Huella y
huella
29-11-2012 | El debate que indaga
los secuestros y desapariciones de Oscar Ramos y Daniel Iturgay la madrugada del
5 de noviembre de 1976 allana verdades y nuevas preguntas. Los hermanos Raquel y
Ángel Miranda expresaron las marcas del terror en la vida de Ernesto Sebastián,
hijo de Ramos y Ana Bakovic. Gladys Iturgay relató que a su hermano Daniel lo
perseguían y reprimían desde que hizo el Servicio Militar en el Grupo de Artillería
de Montaña VIII, en Uspallata. La defensa del imputado Morellato presentó
testigos: lo que dicen y no dicen los libros, los hechos.
Ese niño
“Yo medié para que mi hermano -Ángel Felipe- cuidara al chico”, dijo al Tribunal Raquel Mercedes Miranda. Ambos conocieron
a Ana María Bakovic -detenida en abril de 1975, compañera del desaparecido
Oscar Julio Ramos- y al bebé de la pareja, Ernesto Sebastián. Raquel fue
detenida el 27 de agosto de 1975, secuestrada dos días en el D2, trasladada a
la Penitenciaría Provincial y luego al Penal de Devoto, donde concluyó más de
seis años de cautiverio.
En la Penitenciaría, el hijo de Bakovic -de poco más de un año- “sufría
más que los otros chicos el encierro, no estaba bien, necesitaba salir, conocer
la calle. Mi hermano me visitaba, se ofreció para pasearlo los fines de semana,
se estableció una muy buena relación entre él y Sebastián”, dijo la testigo. Para
julio del 76 cuando el niño cumplió dos años, Ana María tuvo que ceder la
tenencia. Ángel aceptó de buena voluntad. Explicó Raquel: “En algún momento
supe que él estaba desesperado porque Ramos le solicitó ver al niño, se encontraron”.
Una vez en Devoto, Raquel supo que Ramos había sido desaparecido y el niño
también. Ella se lo comunicó a Ana, que lo encontró cinco años después de salir
en libertad.
“La criatura sufría mucho los encierros, la mamá de Ana no podía
ocuparse, el padre era una persona muy mayor, ella no tenía otra persona a
quién dárselo” atestiguó Ángel Miranda. Explicó: “Hicimos una tenencia
judicializada y firmé los papeles. Sabía que tenía un padre, que estaba
comprometido por su actividad política. Yo tengo mi familia que amo, una mujer
y un hijo que, justamente por el cariño que le tuve a ese bebé, le puse Sebastián".
En septiembre de 1976, Ramos se presentó al domicilio de Miranda
en calle Juan B. Justo de Ciudad, “soy Oscar Julio Ramos, el padre del Cunfi, estoy
de paso, quiero pasar el fin de semana con mi hijo”. Ángel contó: “me puse en su
piel, actué con el corazón, no con la cabeza. Accedí, convenimos una cita en
calle San Martín y zanjón de Los Ciruelos, llevé un bolso con ropitas y sus cosas.
Me acreditó su identidad -si no, no se lo hubiese dado- y quedamos que lo
devolvía el domingo, cerca del antiguo cementerio de Capital. Fui a buscar al
nene y no aparecieron. Tres veces fui a averiguar al domicilio de ellos en
calle Remedios Escalada. Ya no estaba ni
el señor Bakovic, el papá de Ana. Solamente una señora que parecía ocultar
algo. El tiempo pasaba, les perdí el rastro, a mi hermana la trasladaron a
Devoto. Era una cosa muy pesada la que yo sufría, siendo el responsable de la
criatura y que hubiera desaparecido era un calvario para mí. Fui a Buenos Aires,
ubiqué a sus parientes. Ana María me previno que no acudiera porque Ramos tenía
una hermana en la Policía Federal e iba a haber mayores problemas”.
En el verano de 1977, la casa que Miranda compartía con su otra
hermana -asistente social en el Poder Judicial, que impulsó la tenencia a
través del Juzgado de Familia- fue
allanada por un operativo del Ejército, “entraron armados por los techos,
revisaron todo, se robaron relojes de oro de mis hermanas, buscaban libros,
hablaban de una imprenta clandestina, preguntaban por gente conocida de Raquel,
vinculada a la política, todo bajo actitud violenta”.
