viernes, 12 de octubre de 2012

085-M: Desapariciones de Gladys Castro y Walter Domínguez. 053-M: Desapariciones de Antonia Campos y Antonio Alcaráz, secuestro de Martín Alcaráz

Búsquedas
11-10-2012 | Dos testimonios, Martín Alcaráz -hijo de Antonia Campos y José Antonio Alcaráz, desaparecidos- y Angelina Caterino -madre de Gladys Castro, embarazada, desaparecida- transmitieron la profundidad de las relaciones y las búsquedas. El relato de Alcaráz abrió la causa 053-M. Otros dos testimonios -de ex policías del D2- dejaron inferir rasgos del funcionamiento acerca de “Informaciones” en ese Centro clandestino.

Siempre la esperanza
Angelina Caterino de Castro y José Fermín Castro tenían seis hijos en 1977, los tres menores vivían en la casa familiar de calle 25 de mayo en Dorrego. Su hija Gladys se había casado dos años antes con Walter Domínguez y ambos vivían en calle Luzuriaga de Godoy Cruz, de donde fueron secuestrados el 9 de diciembre de aquel año. Gladys tenía un embarazo de seis meses. Angelina supo de los secuestros por sus consuegros que hallaron rota la puerta de acceso al jardín del domicilio -luego reparada por Osiris Domínguez (p)- tras hallar todo revuelto. Por una vecina y la hija aledañas al matrimonio -que fueron testigos de los hechos y con las que tuvo contacto durante unos meses- se enteró que más de cuatro hombres encapuchados y armados descendieron desde dos vehículos comunes a las tres de la mañana e ingresaron a la casa. Las vecinas oyeron los gritos de Gladys pidiendo auxilio, preguntando por qué los llevaban si no habían hecho nada. Alcanzaron a ver que se la llevaban en bata.

José Fermín radicó la denuncia infructuosa en la comisaría 25, presentó el rechazado habeas corpus y se ocupó de denunciar y buscar (“cada quince días se arrimaba por el Comando” -VIII de Brigada de montaña, en cuyo escritorio de ingreso al edificio, un uniformado le dijo: “se lo habrá llevado algún compañero suyo”). Angelina siguió averiguando con sus consuegros (se enteró del operativo paralelo al de su hija y su yerno en casa de los Domínguez) y cuidó de sus hijos más chicos enfermos.

“Ella era muy inteligente, fue cuadro de honor en la secundaria en el Martín Zapata. Con Walter se conocían del barrio, hubo noviazgo, llevaban casi dos años casados. Ella trabajó en una farmacia, en un negocio de ropa y en una panadería, estudiaba Bellas Artes. El estudiaba arquitectura y trabajaba en Pescarmona, nunca me comentó si estuvo en el Partido Comunista Marxista Leninista (PCML)”, reseñó Angelina acerca de su hija y de su compañero.

Sobre el cerco represivo cada vez más patente, Angelina recordó: “en la facultad secuestraron a un amigo de Walter, había rumores de desapariciones y persecuciones, para diciembre de 1977 ella tenía mucho miedo y más, embarazada de seis meses. Diez días antes había estado en Chile y me dijo, ´me gustaría irme con el papi´. Andaban con miedo por otros chicos que se habían llevado”.

“Tenía esperanzas que los largaran, hoy están desaparecidos”, dijo Angelina sobre Gladys y Walter. Respecto al alumbramiento de su hija -su nieta o nieto- explicó: “Lo esperaba todas las noches, siempre la esperanza, me lo van a traer, lo van a dejar en la puerta. Nunca pasó, no sé si lo habrán dado a otra persona, si habrá nacido bien”. 

Relevancias
“Siempre trato de seguir construyendo la historia, no sé si será relevante”, expresó Martín Antonio Alcaráz en mitad de su testimonio, mientras relataba las historias de Antonia Adriana Campos -su mamá, desaparecida-, José Antonio Alcaráz -su papá, desaparecido-, María Silvia Campos -su tía, desaparecida- y la suya -secuestrado a los diez meses de edad en el operativo que atentó contra sus padres-. “Claro que es relevante”, lo alentó el fiscal Dante Vega. Al comienzo Vega le había dado lugar: “Usted testimonió el año pasado en relación a la desaparición de su tía, ofreció todo un perfil de su vida, ahora le pedimos lo mismo respecto a sus padres y su familia":

“Nací el 7 de febrero de 1977. Ellos se conocieron en San José, eran vecinos, se casaron dos años antes de ser secuestrados, vivían en calle Juan Godoy de Godoy Cruz, él tenía 20 años, ella 22. Mi papá era muy buen compañero de mi mamá. La acompañaba mucho. Ella -estudiante de medicina- era más de ayudar, él -como conocía de imprentas- colaboraba con el material gráfico. Silvia y Antonia eran muy compinches, con convicciones de izquierda, compartían lecturas. En el 75 empezó el miedo. Antonia se ocupó demasiado tras la desaparición de Silvia”, relató Martín. Adriana -hermana menor de Antonio, cercana a sus actividades- le contó que “siempre andaban con folletería” y recordó un campamento en Bermejo donde el grupo habló de política. A su vez, Cecilia Vera -hija de Rodolfo Vera, desaparecido durante ese diciembre-, a través de su madre Mirta Hernández -que conoció al matrimonio- le comentó la probable relación entre las desapariciones de la pareja con las del grupo de militantes del PCML (causa 085-M), donde según  Hernández “militaban y se organizaban celularmente”.

