una celda mayor al fondo, ahí tenían a ´Yani´ Sgroi.
Por él le preguntaron a Fioretti dos días después mientras era golpeado por
tres personas. Su hermano Alejandro fue bajado a la sala de torturas a un
fuerte interrogatorio, lo que provocó la bronca del resto de los detenidos.
Por debajo de la puerta
de una de las celdas, Salomón pudo ver a la persona que la noche del 14 de enero
-a horas de su detención- no paraba de gritar: “fue lo primero feo feo que vi,
un hombre de contextura robusta, con custodia, esposado al piso, se le subían
arriba para golpearlo, vi sus borceguíes. Lo levantaron, se lo
llevaron al fondo y lo volvieron a traer. No volví a verlo”. El testigo
reconoció el perfil de Blanco entre las fotografías de los desaparecidos. Lo
alcanzó a ver “caído, con sólo un pantalón largo como vestimenta, los brazos
hacia atrás y moretones grandes en el dorso y en el cuello”.
Fioretti fue
trasladado a la Penitenciaría Provincial -“un paraíso al lado del D2”- y puesto
a disposición del Poder Ejecutivo el 24 de diciembre de aquel año. Antes había
sido “entrevistado” por Santuccione y Otilio Romano en los juzgados federales, en
la habitual farsa indagatoria. “A mí me golpearon en los riñones para
amedrentarme, una caricia al lado del horror que vi”, dijo respecto a casi su
año de detención ilegal y a la suerte de Blanco.
“¡No ve que es
preciosa!”
Se abrió la ronda de
testimonios referentes a la desaparición de Blanca Graciela Santamaría, quien
fue secuestrada de su hogar, en el Barrio UNIMEV de Guaymallén, cuando tenía 24
años y cursaba quinto año de la carrera de Artes en la Universidad Nacional de
Cuyo. Su detención se dio en el marco de un gran operativo que duró varios días
y en el cual numerosos militantes del Partido Revolucionario de los
Trabajadores (PRT) corrieron la misma suerte.
Al momento del
secuestro, en la casa familiar vivía Blanca Lidia con su esposo, Luis Antulio
Santamaría, sus hijos -Luis Beltrán y Blanca Graciela- y su nieta -Ana
Graciela-. Otra de sus hijas, María Florencia (madre de Ana), estaba en ese
momento presa. Había sido detenida del 30 de abril al 1ro. de mayo de 1975 en Las
Heras.
Expedientes y prontuarios en los pasillos del D2 y del D5, Informaciones y Archivos de la Policía Provincial |
Blanca Lidia del Valle Calderón de Santamaría, madre de Graciela, se presentó con
sus 88 años y las huellas del tiempo y la lucha frente al Tribunal. Sin que sus
dificultades para escuchar -atendidas por su nieta Ana Vera que la acompañó
durante todo el testimonio- fuesen obstáculo para revivir y contar una vez más
su historia, Blanca Lidia relató cómo alrededor de la 1.45 de la madrugada del
15 de mayo de 1976 “sonó el timbre de mi casa, y mi hija (Blanca Graciela) que
estaba durmiendo conmigo me dijo ‘Mamá, la policía´...”. Cuando Calderón abrió
la puerta, ya había agentes en el fondo de la casa que habían accedido por la del
vecino. Se trató de un gran operativo que contó con cerca de veinte personas
encapuchadas, la mayoría con uniformes verdes, con armas de diversos tipos y
que se movilizaban en, al menos, cinco autos, Ford Falcon verdes sin matrícula.
Cuando los secuestradores
ingresaron violentamente a la casa, le preguntaron a Blanca Lidia quién era la
joven en el dormitorio. Les contestó que era su hija Blanca. Los captores
dijeron “Venimos por ella”, “¿por qué?” preguntó la señora. “Porque ha
traicionado el movimiento”, respondieron. Luego obligaron a Calderón a
encerrarse en el baño con su nieta, menor de dos años, donde estuvieron apuntadas
permanentemente. Su marido fue obligado a punta de arma a mantenerse acostado.
Se llevaron a Blanca, de quien escuchó por última vez “un grito desgarrador de
‘¡Mamá!”.