Acerca de los destinos de padre e hijo, Ángel dijo: “Yo sabía que Ramos
en su afán de escaparse había dejado al niño en algún lugar. Recibí la versión que antes de ser detenido se
lo dejó a una vecina de avanzada edad, le dice que su nombre es Sebastián y ella
va y lo lleva al Juzgado. Eso ratifica el niño ahora, que la señora le contó
las circunstancias en que detuvieron a su padre. Volví a verlo cuando Ana lo
encuentra, en los 80, en manos de una pareja que vivía en Las Heras. Lo
recuerdo porque mi pareja y yo ya teníamos nuestro hijo natural”. El abogado
querellante, Pablo Salinas, llamó la atención sobre el hecho de que si la
anciana devolvió al niño bajo tenencia legal de Miranda -“otra vez huérfano,
una vez su padre secuestrado”- al
Juzgado de Familia, no le hayan notificado al menos la novedad: “era más fácil
encontrarlo a Felipe que mandarlo en adopción a otra familia”. En ese sentido,
solicitó nuevamente al Tribunal la citación testimonial de la doctora Luna
Dávalos, a cargo de los trámites de adopciones.
“Mi deseo hubiese sido que el niño volviera a mí y después a la
madre, que por su legitimidad de madre lo hubiera recibido de mí, como yo lo
recibí de ella. Y si el niño hubiese tenido el deseo de estar con nosotros, de
mi parte encantado de la vida hubiese tenido dos hijos. Con el mismo nombre.
Lamento todo lo que ha sufrido ese niño y todo lo que está sufriendo, porque la
vida y las cosas mal hechas le causaron mucho daño, le arruinaron totalmente su
existencia”, emocionó con su nobleza Ángel. Y puntualizó: “Ese niño después
tuvo una historia muy dramática, está encarcelado permanentemente, con rencores
arrastrados desde su niñez y su identidad y todo lo que pasó. No tengo
capacidad para expresar lo que debe sentir, en él hubo una transformación,
cuando lo tuvo esa familia -comentaba el niño cuando ya era grande-, no lo quisieron
como un hijo. Estaba como el chico de los mandados”.
“Son las consecuencias dañosas que abarca no sólo a una generación
sino también a la siguiente. Paradojas de la vida, que regrese él a la cárcel
donde estuvo, cuando niño, presa su madre”, concluyó el ministro Antonio Burad.
Entre
espinas
“Éramos de Palmira. En 1974, mi madre y mis hermanos, Daniel -tres
años más chico que yo- y Walter -el menor-, nos vinimos a la Ciudad por trabajo.
Mi mamá no tenía ni pensión ni jubilación, Daniel entró a trabajar en la
Municipalidad de Guaymallén, yo como empleada de comercio. Abandoné los
estudios, vivíamos en calle Remedios de Escalada, en Dorrego”. De esta manera Gladys Elisabeth Iturgay contextualizó
la conformación familiar hacia el 4 de
noviembre de 1976 cuando su hermano Oscar Daniel fue secuestrado por personal
del Cuerpo de Motorizada de la Policía de Mendoza, junto a Oscar Julio Ramos.
Continuó con una semblanza de su hermano:
“Era muy morocho y delgadito, de chico era discriminado por eso. Un
muchacho trabajador, buen hermano, generoso. Jorge, mi novio entonces y actual
esposo, conversaba mucho con él. Nos decía que pertenecía a la Juventud
Peronista y a Montoneros, quería un futuro mejor: “Che, cuñado, Kela ¿por qué
no se afilian con nosotros?” El plural aludía a Ana María Bakovic y su compañero
Ramos -“Cacho”-. Se dio además una amistad muy fuerte entre los tres,
incrementada porque ambas familias vivían próximas: Ramos, Bakovic y su papá -“muy
mayor”- ocupaban un departamentito interno al fondo de la humilde casa de los Iturgay.