Martín dejó en claro que los secuestros se produjeron el 6 de diciembre de 1977; que al otro día hacia la medianoche fue dejado en una caja en la casa de sus abuelos maternos; que los hechos fueron “procedimientos del gobierno militar”; y que -según su abuelo paterno- sus padres habrían sido desaparecidos en el D2. “Esa madrugada nos secuestraron. Mi papá trabajaba con mi abuelo materno en San José. Se preocupó por su atraso ese día -Silvia había sido secuestrada un año y medio atrás: la misma novela anterior-. Fue hasta la casa, la encontró saqueada, con la puerta rota. Según vecinos, la policía se llevó las cosas”.

Otro vecino, Mario Gómez -además amigo de Antonio-, presenció cuando dejaban a Martín en casa de sus abuelos maternos: “un par de Falcon sobre calle Pedernera bajaron un bulto y lo dejaron en la vereda. El vecino esperó a que se fueran, fue él quien golpeó la puerta de la casa”. Por secuencias de recuerdos, de comentarios, Martín contó que su abuela materna se quedó sin habla, que lo llevaron a la vuelta a casa de sus abuelos paternos, donde entre todos lo revisaron porque parecía dopado, sin reacción, no lloraba. “Vaya a saber el circuito turístico que he hecho en esas 24 horas”, se permitió sonreir.

“Todo esto desarmó la familia. Las tres desapariciones, la persecución, atravesaron a toda la familia.” Los Alcaráz en completo vieron alteradas sus vidas. Para 1979 se fueron dejando afectos las hermanas sobrevivientes. El temor, la vigilancia contrariaron el porvenir de los abuelos. “Hoy tengo mi familia, mis hijos, pero no mi mamá, ni mi papá, ni mi tía”, enseñó Martín a sus 35 años.





Otras máquinas del segundo piso
Las divisiones o departamentos D5 -“Archivos judiciales” de la Policía de Mendoza- y D2 -“Informaciones” de la Policía de Mendoza- compartieron espacio físico en el Palacio Policial y también la distribución de tareas en lo concerniente a la remisión y reasignación de información contenida en los prontuarios civiles destinados al servicio de la represión ilegal. En el subsuelo estaba el D5, con los legajos conformados y antecedentes de los habitantes de la Provincia. En el segundo piso, además de la “sala de reunión de detenidos” y del área de calabozos clandestinos del D2, funcionaban oficinas “administrativas” con archivo propio, secreto (contenido en varios armarios), en las cuales se procesaban los prontuarios indicados por los “jefes”. Una “mesa de entrada y los escritorios al fondo” constituían el ámbito de trabajo.

El reciente testimonio del ex policía Jorge Rivero -a cargo del archivo D5 durante la dictadura- según el cual eran cuatro las personas encargadas del movimiento de legajos entre secciones; y el Libro de constancias de las devoluciones que el D2 hacía al D5, motivaron la citación a declarar de otros dos ex policías que se desempeñaron allí, Carlos Faustino Álvarez y Miguel Angel Salinas.

El habitual silencio cómplice de los otrora uniformados, el decir sin decir, la desmemoria, el refugio en el argumento de “sólo realizar funciones administrativas”, la descarga de responsabilidades en jefes que no se nombran, o se nombran porque están fallecidos, dominó el hilo de ambas declaraciones. Sin embargo, la indagación del abogado Pablo Salinas, representante por el Movimiento Ecuménico por los Derechos Humanos -MEDH- , sobre todo respecto al testigo Salinas, menos reticente, permitió dar cuenta de que:

-En un papelito, o ficha mínima, expedido en “Informaciones” por los oficiales Félix Andrada y Ricardo Couto (y en algunas oportunidades por “jefes”) se solicitaban los prontuarios a investigar. Álvarez y Salinas (“estábamos para los mandados”) bajaban, recibían los legajos, firmaban en el Libro de salidas del D5, volvían al segundo piso, remitían los legajos a sus superiores que tenían plazos no mayores a 48 horas para devolver los expedientes (aunque había casos de prontuarios en poder del D2 durante semanas), estos eran reasignados por el plantel de escribientes en cuanto a información (se agregaba alguna clave que date destino de la persona, direcciones nuevas, relaciones), para finalmente ser entregados al subsuelo, tras la firma de Rivero en el Libro del D2.

-“Todos pedían información al D2, Ejército, Fuerza Aérea”. También “había prontuarios propios del D2". Era el jefe encargado -Andrada, Couto- el que ordenaba los legajos a referenciar. Se agregaban recortes de prensa, información “pública”; se actualizaban las fichas. Tanto el D2 y el D5 funcionaban de modo permanente, con turnos nocturnos ante las urgencias. El personal policial designado para las funciones de correo y manipulación de datos era “el más rápido en el manejo de ficheros y de las máquinas de escribir en el segundo piso”.

-De los imputados en el juicio y cercanos o partes del funcionamiento del centro clandestino, los testigos reconocieron a los jefes Aldo Patrocinio Bruno, Ricardo Miranda Genaro, Alsides París Francisca, Agustín Oyarzábal (“Titín, muy distinto de los demás"), Armando Fernández Miranda y Venturino. Otros indicados fueron Rondinini, Pablo “Negro” Gutiérrez, Ricardo Vásquez, Carmen Juri, Alfredo Edgar Gómez, el “Pájaro” Rodríguez Vásquez, el “Ruso” Smaha, Josefina Rita Gorro y el “Viejo” Manuel Bustos.

No hay comentarios:

Publicar un comentario