Al rato de la partida
del operativo, volvieron a la casa de la familia en busca de un joven que había
sido albergado por la familia y que, aunque Calderón no recordó de quién se
trataba, según consta en la querella se trata de Osvaldo Zuin Michelan. El
joven ya había logrado escapar primero a la casa del vecino Héctor Toledo,
donde pudo esconderse en la primera parte del operativo y desde donde el hombre
lo ayudó a huir por una pared hacia otra calle, con lo cual se salvó de ser
detenido. Zuin cayó en las garras del terrorismo de Estado en enero de 1977 en
Córdoba, tras lo cual estuvo en el Centro Clandestino de Detención “La Perla” y
luego habría sido trasladado a Mendoza a “Las Lajas”. Integra la lista de
detenidos-desaparecidos.
Tras la lectura del
nombre de los imputados, Calderón expresó que conocía a Juan Agustín Oyarzábal
-Jefe de operaciones policiales-, porque la madre y hermana del mismo vivían
frente a su casa. Comentó que luego de la desaparición de su hija se lo cruzó y
le consultó si él no podía hacer o averiguar algo. La respuesta del represor
fue: “Deje de pensar esas cosas y críe a esa niñita”, en referencia a la nieta.
Héctor Toledo, jubilado y dirigente gremial y vecinal desde aquellos años,
también prestó testimonio en esta audiencia. Ratificó las características y
dimensiones del operativo, así como la pertenencia militar y/o policial de los
captores. Comentó cómo ingresaron a su hogar y desde allí pasaron a la casa de
su vecina. Luego se encontró con el joven Zuin, quien pudo esconderse en la
habitación de Toledo cuando pasaron por allí los efectivos. Cuando vio que los
vehículos se marchaban, Toledo fue a la casa de al lado donde encontró muy
maltratado al matrimonio. En ese momento volvieron los efectivos, lo metieron
al baño, indagaron violentamente a Blanca Lidia y a Luis, y se fueron. Supo que
pasaron nuevamente por su casa, amenazaron con armas a su esposa e hijos y
familiares.
Al igual que Blanca
Lidia Calderón, reconoció de la lista de imputados a Oyarzábal, por el mismo
motivo que la testigo que lo precedió. Pero agregó que desde unos tres meses previos
al secuestro de Santamaría, el represor dormía entre semana en la casa de la
madre en donde llegaba y se iba siempre con el mismo auto. Esto en el marco de
que Toledo aclaró que hacía tiempo ya que venía captando algunas actividades de
vigilancia en el barrio. De la lista dijo conocer también a Fernando Morellato
Donna y a Aldo Patrocinio Bruno. En ambos casos, por sus participaciones en
clubes deportivos donde se han cruzado.
Blanca Lidia comentó
que tras el secuestro de su hija, hubo presentación de habeas corpus y otros
trámites de averiguación que realizaron su esposo y su hijo -el abogado Luis
Beltrán Santamaría, recordado por apañar al camarista Luis Francisco Miret
destituido por denuncias de complicidad con el terrorismo de Estado en 2010-.
Sin embargo, ella no pudo detallar al respecto porque no fue informada de los
pasos que se siguieron. Sí recordó que tras algunas “cosas” que hizo Luis
Beltrán, “alguien lo paró” y le dijo “no te metás con el asunto de tu hermana,
no averigües tanto, acordate que vos tenés atrás una familia”. También pudo
recordar que durante algunos días, desde su casa se comunicaban con una persona
“que estaba en el ambiente” pero que no identifica, y quien les decía no saber
nada. Finalmente esa persona dijo que la “habían ubicado”. Al otro día de eso,
recordó de manera significativa que un cura del supuesto lugar en el que
estaría Blanca “amaneció muerto” por lo cual ella “calcula” que ese informante
podría tratarse de él.
El fiscal Dante Vega
consultó a Blanca Lidia cómo era su hija menor. La madre describió: “un poco
más alta que yo, era muy bonita, muy blanca, y tenía el pelo oscuro y los ojos
oscuros”. Tras esto, Vega alzó una foto de Blanca Graciela y su madre exclamó:
“¡No ve que es preciosa!”.
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