“Después vino la discriminación total por su afiliación política, una vez ya en
el Ejército, cumpliendo el Servicio Militar en Uspallata, con mi mamá lo fuimos
a ver dos veces. Estaba muy flaco, lastimado por todos lados, ojeroso, siempre
castigado”. Según les dijo Daniel, porque “lo hacían rodar sobre espinas, casi
no le daban ración de comida, lo hacían pasar noches afuera, había alguien que
lo tenía en jaque”, aportó Gladys.
“Un día llegó un camión del Ejército, ingresaron armados a la
casa, revisaron todo y se fueron. Dijeron a mi madre que mi hermano había
desertado de la repartición de Uspallata. Tiempo después estalla una bomba en
la puerta de casa, con mi mamá saltamos aturdidas de la cama, ella salió desesperada
a la calle, sin conocimiento, en camisón tras el trole. Llegaron policías de la
seccional 25, buscaban libros, todo lo que había era una foto de Perón en el
cuarto de Daniel. Nos llevaron a declarar, hasta las tres de la mañana. El
cuestionario se lo hicieron a mi mamá, cuántos éramos, a qué nos dedicábamos,
cuál era nuestra tendencia política. Cuando volvimos estaba todo dado vuelta. Daniel
ya era perseguido y vivía escapando. No supimos nada más de él hasta mi
casamiento en julio de 1976. Mi esposo lo vio en la ceremonia. ´Atrás de un
árbol te estaba viendo tu hermano´, me dijo”, señaló Gladys. El matrimonio se
mudó y la madre de los Iturgay volvió a Palmira.
“Vi a mi hermano por última vez en mi nueva casa, pasó diez
minutos, estaba escondiéndose: ´No te puedo decir nada, no quiero traerles
problemas ni a vos ni a Jorge, cuidá a la mamá, cuidá mucho a Walter y cuidate
vos, los quiero mucho, chau, es mejor que no sepas nada de mí´. Mi mamá
falleció con la ilusión de que alguna vez iba a volver a verlo: ´me mantiene
viva esa esperanza´, me decía. "uisiera al menos por ella haber encontrado el
cuerpo. Tanta gente que ha hecho mal, que lo paguen, que se haga justicia con
quienes torturaron e hicieron desaparecer a las personas que amamos”, relató Gladys,
entre dolor y esperanza.
Procedimiento forzado, detenciones ilegales
Oscar Eduardo Heinze prestó testimonio en su domicilio por
problemas de salud, el pasado 27 de noviembre. Es el dueño del auto marca
Citroen que el 5 de noviembre de 1976 habría estado a punto de ser robado. La
denuncia del hecho habría motivado la presencia de Policía Motorizada en su
casa de calle España 2245, y ese fue el fundamento utilizado por el Cuerpo para
las detenciones de Oscar Ramos y Daniel Iturgay.
La defensa del imputado Fernando Morellato Donna ofreció el
testigo y Heinze fue claro: “eran las cuatro de la mañana, como no tenía garaje
ponía el auto al costado del edificio, un vecino me golpea la ventana y me dice
‘Oscar salí que te están robando el auto, está la policía’.
Cuando Heinze salió ya estaba presente “una patrulla con cuatro
agentes armados con armas largas” y le dijeron “que me lo habían querido
robar”. Casi de inmediato “los llaman por radio y les dan otra misión”. Antes de
irse, uno de los policías le dijo que “fuera a la comisaría que estaba frente a la
plaza San José, en calle Francisco de la Reta” -la 25-. “Rápidamente subí al
auto y me fui”. Al llegar “había un agente de guardia, conté que me habían
querido robar el auto, lo anotó en un libro, me preguntó los datos y me dijo
que estaba desocupado”. Cabe aclarar que para radicar la denuncia debería
haberse remitido a la comisaría que corresponde por zona, que no es la 25.
“¿Morellato le hizo recordar ese hecho?”, preguntó el Tribunal a
Heinze. “Me dijo: ‘yo la tengo re clara, a usted le quisieron robar el auto y
la policía los sorprendió, yo no fui, fue el D2 y ahora me quieren inculpar a
mí’”, comentó el testigo sobre el contacto que el imputado y su abogado
hicieron con él los últimos meses. “Morellato me llamaba y me decía que él era
una buena persona, que era una persona de honor, que habían atrapado a los
delincuentes. Yo eso no lo vi nunca, él me dijo que no habían sido él ni su
gente, que había sido gente del D2”.
“Yo no vi a ningún detenido” agregó Heinze, “pero Morellato dice
que los tenían atrapados. Cuando fui a San José tampoco me dijeron si había
algún detenido por el hecho”.
Inexactitudes...
Rodolfo Eduardo Morales es jubilado de la Policía de Mendoza, se
desempeñó entre 1968 y 1993 en diversas áreas y 21 años en la Policía
Motorizada, misma repartición que el imputado Fernando Morellato, quien lo
recibió para el testimonio con un fugaz guiño.
En 1976 trabajaba como oficial de guardia, “escribiente” en la sede
de la Motorizada, que compartía espacio físico con la Comisaría 25, aunque no
dependía de esa Seccional sino directamente de la Unidad Regional. Se refirió al
turno que cumplió desde las ocho de la mañana del 5 de noviembre de 1976, horas
después de la detención de Oscar Ramos y Daniel Iturgay; y también se apeló a
su conocimiento y experiencia en “la fuerza” para conocer el grado de detalle,
certezas y “omisiones” que pueden encontrarse en el libro de novedades de una
seccional. “De acuerdo a cómo se trabajaba en aquel momento ¿cabe la
posibilidad de que haya inexactitudes en ese libro, o lo que se consignaba era
lo real?”, preguntó el abogado defensor Ariel Civit. “No, no. Como escribiente
de guardia la función era reflejar las cosas tal cual ocurren”.
Se le extendió el libro de novedades donde consta la detención -4.45
del 5 de noviembre de 1976-, entrada -5.15- y salida -10.35- de Ramos e Iturgay
de ese lugar, capturados tras la comunicación de una denuncia de que se estaría
produciendo un robo y el arribo de Motorizada. Hay datos de los movimientos de Morellato
por esas horas: entró de servicio a las 20 del 4 de noviembre, pasadas las 23
se retiró, ingresó de nuevo a las 7.45, a las 10 sale a un operativo del que
retorna a las 11.15. Allí, de puño y letra del testigo, consta la llegada del
Jefe de la Regional Primera, Comisario General Suárez, y del Jefe del D2, Pedro
Dante Sánchez Camargo -a las 10.15-; y más tarde la salida del segundo con los
detenidos - a las 10.35 y según el libro sin personal a cargo allí declarado,
como si un jefe sólo se llevara a dos aprehendidos- y media hora más tarde el
retiro de Suárez. Tanto Eduardo Smaha como Osvaldo Fernández están señalados
como los agentes que se llevaron a Ramos e Iturgay, junto a Sánchez Camargo.
Morales comentó cómo se trabajaba: “escuchábamos la radio que
comunicaba con el Comando Radioeléctrico. Tras un llamado, el desplazamiento
se hace y va el móvil que esté más cerca. En todas las aprehensiones, se los
llevaba el patrullero a la base -Motorizada- y allí se hacían las actuaciones
para llevárselos a la Comisaría que correspondiera”. Del relato del ex agente
surge que las “actuaciones” constaban de anotar detención, entrada y salida de
personas en el libro de novedades, oficial y móvil a cargo del operativo,
nombre y número de documentos de los aprehendidos y seccional o división a la
que eran derivados; allí no se tomaban las denuncias ni se debía hacer la
averiguación de antecedentes o certificación de identidad. Según Morales, en
Motorizada no había elementos para la certificación de identidad, más que una
comunicación telefónica con “Indice” o a través del Comando Radioeléctrico,
“pero no más que eso”. “Se daba entrada en el libro, se hacían las actuaciones
y se remitía directamente a la Comisaría” que correspondiera según el lugar de
detención -Santuccione, el Jefe de Policía, emitió una orden por esa época de
que debían remitirse los detenidos a la Seccional correspondiente en caso de
delitos comunes y al D2 si se trataba de personas con militancia política.
Motorizada actuaba en la “prevención del delito”, dijo Morales, luego
remitía a las Seccionales correspondientes. “¿Hay algo raro en el
procedimiento?” consultó el representante de Morellato en referencia al caso
particular. “De raro yo no le veo nada”, dijo el ex compañero. Ahora bien,
cuando Morales toma turno a las 8 de la mañana, debe consignar las autoridades
de guardia presentes, entre ellos no aparece el nombre de Morellato pese a
estar anotado que entró casi una hora antes. Tampoco queda claro cuándo empezó
guardia Morellato, si a las 20 -y a las 23 abandona su lugar de trabajo para ir
a dormir, según dijo el imputado ante el tribunal- o a las 7.15 y supuestamente
repite guardia ya que aparece que sigue en acción el resto del día.
Los militantes estuvieron cerca de seis horas en las instalaciones
de Motorizada-Seccional 25, ya un hecho fuera de lo “habitual”. Recibir
denuncias e interrogar correspondía a las Comisarías, no a Motorizada. “¿Es
normal esa permanencia en Motorizada? ¿A qué puede deberse”?, le consultó el
presidente del Tribunal. En principio Morales supuso que pudo ser por
congestión laboral, sin embargo el dueño del auto que habrían estado por robar
Ramos e Iturgay declaró que luego de que se presentó la policía en su
domicilio, donde no vio que se detuviese a nadie, le pidieron que vaya a
Motorizada -otro dato no habitual ya que la denuncia debía radicarse en la
Comisaría y no en Motorizada-. Cuando llegó a la dependencia, contó, estaba
desolada, sólo con el oficial de turno escribiente.
Morales también esbozó que la demora pudo ser por la necesidad de
identificación de los detenidos, pero en el libro constan todos los datos de ellos,
lo cual indica que, aunque con o sin identidades reales, sí presentaron sus
documentos. Es decir, no demoró conocer sus nombres al simple efecto de labrar
“actuaciones”. El testigo indicó que, al no haber calabozos en Motorizada, a
los detenidos se los tenía “en la guardia porque otro lugar no había”, entonces
dejó entrever que existía la posibilidad de pedir “colaboración a la 25” que sí
tenía celdas. Morellato, en su declaración ante el Tribunal, dijo que Ramos e
Iturgay estaban en la zona de vestidores de la dependencia, cuestión que no
apareció como potencial en el testimonio de Morales.
El abogado Civit insistió en varias ocasiones en la posibilidad de
que en el operativo en el que caen Ramos e Iturgay hubiese actuado más de un
móvil -lo que motivaría que Heinze no haya visto la aprehensión de nadie-
aunque ello no conste en el libro de novedades. Morales comentó que en cada
situación cuando llegaba un móvil al lugar en el que fue requerido, “según la
situación pedía refuerzos”, que no recordaba en ese caso particular en
Pellegrini y Patricias Mendocinas de Ciudad, el 5 de noviembre a la madrugada,
pero que de ser así “debería” estar asentado en el libro -no aparecen datos que
hagan suponer la actuación de más de un móvil-.
Civit preguntó si Motorizada actuó en conjunto con la Policía
Federal, “yo no lo he constatado, pero puede ser que sí”, contestó el testigo.
En esta causa Morellato está denunciado como parte del operativo de detención
de los militantes, de retenerlos e indagarlos bajo torturas, de pedir prestada
en la Policía Federal una picana para el interrogatorio, y retener en su poder
y sin permiso un revólver calibre 22 de uno de los detenidos. Estas acciones,
según nota de la época y declaración en los ´80 de Sánchez Camargo, le valieron
una sanción al agente de Motorizada por proceder sin conocimientos en cuanto a
la indagación de “subversivos”, publicitar la acción en otra fuerza y
perjudicar -con la demora en la 25- la posterior detención de cuatro personas
más del entorno de Ramos e Iturgay.
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